Pasan las décadas y la música que Joy Division alcanzó a grabar en su breve historia sigue siendo tan fascinante, que permite ejercicios detallistas como el de Ian Curtis. En cuerpo y alma. Cancionero de Joy Division: las letras de las 43 canciones del grupo, ordenadas cronológicamente, en inglés y español y con imágenes de los manuscritos. Allí se puede ver la singular caligrafía de Ian Curtis, imaginar que hay tras algunas líneas tachadas, escudriñar en el pulso de la escritura.
Curiosamente, parte importante del atractivo que puede tener este libro reside en los contenidos que rodean a esas letras. Primero, el prólogo que escribe Deborah Curtis, quien relata de primera fuente la tragedia que acabó con su esposo quitándose la vida. Ella, quien ya había publicado el autobiográfico Touching from a distance (1995), retrata al joven Ian Curtis como un muchacho estudioso, ordenado y sumergido en sus intereses: “Lo único que parecía necesitar en su vida eran los discos, la prensa musical y el tabaco”, escribe. Algunos de sus párrafos también son valiosos por sacar a Ian Curtis de algunos lugares comunes donde hoy se localiza. Su pasión por el reggae, por ejemplo, la recuerda con sus visitas a clubes como el Mayflower y el Afrique: “Salíamos por ahí todo lo que podíamos. Lo consideraba una oportunidad para conocer a la gente que vivía en esa zona, de sumergirse en otra cultura. Nos empapamos de la atmósfera de las tiendas locales y por las tardes recolectábamos dinero para las apuestas de fútbol”, relata.
Su narración, además, es la de una mujer que mira en retrospectiva una historia de amor desgarrada y a un hombre que se hundió frente a sus ojos: “Ian usó la epilepsia como un escudo y centró su trabajo en la expresión de sensaciones como el aislamiento o la pérdida –escribe en un pasaje. Notaba que quería hablar conmigo, pero en casa se mostraba amargo, como si hablar abiertamente hiciera más real su enfermedad. Mientras el hueco crecía entre nosotros y se llenaba de complicados secretos, él siguió exhibiendo su frustración y su dolor ante el público. Más que transformarse, su escritura maduró hasta tal punto que puedes oír las heridas en su voz”. Más tarde, vuelve sobre esa brecha: “Vertió en la escritura todo lo que no podía expresar verbalmente y, por ello, sus letras nos dicen mucho más que cualquier conversación mantenida con él”.
Esa última frase puede ser cierta, pero su puesta en contexto la hace luego la introducción del periodista Jon Savage, quien sobre todo rastrea los vínculos entre Joy Division, las letras de Ian Curtis y su bagaje literario. Desde el nombre de la banda, tomado de La casa de las muñecas de Ka-Tzetnik, hasta los libros esparcidos por la habitación en la que habitualmente el cantante escribía: Borroughs, T.S. Eliot, Artaud, Wilde, Rimbaud, Andy Warhol, Huxley, Anthony Burgess, Dostoievski, Sartre, Herman Hesse, Nietzsche. Las portadas de esos libros, convenientemente, también se pueden ver en los apéndices, que además incluyen entrevistas, reseñas, cartas de fans, afiches y fanzines, entre otras huellas de la época.
“La idea del héroe que lucha en el interior de un sistema laberíntico es un tema, entre otros, de Kafka, Gógol o Borroughs. Es difícil no ver una línea temática que va desde los enigmáticos funcionarios de El castillo kafkiano a las teorías del control de Burroughs, o desde el fatalismo de los rusos del XIX a la ciencia ficción de posguerra. En ese marco, el exquisito tecnobarbarismo de Ballard aportaba un elemento adicional. La ciencia ficción ofrece un presente alternativo, y Curtis utilizó ese lenguaje para el primer álbum de Joy Division, Unknown pleasures”, escribe Savage en un pasaje, uniendo los puntos para delinear una figura. En otro, recoge un recuerdo del baterista Stephen Morris: “Hacíamos largas improvisaciones e Ian se sentaba en un rincón con su cuaderno de letras y probaba algunos de los versos que había escrito. Introducía palabras y la cosa empezaba a sonar menos como una improvisación inconexa y más como una canción. En una tarde podíamos componer una canción o dos porque tenía muchas letras”, relata.
Juntando cada una de esas piezas, es posible atisbar el lugar desde el que surgió una música como la de Joy Division. Cobra un sentido distinto, por decir un ejemplo, una canción como ‘Heart and soul’, en la que Ian Curtis virtualmente recita sobre el pulso que dibujan sus compañeros. No se trata, como dice el mismo Savage, de leer letras de canciones como si fueran poemas, escritura escindida de la performance musical, sino de valorarlas en toda su profundidad. Se trata de hacer justicia a una banda que concretó un anhelo que Ian Curtis dejó en una pequeña anotación, que este libro recoge como epígrafe: “Hay que ignorar + quebrar influencias previas (triviales) – mirar hacia delante. El gusto es costumbre. La repetición de algo ya aceptado”.
Ian Curtis. En cuerpo y alma. Cancionero de Joy Division. Malpaso / Océano. 240 páginas.