“La verdadera historia de una vida es la historia de sus humillaciones”, dice el epígrafe que Dean Wareham escogió para introducir su autobiografía, Postales negras. Ni la épica ni la genialidad ni ningún atributo extraordinario son el objeto de su relato. Por el contrario, el cantante de esas dos bandas encantadoras llamadas Galaxie 500 y Luna parece deleitarse con las historias menores y con los innumerables detalles guardados en sus diarios de vida.
Efectivamente, lo que Dean Wareham construye en este libro -publicado en 2008 y traducido cuatro años más tarde- son viñetas, breves capítulos que se inician con su nacimiento en Wellington y acaban con los primeros pasos del dúo Dean & Britta, que formó junto a su mujer, la bajista Britta Phillips. Muchas de ellas, si no son negras, al menos son oscuras. Hay algo de terapéutico en este libro, sobre todo en aquellos pasajes donde Wareham hace sus descargos por desarmar a Galaxie 500 o intenta explicar sus infidelidades y el fracaso de su primer matrimonio. Pero no hay excusas. Si algo caracteriza a la narración, es un tono que navega entre la distancia, la frialdad, la resignación y la templanza. Ni siquiera hay demasiadas explicaciones sobre sus propias canciones. Tampoco hay héroes ni iluminados.
“Los grupos de rock and roll se hacen viejos y finalmente se separan: es una parte inevitable de la historia”, dice al recordar el fin de Luna, ahora reagrupados y con dos flamantes discos estrenados este año. “Acabábamos de aceptar nuestra muerte con resignación, y la hicimos pública justo antes de empezar la gira. Esperábamos que aquello nos ayudase a vender más camisetas, el eje vital de las giras de rock and roll. Vender camisetas te proporciona dinero en metálico y pone de buen humor a todo el mundo. No hay nada como tener un pequeño fajo de billetes en el bolsillo obtenido por la venta de camisetas”.
En otro pasaje, explica la ruptura de Galaxie 500 en estos términos: “Al principio es divertido formar parte de una secta, de una sociedad secreta. Pero empiezas a involucrarte demasiado en las vidas de los demás. En vez de ser amigos, comienzan a parecer amantes; pero no tenían ninguna intención de irse a vivir juntos. Yo quería a Damon y a Naomi, pero no quería casarme con ellos. No quería pasar el resto de mi vida a su lado”.
Postales negras, sin embargo, está lejos de ser un relato pesado. Varios pasajes son como postales de humor negro, construidas sobre el mito de la estrella de rock y su enorme distancia con la realidad. “Vale, mi foto salía en la portada de la sección de arte y entretenimiento, pero seguía sin un centavo”, escribe Wareham cuando recuerda un artículo que el New York Times le dedicó a Galaxie 500. “Mi compañera, una chica de Puerto Rico, se reía de mí. ¿Tocas en un grupo? Pues no será muy conocido, porque entonces no estarías aquí. Esa chica no leía el NME o el Melody Maker”, dice a continuación, recordando a una colega en uno de los tantos trabajos menores que buscó durante la existencia del trío, pese a tener un diploma de Harvard.
Del mismo modo, su relato está plagado de hoteles sucios, conciertos semivacíos y giras incómodas, que apenas eluden los números rojos. Vida de estrellas, pero de una división menor. Hay muchos párrafos dedicados a los trayectos que Galaxie 500 y Luna hicieron apretujados en furgonetas, aburridos, agotados, gritándose o haciendo juegos absurdos, como preguntarse a quién no telonearían, a quién no se tirarían (sí, la traducción es españolísima) o qué celebridad suma pocos centímetros de altura. Líneas como las siguientes: “Eddie Vedder es bajito. Prince también (…) Bono es bajito. Y tenía un aspecto ridículo: ¿por qué nunca se quitaba las gafas de sol? ¿Y qué hay de The Edge? ¿Qué se piensa, que tiene diez años? ¿Por qué se hace llamar The Edge? ¿Y si yo decidiese llamarme Viento Fresco?”.
¿Hay historias de drogas? Sí, sobre todo éxtasis y cocaína. ¿Hay historias de sexo? También, pero Wareham puede rematarla de esta forma si ocurre en los burdeles de Sankt Pauli: “Me alegré de que nadie aprovechase aquel incidente para ponerme un apodo lamentable, como el Eyaculador Veloz, Esperminator o el Hombre Rápido”.
El humor y la autoparodia son dos virtudes de Postales negras, pero serían irrelevantes si sus páginas no fueran también una ventana singular a episodios musicales apasionantes. Neozelandés de nacimiento, Wareham llegó a Nueva York cuando tenía 14 años, así que tuvo una educación musical envidiable. A Gang of Four los escuchó teloneados por REM. A The Clash, en dos ocasiones: junto a los Undertones y Bo Diddley y luego con Grandmaster Flash (abucheados e insultados por el público, por cierto). A los Ramones se los encontró una tarde en una feria de discos. A los B-52’s los vio a los 16. Y así, con Talking Heads, Pere Ubu, Blondie, Devo, PIL y muchos más. Y su narración es también una mirada sobre las -a veces engorrosas- grabaciones, las vicisitudes de la industria, los vicios de la prensa musical y las transformaciones que impusieron los años, desde los singles de siete pulgadas a la irrupción de internet.
Es seguro que un fan de Galaxie 500 o Luna gozará más de Postales negras, pero no es un requisito imprescindible, porque Dean Wareham se revela aquí no solo como un autor de canciones deliciosas, sino también como un estupendo narrador.
Postales negras
Dean Wareham
391 pp.
Editorial Libros de Ruido
Traducción Tito Pintado
Puedes conseguirlo en Librería Nueva Altamira