Desert Daze es un festival gringo que se hace en el Lago Perris -a una hora de Los Angeles- y trata de tomar una extraña bandera en cuestión de eventos en vivo: el de la contracultura. Creas o no, el festival hace un buen trabajo logrando ese concepto, que lo termina definiendo y hace pensar que sea una cita que no podría realizarse en Chile, al menos en el corto plazo.
La cuarta edición de Desert Daze se llevó a cabo este 2018 entre el viernes 12 y el domingo 14 de octubre y su plus más grande se encontraba en el lineup, que contenía nombres como My Bloody Valentine, Warpaint, Death Grips, Slowdive, King Gizzard and the Lizard Wizard y Tame Impala, entre un montón de otras bandas.
La oportunidad de asistir a un evento así son escasas, pero al ganar entradas por un simple comentario de Facebook y poder hacer la plata como para pagar las cuotas que te deja el crédito de un viajecito así, hizo que los planetas se alinearan y pudiera asistir a estas fechas con bandas tan buenas para ver. Ahora, si bien la música fue excelente, lo que realmente destaca es la organización del festival y lo mucho que se diferencia con lo que tenemos en Chile.
Por eso el primer párrafo es importante. Es necesario saber que Desert Daze ya va por su séptimo año, que fue creado por, entre otros, Phil Pirrone, que le dio la intención de destacar en un lugar tan saturado de presentaciones en vivo y de festivales como lo es California y sus desiertos. Para eso, el Desert Daze se ha tratado de centrar cada año en la psicodelia, sin hacer mucha distinción entre sus tres grandes ramas: la más pop representada por Tame Impala, la rockera en ácido de King Gizzard y el ruidismo shoegaze de My Bloody Valentine. Así, el festival se asegura de tener algo para todos los amantes del género.
Pero la elección de música psicodélica no es gratuita, es una notoria forma de alejarse de los demás festivales que se hacen por la región, algo que también intentan lograr con el espacio -es de mucho menor tamaño que cualquier festival del sector- y la misma forma de hacer sus logísticas. Pero ya es mejor ir detallando más puntualmente:
Punto uno: el lugar donde se hizo
No es nuevo saber que las personas detrás de los festivales ya no buscan venderte solamente unas cuantas horas de buena música, si no que ahora buscan la “experiencia” que puede darte un evento así. Por ejemplo, si bien muchas de las entradas en verde del Lollapalooza Chile se van en reventas, otra buena cantidad de gente las compra solo por formar parte ese momento, sin conocer los nombres de las bandas.
Una de las cosas que diferencia a estos dos festivales, es precisamente la experiencia que ofrecen. Mientras Lollapalooza apunta al fan (con plata) casual de la música, con bandas más pequeñas en su parte media del cartel y diferentes lugares creados para la foto de Instagram -y que vendría a ser el festival de mayor envergadura que tenemos actualmente, sin desmerecer para nada la experiencia que busca lograr-, el Dester Daze busca darte una experiencia más íntima y cercana, y que trata de crear una mezcla con el lugar elegido para hacerlo.
De hecho, algunas de las frases que Desert Daze ocupa para promocionarse son:
“Desert Daze provee una experiencia única; épica pero íntima, esotérica pero accesible, lleno de personajes extraños pero abierto a todos (…), toda experiencia del Desert Daze comienza con ‘normalmente no me gustan los festivales, pero…’ (y a los que si les gustan, Daze termina en su lista de favoritos)”.
“Un campo de juegos surrealista que nos recuerda cómo eran los festivales antes de los Festivales™ (…) ¿Podrá ser Desert Daze la respuesta estadounidense a Glastonbury?”.
-Noisey
“Una cruza entre un mini-Glastonbury y el siempre querido y recordado All Tomorrow’s Parties”.
-NME
Mientras en Chile los festivales se han hecho en lugares de grandes tamaños desde siempre (Espacio Broadway, Parque O’Higgins, Club Hípico y hasta el Club de Campo las Vizcachas), muchas veces estos lugares se ven sobrepasados por la cantidad de gente (las últimas e incaminables versiones del Lolla, o el Frontera que fue en el Estadio de La Florida) o derechamente se ven muy vacíos (Algunos Faunas en Broadway o el primer En Órbita, que fue en el mismo espacio). En Desert Daze la idea nunca fue llenar, y eso se nota con el cambio de lugar.
Antes, el hogar del Desert Daze era el Institute of Mentalphysics de Joshua Tree, un edificio universitario que queda cerca del parque nacional Joshua Tree, y que servía como centro de operaciones -algo que bien podría haberle dado la idea al En Órbita para su versión 2017 en el planetario de la USACH-.
