Me imagino a mi abuela recibiendo la noticia del fallecimiento de Armando Manzanero. “Qué buen compositor que era” habría dicho entre suspiros, para después dirigirse donde se encontraba su equipo de música, ese que ella había pagado al contado con la platita que tenía juntada. Porque si bien no era mujer de derroche, si algo tenía que funcionar en la casa era la radio. En ella habría puesto el disco Romances de Luis Miguel. “Y es que no sabes lo que tu me haces sentir…” tararearía medio enamorada, medio tristona desde su sillón en el living. Si estaban los ánimos (y casi siempre estaban) se levantaría a bailar, muy despacio pero con ritmo, sola y con los ojos cerrados, sin importarle que alguien la mirara. Así pasó todas las tardes de su viudez hasta que no se pudo levantar más: cantando al unísono con los románticos. José Luis Perales, Roberto Carlos, Marco Antonio Solís. La presencia invisible de Manzanero. Esta era su literatura.
Manzanero falleció la madrugada de este lunes y con él, una era. Tenía 86 años y una carrera que abarcaba más de sesenta. Durante su vida, que estuvo desde temprano marcada por la presencia de la música, se desempeñó como compositor, pianista, cantante, actor y productor. Sus últimos años además los dedicó a la Sociedad de Autores y Compositores de México, la cual además presidía. A todas luces, esta era su vida completa. Pero también lo era el romance, su fuente inagotable de inspiración (después de todo, se casó cinco veces).
Entre su extenso catálogo podemos encontrar joyas tales como: ‘Somos novios’ (que se traduciría al inglés como ‘It’s Impossible’ y sería popularizada por Elvis Presley), ‘Esta tarde vi llover’, ‘No sé tú’, ‘Por debajo de la mesa’ (ambas incluidas en el disco Romances, en el que también oficiaría como productor), ‘Huele a peligro’ (escrita para Myriam Hernández), entre otras. Yo lo conocería por primera vez acompañando a mi abuela en alguna tarde muerta del verano, a través de la voz de Presuntos Implicados con el tema ‘Esperaré’.
La producción en serie de baladistas lastimeros y tediosos no es razón para creer que el romance es un género fácil. No hay nada simple en escribir desde un arrebato, en especial porque la mayor parte del tiempo resulta incomprensible, inabarcable e intransmitible. El oficio de un buen compositor siempre ha sido el de darle nombre y forma a esto. Por eso mi abuela, mujer de pocas palabras, encontraba consuelo en las canciones de amor. Porque en una sociedad envenenada por la culpa y temerosa de la cursilería, ella podía apropiarse de estas palabras que en otro contexto no habría tenido la posibilidad de decir. Manzanero fue heredero de la tradición de los boleros. Quizás consciente de su relevancia pero demasiado modesto como para manifestarlo, fue quien dio forma, razón y vida al romance hispanoamericano como lo conocemos.
De cierta manera, es mejor que mi abuela no esté viva para presenciar la partida (y en algunos casos caída) de sus artistas favoritos. También me entristece porque significa que el mundo al que ella alguna vez perteneció está llegando a su fin. No podía ser de otra forma: este miserable año nos deja a cuestas de una nueva década auspiciando el lento pero inevitable cambio de discursos y paradigmas. Tal vez el romance no muera, pero nunca volverá a ser el mismo.