*advertencia, se recomienda ver la película sin saber mucho de ella, así que si prefiere no lea lo que viene a continuación
Con motivo del remake norteamericano de Funny Games (2007) dirigido por el mismo Michael Haneke, cabe de cajón dedicarle un par de reflexiones a una de las películas más brutales, atrevidas, inteligentes y cojonudas que jamás se haya hecho.
Funny Games (1997) es una verdadera experiencia para el espectador, y Haneke está completamente conciente de eso desde el primer minuto. Así lo demuestra la irrupción escalofriante de la música estridente de John Zorn en la primera escena de la película, cuando una tranquila familia juega a adivinar qué música clásica suena en la radio del auto mientras viajan a su casa en el lago. Junto con Zorn aparece en grande y rojo chillón el título de la película, y uno ya puede esperarse algo extraño, algo fuera de lo común, pero eso no alcanza para vislumbrar lo que viene. Y es que lo que viene es una película completamente desconcertante, llena de sorpresas y de mensajes al espectador.
Haneke es capaz de construir una película que, a pesar de estar continuamente recalcando su calidad de tal (película-ficción / esto es una película), es capaz de generar un espectador empático hacia la historia y sus personajes. Y es que esa supuesta auto-negación tiene por contraparte una visualidad trabajada desde la moral. La fotografía que Haneke propone posee evidentemente una cuestión de moral, pero no desde un lado ético, sino que desde una visión de mundo. En la búsqueda del plano está plasmada la posición del director ante los hechos, y así lo deja en claro, por ejemplo, el extenso plano secuencia donde la cámara está fija por un buen rato después de la muerte de uno de los personajes. Pero la ambivalencia también es parte de los protagonistas del largometraje. Desde unos secuestradores que en su trato pasean entre la amabilidad y la más oscura perversión, a unos padres que por momentos pareciera que se olvidan de su hijo, manteniendo una distancia que verdaderamente desconcierta.
Quienes hayan visto alguna otra película de Haneke (La Pianista, El Video de Benny, Caché, etc) deben saber de sobra que se trata de un director insospechable, tan capaz de manejar la crudeza y la perversión de sus personajes de una manera sutil y sobria, como de crear historias extrañas casi siempre poniendo en cuestión la idea del cine en el cine. Pero también es capaz de utilizar la literatura con maestría como lo hizo con La Pianista (2001) adaptando la novela del mismo nombre de Elfriede Jelinek, con quien coescribió el guión de la película.
Vídeo: Trailer Funny Games (1997)
Vídeo: Trailer Funny Games (2008)