Para 2018, el festival californiano cambió el desierto por un lago, lo que daba la opción de ocupar múltiples sectores sin alejarte demasiado de las pequeñas cantidades de público a las que acostumbra el evento. Según leí, el año pasado Desert Daze convocó a 10 mil personas en sus dos días. Este año, el número pudo crecer a 8 mil por cada uno de los tres días, algo que ni se notó.
Además, podías encontrar sectores con pasto, con árboles y sombra, sectores con arena (el lago tenía una playa) y por supuesto, la opción de bañarte en el lago, una ventaja bien grande en comparación a cualquier otro festival. Aquí, por ejemplo, los Faunas -que se hacen en un lugar con piscina- no te dejan ingresar a las mismas, porque se consume alcohol, aunque en el Desert Daze también.
Para terminar con lo del sector, el espacio estaba lleno de “arte inmersivo” que es, básicamente, una forma fancy de mencionar a las hueás raras que pusieron por todo el lugar y con las que podías interactuar. Desde lugares enteros dedicados a pintar lo que quisieras, hasta pantallas 3D de colores psicodélicos y sectores con sombra, donde podías/debías convivir con más gente, haciendo que eventualmente se dieran conversaciones entre extraños. Algo que también pasaba por las mesas de camping que había en el sector para comer (que dicho sea de paso, era perfecto, hasta los lugares más carnívoros tenían opciones vegetarianas y veganas, bien señaladas).
Todas estas cosas raras que te obligaban a socializar son toda una novedad para un chileno, de hecho, toda esta columna se me ocurrió al estar en el sector para pintar. Sector que al igual que el resto de actividades que habían en el festival, no estaba resguardado por nadie ni tenía promotoras a la vista, lo que hacía una oportunidad ideal para escribir alguna tontera o dibujar un clásico pene en las paredes que te ofrecía el lugar. Extrañamente, no había ningún pene. Ahí uno se da cuenta que este festival no funcionaría en Chile.
Primero, no tenemos sectores así cerca de Santiago, y si bien Lake Perris queda a una hora de Los Angeles, su contexto es una ciudad donde todos se mueven con auto, una realidad que se escapa a la local. Un ejemplo de eso es el problema de transporte para llegar a Fauna Primavera, que debe mover a la gente con sus buses o los espacios para aplicaciones de autos. Desert Daze tenía todo un estacionamiento para estos móviles que te iban a buscar, claro, allá tanto Uber como Lift (los más usados) son completamente legales.
Para terminar, todas las fotos de esta columna fueron sacadas de diferentes asistentes al festival, con los que me comuniqué por un grupo de Facebook pidiendo imágenes gratuitas. El compañerismo y la buena onda asomaron su cabeza en el festival.
Ahora vamos con uno de los puntos más cuaticos e irrepetibles del Desert Daze.
Punto dos: La selección de música y escenarios
Con tanto espacio y lugares para explorar, Desert Daze se preocupó de no dejar demasiado distanciados los escenarios. Dispuso de dos principales, uno secundario y uno pequeño e íntimo donde había tanto música como actividades, además de otro especial, dedicado exclusivamente para los que acampaban y donde no había música, sino que actividades hippies, como yoga en la mañana.
Todo esto significa que solo habían tres escenarios que tratan explícitamente sobre música y bandas. The Theatre, The Block y The Moon, cada uno con su encanto y su personalidad definida. The Moon era el más grande, el que albergó bandas como Warpaint, My Bloody Valentine, Slowdive, Death Grips y King Gizzard. Estaba ubicado estratégicamente en la playa y su fondo era una pantalla gigante que, con el fondo del lago y las rocas, se veía impresionantemente lindo. Que vieras a tus bandas favoritas desde la arena también se sentía bien.
Segundo estaba The Block, un escenario que tenía una pantalla cóncava de fondo, con juegos de luces hechos por Mad Alchemy Liquid, que se especializan en jugar con el típico imaginario psicodélico de lamparas de lava, haciendo de ese escenario el más visualmente asombroso. Ahí tocaron bandas como Jarvis Cocker, Mercury Rev y Uncle Acid and the Deadbeats.
Por último estaba The Theatre, un lugar cerrado con mucha parafernalia ciberpunk alrededor. Se trata del escenario más pequeño pero más intenso. La carpa que lo cubría hacía que existiera un calor humano cuático y cuando eso se mezclaba con algunas de las bandas que tocaron, lo hacía excelente. Ahí tocó GUM, All Them Witches, Malcolm Mooney (el vocalista original de Can) y las increíbles/recomendables Death Valley Girls.
