El pasado lunes 16 se cumplían los 50 años de la publicación de uno de los discos claves en la historia de la música popular, Pet Sounds de los Beach Boys. Ese mismo día de hace 50 años también se publicó otra de las piedras angulares de la música de los años 60 y, por extensión, del pop (en su más amplio sentido), el Blonde on Blonde de Bod Dylan. Imagino que cuando ese 16 de Mayo de 1966 se pusieron a la venta esos dos álbumes, los vendedores de las tiendas (¿las recuerdas?) no pensaban que el material que les acababa de llegar tendría un significado tan importante, profundo y duradero para la cultura contemporánea.
Avancemos 25 años. En 1991 se publican, entre otros Green Mind de Dinosaur Jr, The White Room de KLF, Out of Time de R.EM., Spiderland de Slint, Arise de Sepultura, Mamma Said de Lenny Kravitz, Yerself is Steam de Mercury Rev, Gish de Smashing Pumpkins, Grippe de Jawbox, Butchered at Birth de Canibal Corpse, Frecuencies de LFO, To Mother de Babes in Toyland, Blue Lines de Massive Attack, el álbum negro de Metallica, el homónimo de Mr Bungle, el III de Sebadoh, Leisure de Blur, Ten de Pearl Jam, Just for a Day de Slowdive, Laughing Stock de Talk Talk, Screamadelica de Primal Scream, el amarillo de Orbital, Trompe le Monde de Pixies, Blood Sugar Sex Magic de Red Hot Chilli Peppers, Everclear de American Music Club, Badmotorfinger de Soundgarden, Distant Plastic Trees de Magnetic Fields, Bullhead de The Melvins, Loveless de My Bloody Valentine, Bandwagonesque de Teenage Fanclub y, sobre todo, 1991 en la música es el año en que se publica un disco que cambia muchas cosas, Nevermind de Nirvana.
Eso fue 25 años después de editar Pet Sounds. Pero también fue hace 25 años desde 2016. O sea, la misma cantidad de tiempo entre unos lanzamientos y otros. En 1991 yo sentía que The Beach Boys, o las obras maestras de Dylan de los 60 (o The Beatles, o la Velvet, o The Stooges), eran la prehistoria de la música. Tanto es así, que en 1991, sentía que Joy Division eran también la prehistoria y era apenas una década atrás. Leyendo la lista de los álbumes editados en 1991 -25 años atrás- todos parecen más o menos presentes en el imaginario de un aficionado medio. No sólo eso, sino que muchos, casi diría que todos, se consideran grupos de cierta actualidad, generando noticias y siendo cabeza de cartel en festivales dirigidos a un target juvenil.
Imaginemos un cartel cuyos grandes nombres fueran Blur, Primal Scream, Smashing Pumpkins, My Bloody Valentine, Slowdive, Slint, Red Hot Chilli Peppers, Dinosaur Jr y los Pixies. ¿No suena a un cartel posible (en realidad bastante mejorado sobre los actuales) que podría anunciar Lollapalooza?. Les aseguro que en 1991 a ningún festival indie se le hubier ocurrido traer a The Beach Boys porque les hubiera parecido una opción extemporánea, fuera de lugar y hasta ridícula. Porque los sesenta estaban lejísimos. Tan lejos como están los debuts de Oasis, Pulp o Radiohead, esas bandas (por su regreso o por sus nuevas canciones) que reclama el aficionado medio para que los traigan en concierto.
¿Qué ha pasado entonces? Parece que el tiempo se comenzó a congelar en los años 90, que los años musicales cada vez pasaban más despacio y que, llegado el 2000 comenzó una glaciación. En realidad, la explicación al fenómeno es más sencilla que meternos en teorías de la relatividad. Las personas que dominan los medios de comunicación y, sobre todo los musicales y las promotoras de conciertos son, en su gran mayoría, los que crecieron con la música de los años 90 yeso forjó el canon de “la buena música”, la atemporal que no pasaría de moda. Y así estamos ahora. En un bucle del que ya no parece que vamos a salir jamás. Viviendo los años 90 hasta el fin de nuestros días. En 2001 lanzaron The Strokes su debut y The Libertines su single ‘What a Waster’. Quince años atrás. Quince años antes de 1991 ni siquiera se había lanzado el disco de Sex Pistols que se veía entonces como una reliquia. Hoy vemos la posible venida de The Libertines como uno de los conciertos claves del año 2016 en Chile. En 1991 se veía un posible concierto de Sex Pistols como algo risible y decadente.
Estamos estancados y no nos damos ni cuenta o nos da igual, porque seguir disfrutando de esas bandas nos mantiene, ejem, jóvenes. Y hemos convencido a adolescentes que no hay nada más excitante que un concierto de Noel Gallagher, de Blur o de Pulp. O sea, de la música que escuchaban sus padres. Ellos deberían ver esas bandas como reliquias, como algo que ya fue (que es la realidad, por cierto). Pero no, desde los medios se ha construido un relato muy peligroso de que esa es la música buena y que lo que aparece ahora ni se puede comparar, que los mejores años de la música pasaron y que vivimos en una decadencia que se muestra en el auge del EDM y/o el reggaetón. O sea, hemos convencido a los jóvenes de que lo alternativo es lo que ya forma parte del canon y que cuestionar ese canon te hace un inculto, impidiendo crear otro canon. El ejemplo de todos los medios analizando desde la portada, el título, la secuenciación y hasta los supuestos mensajes ocultos de los videos del lanzamiento de Radiohead es el mejor ejemplo de esto. Creo, sinceramente, que es terrible.
