Conocí a Scott Walker tarde. Muy tarde. Animado por el entusiasmo que derrochaba Rockdelux sobre el disco Tilt -el regreso de Walker tras más de diez años- compré ese cedé y fue un flechazo inmediato. Ahora suena raro que el entusiasmo de una revista musical empujase a correr a una tienda a comprar un disco, pero en el ’95 era una biblia y me creía absolutamente todo lo que decían. Eran otros tiempos. Menos mal que fue así. Pero comenzar por Tilt no parece la mejor manera de acercarse a Noel Scott Engel, su verdadero nombre.
La carrera de Scott Walker es muy atípica, eso es lo que van a destacar todos los obituarios debido a su desgraciada pérdida. Y, aunque sea el tópico del que toda la prensa está tirando, es inevitable porque encierra una de las muchas cosas que hacían fascinante al músico. Pasó de ser un ídolo juvenil, a un creador avant-garde. Lo habitual es que los años domen el espíritu y que de lo explorador se pase a lo convencional. No hay más que pensar en U2 o en los Stones, ejemplo de banda revolucionaria que se convirtió, no muchos años después, en una empresa que se dedicaba a reciclar sus hallazgos juveniles. En otros ámbitos podemos encontrar algunos ejemplos. El cine de Godard cada año que pasa es más hermético, demandante y casi, se diría, hecho contra el público.
Pero en la música simplemente no se da. No se me ocurren muchos paralelismos en la Historia del Pop. Quizá lo más cercano podría ser la carrera de Alex Chilton, aunque la de Chilton, fuertemente personal y esquiva, no entró en los terrenos de lo experimental. ¿Kate Bush?. Quizás, pero difícilmente nadie tan extremo como Walker.
Como Dios, él era uno y trino. Un joven cantante pop en un trío de éxito con los Walker Brothers (que ni eran hermanos, ni ninguno se apellidaba Walker), un crooner de los márgenes -como pasó con la carrera en solitario de Nico- y, también, un músico experimental en el que la búsqueda de lenguajes poco explorados y su legendaria lentitud de edición discográfica, además de su alergia a los escenarios, lo convertían en el perfecto icono del malditismo.
Si para sumergirse en una carrera larga, y la de él lo es, siempre es recomendable eso tan socorrido de: “escúchalo en orden”, con Scott Walker ese viaje es mucho más placentero y lógico. Sus primeros cuatro discos tras salir de los Walker Brothers se titulan Scott, Scott 2, Scott 3 y Scott 4. En realidad entre el tercero y el cuarto hay una colección de temas grabados para la tele titulado Sing Songs From His TV Series, que ni siquiera consideraba parte de su discografía y que nunca permitió que fuera reeditado. Si él no lo incluye, quién es uno…
Esos cuatros Scotts ya encierran al aventurero buscador de un lenguaje propio aunque estén llenos de versiones. Sobre todo es significativa la pasión casi obsesiva por el cancionero del cantautor belga Jacques Brel, sin duda una influencia mayor para él. En los tres primeros Scotts nada menos que se incluyen tres canciones por disco de Brel, siendo el cuarto completamente de canciones originales. Todos gozaron de gran prestigio crítico aunque el último, del año 69, se demostró tremendamente influyente en el futuro. No es difícil apostar que Divine Comedy, Pulp o Last Shadow Puppets entre muchas otras bandas serían diferentes sin este trabajo. La influencia de sus arreglos, de su forma de cantar, de la exuberancia del pop orquestal de esta obra maestra perdura hasta hoy y lo seguirá haciendo mañana.
Tomemos simplemente las tres primeras canciones que lo abren. ¿No se nota claramente la huella de ‘The Seventh Seal’ en canciones como ‘Standing Next To Me’ de The Last Shadow Puppets? ¿No es evidente la similitud en la forma descreída de cantar de Jarvis Cocker en ‘On Your Own Again’? ¿Mis oídos fallan o si metes ‘The World’s Strongest Man’ en un disco de Divine Comedy nadie lo notaría?.
Los años setenta son confusos, tortuosos y, artísticamente, mayormente irrelevantes. Discos hechos para cubrir su contrato, vida dedicada a beber y una reunión fallida de los Walker Brothers en la que los tres discos que editaron no fueron exitosos ni interesantes para el público masivo. Aunque el último, Nite Flights, contiene algunas composiciones de Scott que dan pistas de lo que estaría por llegar en los siguientes años. Scott no estaba para cantar sus viejos éxitos en el circuito revival, así que finalmente terminó con el proyecto para siempre, huyendo de la exposición pública.
Durante los ochenta, el único disco que publica es Climate of Hunter de 1984. Un álbum en el que prefigura su etapa más oscura y compleja. No poniéndoselo fácil ni al oyente ni a la industria (la mitad de las canciones ni siquiera tienen título), tampoco sirve para situarlo como un artista popular. No es raro escuchando temas como ‘Sleepwalkers Woman’, suntuoso pero sin percusiones o ritmo reconocible, que hace pensar en la cara B del Low de David Bowie.
Pero, a pesar de que Climate of Hunter es un disco poco convencional, ni se aproximaría al que rompe su silencio discográfico tras once años, Tilt de 1995. Un trabajo en el que su característica voz de barítono se entremezcla con arreglos orquestales, ritmos marciales, arrebatos y tormentas de ruido y oscuridad, mucha oscuridad. Es evidente la influencia que tuvo este trabajo en la obra de Anohni, sin ir más lejos. Un disco político en las letras y hermosísimo en su complejidad, que forma una especie de trilogía dantesca junto a los aún más experimentales (si tal cosa es posible) The Drift de 2006 y Bish Bosch de 2012. Muy comentada fue la inesperada aparición de la voz de un fantasmal Pato Donald salido del infierno en ‘The Escape’, dentro de The Drift. O, en ese mismo disco, en la canción ‘Clara’, que trata sobre Mussolini, se escucha a Philip Sheppard dar puñetazos a un trozo de carne tal como se veía en el documental “Scott Walker: 30 Century Man”, producido por su discípulo David Bowie. Es probable que si El Halcón Maltés estaba hecho con el material que se forjan los sueños, la música de esta trilogía es del material con el que se forjan las pesadillas.
Así, durante las cuatro últimas décadas publicó un disco por cada una de ellas a su nombre. A eso habría que unir la colaboración, en principio extraña pero, dada su evolución, absolutamente coherente, junto a los reyes de la drone music Sunn O))), la música para un ballet, y tres bandas sonoras. La primera para la excelente película Pola X del cineasta Leós Carax, otro artista de los márgenes. Y sus dos últimas composiciones son colaboraciones con el actor y director Brady Corbet, para sus dos interesantísimas películas. Por un lado, The Childhood of a Leader de 2016, y el pasado año Vox Lux, extravagante musical con Natalie Portman y Jude Law que fue un fracaso de taquilla y que también contenía canciones de Sia.
No es de extrañar que multitud de músicos hayan inundado las redes con muestras de aflicción por la pérdida de un maestro de músicos. Así se podían ver esta mañana en Twitter, mensajes de Thom Yorke, Low, Bob Stanley, Marc Almond y decenas y decenas de otros artistas se han sumado al talento de un músico que, como los casos de Leonard Cohen o David Bowie, es doblemente triste porque lejos de ser una estrella decadente o apagada, llevaba décadas estando en su mejor momento.