Son cuatro años viendo una pregunta directa escrita en las murallas de distintas ciudades de Chile: “¿Quién mató a Anna Cook?”. Letras hechas con pintura, papel, en letras gigantes o en la esquina de un muro. Letras hechas con rabia, también. La rabia que provoca vivir en un país donde la impunidad se vive desde que naces hasta que mueres. Si naces fuera de un círculo en particular, claro.
Esa pregunta es la que se hace una familia y amigos. La que se hacen las organizaciones lesbofeministas que intentan encontrar justicia para las muertas y desaparecidas de su comunidad, en un país en el que “dar la mano a otra mujer, besar a otra mujer, e incluso manifestar una expresión de género diferente a la que exige la obligación de heterosexualidad, son suficientes para exponerse a ataques de lesbo-odio, amenazas, e incluso acoso y abuso sexual ‘correctivo’”, escribe la periodista Rocío C. Gómez en este artículo sobre el caso de la muerte de Ana Villarroel González, también conocida como Anna Cook.
Ana murió el 2 de agosto de 2017. “Anna Cook fue una mujer lesbiana, DJ, diseñadora gráfica y artista, que a la edad de 26 años, fue violada en la casa donde arrendaba una habitación. Posteriormente es encontrada sin vida, con marcas en su cuerpo, circunstancias que hasta la fecha no han sido esclarecidas”. Así explican sus cercanos el inicio del momento en que sus vidas se quebraron.
Hoy esta editorial no ofrece novedades sobre el caso, pues el trabajo de la fiscalía no avanza. Avanza el mundo, la vida de la o las personas culpables también, impunes, pero nada más. Ojalá pudiésemos estar escribiendo algo diferente. Ojalá pudiéramos decir que las diligencias avanzaron y que la justicia se ve cerca, pero no.
Con la editorial de hoy queremos hablar de Ana. Queremos que más personas que, quizás no conozcan su historia, lo puedan hacer. Y si es que es posible, también pedirle a la comunidad musical de este país que ayude a empujar la búsqueda de justicia. ¿Cómo no hacerlo? Su madre lleva una lucha de años en un caso con errores en la investigación que, simplemente, no tienen explicación. Ella y otros cercanos, además, indican que las personas que saben algo, no hablan.
La música crea comunidad. La cultura del baile, que es a la que pertenecía Ana, es un espacio vital. Es ahí donde tomamos conciencia de nuestro cuerpo, del cuerpo de los demás. Es ahí donde encontramos otras formas de comunicarnos. Es también un espacio que representa, al mismo tiempo, un espacio seguro y de peligro para mujeres y disidencias. Así como todos los demás que nos atrevemos a habitar.
En la editorial de hoy, como equipo de POTQ Magazine, pedimos que la comunidad musical chilena se involucre de forma activa en la búsqueda de justicia para Anna Cook. Que su caso no se olvide. Que su nombre no sea solo un graffiti escrito en las murallas. Que se contribuya a que todos los espacios que habitamos las mujeres y las disidencias, sean de libertad, creatividad y compañerismo. Que lo colectivo se materialice tanto en las buenas como en las malas.
“Nos están matando como moscas, chiquillas”, decía Rae del Cerro de la banda Horregias, en el Femfest de 2017. ¿Qué va (vamos) a hacer la comunidad musical al respecto?