Hagamos un ejercicio (algo cruel). Si tomamos el primer cartel de uno de los festivales más importantes de Europa, el de Benicassim, y miramos su primera edición en 1995 nos encontramos con Gene, The Pastels, Ride (una de las grandes vueltas de 2015), The Charlatans, Heavenly, Carter USM, Super Grass, Revolution 9, Cranes y The Wedding Present más muchos grupos del naciente indie español del momento como Sr. Chinarro, Le Mans, Los Planetas o Australian Blonde. La verdad es que es un cartel excelente por el que yo pagaría encantado por ir en 2016. La diferencia es que en 1995 todos esos grupos eran grupos importantes en ese mismo 1995, la idea era reflejar qué estaba pasando.
En la siguiente edición de 1996, estuvieron Jesus and Mary Chain, Catatonia, Bluetones, Shed Seven, Menswear, Lush (uno de los retornos estrellas de 2016), Garbage, Chemical Brothers, Orbital, Stereolab y hasta The Stone Roses en un recordado concierto por el ridículo que hicieron (como era habitual en sus directos), tanto que tras ese y el concierto en Reading se separaron. Stone Roses, Lush, Garbage, Chemical Brothers…suena mucho, demasiado, 2016. Pero era 1996. Ni rastro de viejas glorias, por cierto. Podemos seguir hasta el infinito. En 1997 los cabezas de cartel eran Blur, Suede y, de nuevo Chemical Brothers. O sea, los que encabezarían un festival similar en 2016. Creo que queda clara la idea. La iniciativa, el riesgo y la mirada en el hoy, definitivamente, se ha perdido.
A poco que se conozca de industria musical uno sabe que los nombres importantes para confeccionar carteles no son ni los de un festival, ni los de una promotora, ni los de las mismas bandas, por paradójico que parezca, sino que los nomres centrales son unos bastante más desconocidos para el gran público: 13 Artist, CAA Touring, CODA y cinco o seis más empresas similares…¿Quiénes son estas compañías, casi todas radicadas en Reino Unido?. Pues ni más ni menos que las que llevan la contratación del 90% de las bandas internacionales que pueblan los carteles de festivales en todo el globo. De ahí que se repitan tanto los nombres de los cabezas de cartel y de sus acompañantes en nombres más pequeños. Bajo su alero puedes econtrarte desde The Cure a Digitalisim, de Kasabian a Two Door Cinema Club, de Alt J a The Last Shadow Puppets, de Lorde a The Mars Volta, de Wavves a Arcade Fire, de Major Lazer a Yeah Yeah Yeahs.
Casi cualquier nombre que imagines estará entre los que representan esas menos de diez agencias. Ninguno de los nombres con un mínimo de relevancia a nivel mundial y de cualquier estilo escapa de ellos. Y los festivales y promotores viajan hasta sus oficinas en el otoño del hemisferio norte para decidir que grupos (y a veces acompañantes obligatorios) serán los protagonistas del año posterior. Así de frío y calculado, sin margen para la sorpresa. Por eso es tan fácil entender que se repitan tanto los nombres en un festival en Chicago, París, Barcelona o Santiago de Chile durante un par de temporadas. Y que los retornos de viejas glorias estén tan calculados. Ellos son los primeros interesados en que pienses que los 25 años desde el Nevermind a hoy son menos que los 25 años que pasaron desde el Blonde on Blonde hasta el 91. Los periodistas son sólo la correa de transmisión de esa idea.
Los festivales más importantes del planeta han querido tener la gira de Brian Wilson tocando Pet Sounds en su 50 aniversario. También quieren a Suede con un disco discreto, a Blur con álbum a la cola de su repertorio, a Primal Scream en piloto automático con un trabajo que no interesa a nadie, Radiohead vendiendo mística, a New Order dando angustia y pena en los escenarios, a Garbage esperando que toquen sus dos primeros trabajos, o soñando con reunir a los Smashing Pumkins originales. Y así podríamos enumerar todos esos nombres y más, que suenan tan brillantes pero que esconden un buen porcentaje de reiteraciones e incapacidad de imaginar qué músicos de hoy podrían ocupar esos lugares de privilegio en los carteles. En vez de eso, seguimos teniendo bandas con carreras no ya en ascenso, sino cuesta abajo o incluso terminadas y con la mera excusa de cobrar el cheque tras un concierto, sin demasiada demanda artística por ganar a un público ya entregado a sus clásicos.
Es bonito celebrar la buena salud y vigencia de una obra tan maravillosa y vigente como Pet Sounds a 50 años de su lanzamiento. Pero si en 1991 ya tenía ese mismo aura y mística, ¿por qué considerar que los que se editaron hace 25 años son la actualidad, vanguardia y hasta novedad en la música de hoy en día?