En conclusión, nunca había visto tanto amor puesto a un montón de escenarios, algo que -creo que no es necesario decirlo- menos se ve que pase aquí en Chile, más que nada por la infraestructura de los lugares y la no búsqueda explícita de alguna innovación. El mejor ejemplo chileno de esto es el Movistar Arena como centro de la electrónica durante el Lollapalooza, y la Cúpula, pero como ya dije esos son aciertos del lugar más que una búsqueda.
Quizás lo que más se asemeja eran los escenarios principales del En Órbita del 2017, uno al lado de la calle y el otro escondido entre los árboles, pero hasta ahí no más. Esa falta de búsqueda es en parte, gracias a las productoras de aquí y a los lugares para festivales limitados que tenemos.
Como dato final, varias bandas se presentaron entregando algo más que su show en vivo. Jarvis Cocker tuvo una de sus primeras presentaciones con su nuevo proyecto, Jarv Is; mientras que tres grupos se dedicaron a repasar un disco de estudio completo de ellos: Mercury Rev repasando el Deserter’s Songs -que ahora los trajo a Chile sin Deerhunter-, Ty Segall y White Fance tocando su disco colaborativo Hair y Earth tocando su pegadisimo disco The Bees Made Honey In the Lion’s Skull. Todos con las hermosas imágenes de Mad Alchemy de fondo.
Por último, recalcar la importancia que le dan al rock psicodélico allá. Desde un día cerrado por la aplanadora que es King Gizzard and the Lizard Wizard, hasta Earth, Uncle Acid, Earthless, Wand, Wooden Shjip y Ty Segall, todos en buenos horarios (excepto Segall que tocó a en la madrugada del lunes, tipo 1:30 am). El rock claramente sigue muy presente en la sociedad californiana de volados.
Para el final, quería dejar una de las cosas más importantes.
Punto tres: la logística y los organizadores
El festival Desert Daze es autogestionado, lo crearon entre varias personas que, probablemente, deben ser muy cuicas. Uno de los organizadores tiene una banda: JJUUJJUU, que tocó más de una vez durante el festival (creo que una vez por día), lo que igual puede hablar de un ego grande. Además, este proyecto toma la bandera del anti-festival, porque en California y en los Estados Unidos en general, la cultura del festival ya superó el límite, entonces, un anti-festival, con un buen lineup, espacios abiertos y con lugares para perder el tiempo de manera no idiota (como hacer una cola de más de 45 minutos por una cosa para llevar el agua, para entrar a una caja de zapatos gigantes o para que te tomen una foto con Elvis) hace una diferencia enorme.
Claramente el festival es de nicho, y se nota, pero allá hay suficiente gente como para que la experiencia funcione. Pero tampoco tanto como para que se descontrole. Por ejemplo, la gente que te corta los tickets o que te ayuda en el festival son casi todos voluntarios, tratando de acercar lo más posible la vida comunitaria al Desert Daze.
Si bien este neo-socialismo musical suena genial en papel, hay un detalle que lo diferencia sustancialmente de esa utopía: está dedicado a la gente cuica. Si bien, toda la base de esta hipótesis es que este tipo de festivales no se puede llevar a cabo en un Chile próximo -por cómo la industria ve los festivales aquí y por las claras diferencias entre uno y otro-, hay algo que une a Desert Daze con la mayoría de los festivales de acá: ambos tratan de ser excluyentemente para cuicos. Y lo que en el caso del Desert Daze es peor: de cuipis, esa raza de cuicos mezclados con hippies.
Pero esta ayuda comunitaria de personas no preparadas para lidiar con grandes cantidades de gente, mezclados con cuipis, y esa porción de público que pudieron comprar sus entradas endeudándose, puede terminar mal si no se maneja bien. El mejor ejemplo para esto, y sorry por lo autorreferente que está a punto de ponerse esto, es lo que me pasó el primer día de festival, el viernes 12.
La noche terminaba con Tame Impala en The Moon y después Connan Mockasin en The Block. Con mi pareja no acampamos, arrendamos a treinta minutos manejando del lugar en cuestión, pero casi seis horas si es que decidíamos caminar (lo que claramente no era una opción en un valle oscuro a las 4 de la mañana en un país que no conoces sin señal), por lo que contábamos con el WiFi gratuito del festival para pedir un Uber e irnos en la noche.
