¿Qué es lo que hace bueno a un documental músical? ¿La cantidad de nueva información que aporta? ¿La nostalgia de ver imágenes de archivo de bandas que ya conocemos muy bien? ¿Una historia clara que hila bien una tesis principal? Conversando a la salida de la única función de Meet me in the Bathroom que presentó In-Edit Chile este año, uno se da cuenta que para cada persona la respuesta a esa primera pregunta es distinta.
Hay personas que amaron la película, otras la odiaron, y los menos exagerados están en un punto medio entre ambas posturas. Y es que la verdad, Meet me in the Bathroom llegaba como “cabeza de cartel” del festival, por lo que las expectativas estaban muy altas. Tampoco ayudó mucho que el libro en el que se basa el documental (que lleva el mismo nombre y que fue escrito por Elizabeth Goodman) sea una exhaustiva historia oral que en sus cientos de páginas logra ahondar de mucho mejor forma en las historias de las bandas de las que habla.
Es muy injusto comparar un trabajo escrito con uno audiovisual, por lo que esta reseña no hará eso. Pero es importante dejar en claro que el documental, por más divertido que pueda ser a ratos, tiene un par de problemas notorios.
El primero: Desde el tráiler que Meet me in the Bathroom se presenta como la historia de cómo ciertas bandas comenzaron sus carreras en Nueva York. Desde los Strokes, pasando por The Moldy Peaches, Interpol, The Rapture, Yeah Yeah Yeahs, TV on the Radio y culminando en LCD Soundsystem. Lamentablemente, no todas estas agrupaciones tienen un tiempo parecido en pantalla, siendo la banda de Julian Casablancas la que se lleva más de un cuarto del tiempo de metraje, en una historia que a ratos parece querer desesperadamente disculpar los orígenes de clase alta de sus integrantes, poniendo a su vocalista con cara de pena ante las acusaciones de lo adinerado que es.
Los Strokes no necesitan un blanqueamiento de sus orígenes. Todos sabemos lo cuicos que partieron siendo y eso no hace que nos dejen de gustar, es más, nos gustan A PESAR de eso, por lo que esa defensa férrea que tiene el documental quita espacio para historias que quedaron completamente a medio cocinar ¿Qué pasó con The Rapture luego de irse de DFA? ¿Con los Moldy Peaches después de que sus amigos saltaran a la fama sin ellos? ¿Con TV on the Radio en general, que con suerte tienen un minuto de pantalla en la película?
Lo segundo: El documental intenta dar contexto sobre los grandes cambios que traía el nuevo milenio; como el año nuevo del 2000 y los miedos del Y2K; el ataque a las torres gemelas; la gentrificación final de la ciudad; y el rápido auge de Napster que vino de la mano con las descargas ilegales. Si bien hay historias interesantes referidas a esos eventos coyunturales dentro de la película, nunca se logra hilar o profundizar en ese contexto con el de las bandas.
Por otra parte, el documental intenta relatarnos que todo esto se trataba de una escena ¿Qué es una escena? Artistas que colaboran, se relacionan, comparten y son amigos. Y lo cierto es que más allá de relaciones puntuales, como la de Julian Casablancas y Kimya Dawson en un inicio, esa intimidad no existía. El hecho es que todos estos grandes nombres tocaban en Nueva York en un momento histórico específico y nada más.
Habiendo hecho las críticas respectivas, es imposible omitir que el documental tiene muchas cosas muy interesantes que destacar. Las perspectivas de Karen O sobre la fama y la mirada depredadora del circuito periodístico crean una escena de película de terror, donde los periodistas hacen las preguntas más insultantes posibles a una chica que aún no sabía lidiar con toda la fama y los fotógrafos en primera fila ponían sus cámaras en el suelo del escenario para poder capturar alguna imagen de su entrepierna.
Por otro lado, están los de Interpol, que son presentados como unos niños demasiado inocentes, que se vestían de cierta forma “no para hacer moda, pero si alguien quiere vestirse así no nos molesta”, y que incluso destruyen sus ahorros para irse en una fallida gira a Inglaterra sin que nadie los conozca. También nos muestra a un Paul Banks prácticamente traumado por ser comparados o recibir constantemente preguntas como “¿conoces a The Strokes?”.
Como es de esperar, el personaje con el que uno se puede sentir más representado es James Murphy, quien siempre está peleando contra su propia cabeza y en muchos momentos solo es una sombra que suspira detrás de los músicos más famosos. En este punto se nota la mano de los directores, Will Lovelace y Dylan Southern, que ya trabajaron en Shut Up and Play the Hits, el documental sobre la disolución de LCD Soundsystem que expande de mucho mejor forma la historia de Murphy y los suyos.
Podríamos seguir enumerando las situaciones que el documental nos muestra, y catalogando si fue una buena o mala adición a la historia que se intenta contar, pero es importante dejar claro que Meet me in the Bathroom está lejos de ser la obra maestra que se dice, pero también del bodrio que algunos creen que es. Es un ejercicio de memoria, que frustra por el potencial que tiene y que no logra concretar, pero en ningún caso es una mala película. La recomendación más ferviente es que los fans de la escena musical neoyorkina de los dosmiles vean este documental, ya que más de alguna sorpresa se llevarán con las historias contadas.