“Las piedras, los pájaros son
Solo son sin albedrío
Son los brillos, el color
Agradezco su humildad”
‘Son’, Juana Molina (2006)
Que el encierro obligado por la pandemia nos volvió más cahuineros, cotillas, buchones, dijeron esta semana en El País. Yo digo que a otras nos hizo pensar con mucha nostalgia —asfixiadas en nuestras jaulas de concreto barato y en sobreprecio de los centros de las ciudades— en nuestros patios de infancia. En las y los adultos a nuestro cargo que cuidaban esos pocos metros cuadrados que circundaban nuestras antiguas casas, para ofrecernos árboles y pasto para jugar. Que nos ofrecían el mundo para que despertáramos todos los días a descubrirlo, jugando con barro, observando insectos y recogiendo la fruta madura del suelo.
Puede ser que el encierro nos volviera depresivos, por una lista interminable de razones. En primer lugar, la enfermedad y la muerte, dos estados inevitables de cualquier ser viviente con el que las civilizaciones occidentales no han podido nunca hacer la paz. Ni enseñarnos a vivir una vida en conciliación con ellas. A eso sumémosle todas las condiciones actuales de la vida humana que cada vez reúne más características para ser una nueva película de Mad Max: a la falta de salud se suman la pérdida de trabajos que, en países ultraneoliberales como Chile, hacen inviable seguir viviendo, una violencia que por parte de las fuerzas del Estado no cesa y medios de comunicación que solo se preocupan de mantener el precario estado de las cosas, pasando por encima de valores que debieran estar más presentes que nunca, por nuestra propia sobrevivencia, como la verdad y la belleza.
Los barrios de internet tampoco ayudan mucho. Si antes de la debacle sanitaria mundial del 2020 se podía ver colgado en línea lo peor del ser humano, hemos pasado meses expuestas y expuestos no solo a ello, sino también a las tragedias de un feed de Twitter que se emparentan con la que quizás tienes en casa. Y son las 7 pm y la cabeza te explota.
Eso sí, no todo es malo. La música sigue existiendo y dejará de hacerlo cuando nos extingamos, nunca antes. Es irónico que en un año en que probablemente a muchos y muchas la música nos salvó, sus creadores y todos aquellos que trabajan para que esos pedacitos de paz lleguen a nuestros oídos no tengan cómo alimentarse. ¿Nos haremos cargo algún día de esto?
Esta columna puede parecer profundamente pesimista. No me culpes, soy una persona intentando sobrevivir al 2020 que ha insistido de una forma muy insensata en escribir de música en un país en donde, al parecer, a muy pocos les interesa leer sobre música. Así que pesimista, pesimista, lo justo. En realidad, esta columna es una carta de agradecimiento a Juana Molina.
Le agradezco profundamente que, a través de su cuenta de Instagram, nos haya abierto una pequeña ventana a su patio, a su vida de encierro y a su relación de compañerismo con Pipish, durante estas últimas semanas. Cuando son las 7 pm y siento que mi cabeza va a explotar, durante estos días, recuerdo que existen Juana y Pipish, el zorzal blanco bebé que llegó a acompañarla, quizás, para mostrarle secretos que aún no conocía. O fantasías que ahora yo me imagino.
Pipish posando. Pipish hablando. Pipish persiguiendo a Juana o exigiéndole con esa cabecita minúscula que por favor le alimente. Pipish comiendo un fideo de arroz (¡solo una vez!). Yo soy Pipish y ese fideo blanco que me trae alegría son los videos de Juana.
En el 2006, Juana Molina publicó Son, un disco brutal. Y la canción del mismo nombre es mi banda sonora imaginaria para cada video de Pipish y ella. Es una canción oscura, sí, pero en donde agradece la humildad de la naturaleza, una simpleza sin adornos, una belleza que no sabe que lo es, que solo existe, despojada de todo. Y tanto sentido me hace ahora que ese sonido oscuro acompañe esas palabras, cómo no, si siento que lo estoy viviendo. Desde este rincón oscuro, miro a esos dos compañeros, a distancia, que no saben que existo, pero que me hacen sentir que por unos segundos yo también solo soy, yo también solo existo.
“Agradezco su humildad/ Pues gracias a ella soy/ Una estrella en el cielo/ Un camino abierto en flor”.