Es primavera de 1998 y estoy en mi pequeño pueblo del norte de España. Hace un mes ha salido ‘Segundo Premio’, primer single de lo que será el tercer disco de mi grupo favorito en ese momento, Los Planetas. He estado escuchando ese cedé single enfermizamente durante ese mes. Me duermo cada noche con los auriculares puestos, con el volumen hasta que me duelen los oídos (aún no hay limitaciones legales al volumen aceptable de los reproductores de música). ‘Segundo Premio’ tiene todo lo que necesita alguien de mi edad. Reproches, amores más grandes que la vida, deseo de venganza y un romanticismo enfermizo (que hoy sabemos que se llama tóxico). Es la carta de presentación de Una Semana en el Motor de un Autobús, ese tercer disco para el que nadie, ni sus fans más irredentos, como yo, estábamos preparados.
Un disco en el que el grupo pasa de ser una banda especial para la generación del indie en España, a un estatus mitológico. Se convertiría en la banda sonora de la adolescencia y tardoadolescencia de unos jóvenes que tenían que buscar eso en los discos R.E.M, de PJ Harvey, de Mercury Rev, de Belle and Sebastian, Sonic Youth, Yo La Tengo, de Diabologum, de Mazzy Star, de Hefner, de Portishead, de Pavement, de Nirvana o en el Ok, Computer, con el que tantas comparaciones por su impacto generacional se ganaría. Era eso, pero ahora en tu propio idioma, con tus propias palabras, con las referencias sobre tu vida. Una historia completa sobre borracheras, drogas, aburrimiento, barreras intergeneracionales, celos, noches interminables, amistad, (des)amor y sexo. Era la banda sonora de una juventud que parecía que nunca se iba a terminar. Esas relaciones tortuosas, esos bajones tras consumir cualquier sustancia que venían en bolsitas que comprabas a alguien que no habías visto jamás tu vida, esa sensación de locura mirando a una pared en blanco por horas, las dudas de si llamar a esa persona, con el teléfono en la mano pero colgando antes de la primera señal, escuchando discos, y con la necesidad de que volviese a anochecer para volver a conquistar los bares y las calles para entumecer el dolor que te provocaba simplemente estar creciendo.
Es primavera de 2020 y estoy encerrado en mi casa del centro de Santiago. Afuera el mundo parece seguir acabándose. Sale ‘El Encuentro’, primer single de lo que acabará siendo en algún momento el primer disco de Alizzz, conocido básicamente por ser el productor y compañero del alma de C. Tangana. En la canción, junto a Amaia, la mayor antiestrella imaginable de la música española, se retrata con una inocencia el reencuentro de unos ex amantes y tras un tiempo sin verse. La melodía, tal como la letra es de una melancolía con aires noventeros a la que es imposible resistirse, y la guinda final la pone un videoclip de nostalgia de la ruta del bakalao. Una especie de ping pong vocal, como unos Pimpinela del siglo XXI, con el corazón destrozado, pero que quizá puedan recomponer los pedacitos rotos. Hepensaoentimásdelacuenta. Desde la primera escucha uno puede sentir que podría ser el nuevo ‘Siete de Septiembre’ de la generación Z.
La industria musical no se parece en nada a la de 1998. Un single inicial no significa que un disco está por llegar en breve. A lo largo de 2021, Alizzz va soltando pistas de lo que será ese futuro álbum. Todos los adelantos están a la altura de ‘El Encuentro’, pero entre tantas canciones que se publican los viernes, que la pandemia sigue ahí, recordando que sigue con nosotros, que Chile está buscando su destino… le hago menos caso del que debería.
A la medianoche del viernes 26 de noviembre de 2021, aún en shock por la constatación en las elecciones del pasado domingo de que vivimos rodeados por fascistas, con la rabia y el miedo dentro, se publica al completo Tiene que Haber Algo Más, debut en formato largo del productor catalán. Un disco totalmente 2021. Además de Amaia, le acompañan en otras canciones nuevas sensaciones del pop ibérico como Roberta Bandini, su compi del alma, Tangana, los indipopers mexicanos Little Jesus y, cerrando el disco, J, líder y cantante de Los Planetas.
