Relatar en un orden cronológico las andanzas de Rosario Bléfari es quitar magia a cada uno de sus pasos. Para ella, la poesía, la escritura, la música y la actuación eran las herramientas para explorar y mostrar su visión del mundo, sin separaciones más allá del cambio de formato. Es por eso que dentro de su biografía, las canciones, los libros de poemas, los cuentos, las películas y las obras de teatro parecen piedras firmes dentro de un río torrentoso, que sirven para tomar aire y equilibrio antes del próximo salto, en la misión de cruzarlo.
Su debut en 1989 con Suárez en un bar de San Telmo, en Buenos Aires, no fue su primera incursión artística. En 1986 fue parte de Doli vuelve a casa, dirigida por Martín Rejtman, con quien volvió a trabajar en Silvia Prieto y Rapado, además de más de una decena de otras participaciones en el cine, como Verano, del chileno José Luis Torres Leiva.
Rosario y Chile. Chile y Rosario. Así como en Argentina representó ella misma y también junto a Suárez un universo creativo con el que se identificó gran parte de una generación, en Chile se trataba de un grupo de culto. Ese que la gente se pasaba entre casetes de mano en mano, ese que visitaba la Sala Master de Universidad de Chile y los y las adeptas llegaban como si les estuvieran pasando un dato imperdible. No es casualidad que más de la mitad de Cenando con Suárez, documental dirigido por Guillermo Nieto y Miguel Mitlag de 1998, durante la época de Galope, transcurriera a este lado de la cordillera, en un Santiago confundido que ansiaba ser moderno después de años de dictadura.
Suárez sonaba a deseos del presente y, sin quererlo, sin buscarlo, a futuro. Ahora lo sabemos.
Tal como escribía Bárbara Carvacho en conversación con la artista, en el 2016, “solo basta hacer un rápido repaso por Galope o Excursiones para entender que Rosario y compañía estaban trabajando con una visión a futuro sin hacerlo forzado, sólo usando el afinado ojo implícito que pavimentó la carretera que los deja en el presente con la novedad de las bandas que suenan por estos días. “Ahora hay un montón de músicos que tomaron algunos de los elementos que teníamos y fueron más lejos”, dice la cantante y actriz, y pone como ejemplo a Él Mató o Bestia Bebé que, aún cuando no suenan igual, hacer el ejercicio de escucharlos sí deja la sensación de que las tres bandas estuvieron en la misma fiesta y lograron rescatar situaciones y sonidos similares, de la misma camada. Pero Suárez llegó antes”.
Pero en el mismo año en que Argentina entra en una profunda crisis -2001- que con el paso de los años cambia y cambia de forma, pero no parece irse del todo, Suárez se separó. Y Rosario inició una carrera solista con siete discos, siendo el último publicado el año pasado (Sector Apagado), además de haber emprendido bandas con nuevos compañeros musicales, como Los Mundos Posibles junto a Julián Perla de Mi Pequeña Muerte y Sué Mon Mont.
En tiempos en que se dice que hay que “aprovechar” la cuarentena para tomar cursos, hacer ejercicio, aprender un nuevo idioma o a cocinar, como si fuese una obligación del mindfulness encontrar lo positivo en medio del horror de nuestras sociedades que se caen a pedazos, también reina el síndrome de la página en blanco y destacan los caminos para llegar fácilmente a pensar que todo lo que te llenó el alma antes de todo esto, ahora carece de sentido. La incertidumbre es un pésimo espejo. La última entrada de Rosario, publicado en este blog, el 21 de junio, echa por tierra todo aquello. Cualquier deber, cualquier teoría que se pueda lanzar en caliente sobre este contexto. Prevalece el fluir, la creación como manera de explicar el mundo, la belleza sin otro fin que el de existir. Flotar y crear, porque crear es una extensión más de ser.
En Viernes, dice:
“Locura de plantas. Decido hacer una inversión de una parte de mis ahorros en algunas plantas, aunque no sepa lo que va a pasar, aunque no sepa si voy a necesitar esa plata, no me importa, siento que esta es mi oportunidad de intervenir mi entorno todo lo que pueda. Es un placer enorme preparar la tierra y plantar flores de invierno: pensamientos, caléndulas, alelíes, coquetas, violetas, lirios y alelíes. Nunca me gustaron las flores cortadas porque no me gusta sacarlas de la planta y tenerlas en un florero, agonizantes para nuestro beneplácito. Prefiero el florero seco para eso, armado con ramas, palitos y hojas secas. Pero las flores plantadas están ahí, vivas, agarradas a la tierra”.
*Foto: Germán García Adrasti/Clarín