Durante la tarde-noche se comenzaron a asomar nubes de lluvia que decantaron en unos chubascos leves y unos relámpagos a lo lejos, que solo hacían que los shows que daban hacía el lago se vieran mucho más imponentes. Uncle Acid and the Deadbeats se llevó la mejor parte de esas imágenes. Después venía Tame Impala, que prometía mandarse el show de su vida hasta que fueron cortados abruptamente. Solo alcanzaron a tocar tres canciones (‘Nangs’, ‘Let It Happen’ con un final de confeti -y ojo que era recién la segunda canción- y ‘Sundown Syndrome’, un lado B que nunca han tocado en Chile, según Setlist.fm).
Los cortaron por el peligro de descarga eléctrica sobre el festival, prometieron que Tame Impala no cancelaría pero que por el momento volviéramos a nuestros autos o carpas a dejar que la tormenta pasara. Los que no teníamos ninguno de los dos medios para esperar estábamos cagados, en especial cuando cachamos que por la situación, el WiFi del festival se había caído. Después de hacer dedo y pedir internet a extraños durante la tormenta eléctrica, un gringo bondadoso compartió su Lift con nosotros y hasta nos pagó todo el viaje, porque congeniamos mucho por nuestro mutuo amor a Lynch. Durante toda esa noche pensé que esto de quedarse en un motel cerca del lugar era una pésima idea y que debíamos haber elegido acampar.
Al otro día había cientos de historias de gente que acampó y que luego fue desalojada, ya que las descargas eléctricas también podrían llegarles a ellos. Les dijeron que lo mejor era que fueran a buscar un refugio con techo en los moteles cercanos, pero semanas antes ya estaban todos llenos (lo sé, porque nosotros mismos revisamos esas semanas anteriores y lo más cercano que pillamos fue a media hora en auto y seis horas caminando). Mucha gente se tuvo que quedar con las personas que atendían en el festival y que no sabían cómo afrontar la situación.
Era genial que fuera gente común la que cortara tus tickets y revisara qué tenías en tu mochila (te dejaban pasar de todo), pero a la hora de las cosas más serias, no estaban preparados para una situación límite como esta. Al final, el festival abrió sus puertas todo el fin de semana para la gente que solo tenía tickets del día viernes, ya que se perdieron a Tame Impala y a Connan Mockasin -que por suerte tocó en Chile en el Fauna-.
Ahora, claramente todo esto es una historia de mierda que por suerte yo saqué barata, pero uno no puede dejar de pensar que si hubiera pasado algo así en Chile, hubiéramos estado aún menos preparados, incluso con seguridad y equipo capacitado. Por ejemplo, el año pasado el Fauna prometía convenio un Cabify y estacionamientos especiales, pero no había nada de eso. Personalmente, tuve que compartir un Uber con un tipo que no conocía y que me dejó en Estación Mapocho.
Allá las pequeñas autoridades del festival no eran prepotentes -como normalmente pasa aquí- y aún así no pudieron contra la situación. Muchos le echan culpa a Desert Daze por no estar preparados, pero según el gringo salvador del Lift, no llovía en California desde hace más de seis meses. Nadie estaba preparado para una cagada tan grande, pero lamentablemente la opción de Desert Daze fue mandar a todos a moteles cercanos (un gasto extra para los que viajaban desde lejos) con movilización que ni siquiera ellos proveían, otro gasto extra para la pobre gente que por algo estaba acampando, probablemente hubo mucha gente con las lucas justas para el fin de semana.
Osea que, ese viernes, de los que estaban acampando, se salvaron solo los cuicos que tenían esa plata para gastar en un imprevisto.
Al final, para recapitular y para que esto no se alargue tanto más, algo como el Dester Daze no podría lograrse en Chile por razones simples. Desde como se ve el negocio de la música acá, la cantidad de ofertas, como la comunidad allá se mueve casi exclusivamente en auto, la autogestión, los lugares físicos donde hacerlos y por supuesto (algo que no hablamos en la columna) lo casi imposible de que tantos nombres buenos pasen de gira por el mismo lugar a la vez, porque seamos realistas, es muy raro si una banda diera prioridad en su gira pensando en un festival en Chile como lo deben haber hecho con algo como Desert Daze.
Las fotos fueron una colaboración de las siguientes personas:
-David Lacroix (Que tomó la excelente foto de portada de Earthless, entre otras)
– Jarret Cole
– Damian Lovazzano
– Frank Verdi
– Florencia Solís
Gracias a todos ellos por aportar con sus imágenes.