Tumbado sobre la cama, escuchando el disco varias veces seguidas junto al amor de mi vida, disimulo leyendo el celular porque ese breve disco, de menos de media hora, me estrangula el corazón durante varios momentos. Querría decirle a ella todas las cosas que estoy sintiendo pero ni siquiera soy capaz de articularlo con palabras más allá de “bonito”. Me voy quedando con frases sueltas, con imágenes sobre noches eternas llenas de alcohol y drogas, de amores rotos y otros nuevos, de volver a juntarse y volver a separarse. Mi cabeza se va a 1998, y como entonces, veo clarísimamente que estoy ante una banda sonora de la juventud. Ya no de la mía, claro, aunque mientras suena una y otra vez en Spotify yo también soy ese joven sin responsabilidades, para el que el futuro es el siguiente fin de semana, bebiendo en casa o en un parque para ir después de bares y discotecas, tratando de no regresar a casa solo, enamorándome veinte veces por noches, encontrar a alguien casi cuando van a cerrar para seguir buscando cualquier after, en la calle esperando a que amanezca e irnos de la mano besándonos en cada esquina. Hasta el fin de semana siguiente.
Cuando te dicen que aún la calle es un peligro (otro añadido a los de siempre), cuando hablan de sextas olas y nuevas variantes, cuando te advierten que tengas cuidado con los demás, escuchando estas canciones de lo único que tienes ganas es de volver a salir, de volver a sudar junto a desconocidos, de compartir noches y amaneceres con amores y amigos. Un disco en el que, prácticamente, desde el inicio al final trata sobre el obviar que existe algo más que el hedonismo y las aventuras sentimentales.
Pero hay algún pequeño desvío. En ‘Ya No Vales’, la canción junto a C Tangana, como para advertir que eso no será para siempre, nos habla de la fugacidad de la fama. Quizás es una carta a sus yo futuros. La otra excepción es la canción que cierra el disco, ‘Luces de Emergencia’, junto a J de Los Planetas. Un pequeño cortometraje sobre el fin. El fin de la vida o de la juventud, o del amor, o de la amistad. O del Mundo.
Si Una Semana en el Motor de un Autobús se cerraba con la monumental ‘La Copa de Europa’ en el que J asumía sus errores y se esperanzaba sobre un nuevo renacimiento; aquí, el mismo J, junto a Alizzz nos dicen que quizá tampoco pasa nada por aceptar que las cosas tienen un final. Aunque al abrir el disco Alizzz insistía en que tiene que haber algo más, que todo iba a salir bien, tras atravesar una obra pensada al milímetro, llena de vida y una oda a la irresponsabilidad vital, nos dice que no hay nada más. Pero que tampoco es tan malo. Como si una fuera el reverso de ‘La Copa de Europa’. Y lo hace con una melodía que podría pertenecer, sin dudarlo, a cualquiera de los seis primeros discos de los granadinos.
Nadie puede adivinar el futuro y el disco invita a no pensar más allá de los próximos tres minutos y cuarenta segundos, que es el máximo minutaje de cualquiera de estas diez joyas, pero me es imposible no sentir que estamos ante un disco llamado a marcar una época, a ser la banda sonora de mucha gente que quizás ni siquiera ha cumplido los veinte años, que los reflejará como hace el gran arte.
Siento que este disco puede llegar a significar tanto para un adolescente de 2021 como significó para otros, en otros momentos, Cumbres Borrascosas, Retrato de un Artista Adolescente, Los Cuatrocientos Golpes, El Guardián Entre el Centeno, Pet Sounds, El Barón Rampante, La Campana de Cristal, The Queen is Dead, La Espuma de los Días, The Breakfast Club, Pateando Piedras, Kiss me, Kiss me, Kiss me, Los Juncos Salvajes, Exile in Guyville, Las Vírgenes Suicidas, Tragic Kingdom, Call me by your name, Lady Bird, Melodrama o, para mí, Una Semana en el Motor de un Autobús.