Mientras vivíamos un proceso histórico que nos empujaba con la fuerza de un huracán hacia afuera, hacia las calles, a mirarnos en los ojos de los demás, llegó un virus y lo cambió todo. O casi todo. Tuvimos que encerrarnos y esa adrenalina siguió viva dentro de nuestras casas y de nosotras mismas. Lo que el virus no pudo cambiar fueron esos grupos de WhatsApp con vecinos y vecinas, la organización social, el acompañamiento con amigas y esa semilla que se plantó para muches antes y después del 18 de octubre: pensarse solo como individuos no sirve para construir una vida mejor.
Llegó el encierro y las reuniones pasaron de las plazas a las pantallas. Los conciertos, obras de teatro, presentaciones, estrenos y conversaciones dejaron de tener olores. Se perdió un sentido y me pregunto si hemos ganado otros.
A principios de junio, Francisca Valenzuela convocó a su audiencia para construir juntos el significado de ‘La Fortaleza’, canción que le da nombre también a su cuarto disco. El poder de las redes sociales se volcaron hacia un lado que es siempre luminoso -el de la creación- y mil 600 personas acudieron al llamado. Mil 600 personas se tomaron un momento dentro de la propia batalla personal que encuentran librando cada una en esta época, para pensar en qué era para ellas la fortaleza y llevarlo hacia algún tipo de expresión. Y así, como todas las vidas son diferentes, fueron los resultados.
En algo más de cuatro minutos se ven imágenes en el afuera, campos y playas solitarias. “Qué suerte”, pensé, encerrada en un modesto departamento del centro de la capital, en el que un solo rayo de sol llega entre las 4:02 y las 4:15 de la tarde. Pero si algo nos ha enseñado el presente es que una nunca sabe lo que pasa detrás de la foto o el video que estamos viendo, entonces me arrepentí. Solo les deseé lo mejor. Y que realmente fuera solo fortuna.
Por supuesto, también hubo muchas tomas desde el encierro. Personas bailando en el living, en su pieza; otros y otras, ejercitando. Pero hubo un grupo de imágenes que se quedó conmigo. La de tomar once. Comer juntos. ¿Cuántas personas volvieron a esta práctica casera a raíz del encierro? El año pasado hice una encuesta -para nada válida- entre mis conocides, para saber cuántos aún tomaban once. La mayoría me comentó que ya no lo hacían, porque a esa hora seguían trabajando o estudiando fuera de sus casas, pero todes lo recordaban como un buen momento de años atrás, cuando otro u otra se encargaba de protegerlos y sustentarlos. No se trata de idealizar una situación que nos ha mostrado solo tragedias, sino de encontrar dentro de todo ese horror pequeñas lucecitas de resistencia y, para mí, poder comer un pedazo de pan acompañada es un privilegio y una inyección de energía.
Entonces, me hizo feliz simplemente eso, ver a personas que no conozco tomar once, de la misma forma que me da paz ver a desconocidos ordenando su casa en YouTube.
También me di cuenta que la mayoría de las personas que participaron eran mujeres y disidencias, no me sorprendió. Creo que no guarda directa relación con que ese sea el público que sigue a Francisca. Muchos pueden no haberse atrevido a enviar su video. Creo que tiene que ver con que son precisamente estas personas las que actualmente están encontrando sobre todo en internet y en la cultura pop a la que pueden acceder a través de él, un cobijo, una plataforma, un espacio de expresión e identificación. Francisca solo abrió una puerta, una oportunidad, con ese llamado. Son las personas que no se han sentido identificadas históricamente con la cultura oficial quienes están atreviéndose a tomar esos espacios. Y la música ofrece (y siempre ha ofrecido) esa posibilidad.
Las canciones son capaces de moldear nuestras identidades todo el tiempo, porque son discursos que permean. Pero, al mismo tiempo que pueden mostrarnos nuevos mundos, fantasías que nos gustaría habitar o que simplemente nos acompañan en la propia, las canciones también tocan nuestros universos internos, como pistolitas de electroshock.
Francisca abrió una puerta y lo que podría ser un acto voyerista de nuestra parte, como espectadores, se transformó en un artefacto de compañía, empatía y resistencia. Francisca abrió una puerta y mil 600 persona demostraron que -como dice la imagen de una persona dibujando en el clip- somos un montón de cosas.