Cuando llega el 8 de diciembre, el mundo llora por John Lennon, recuerda su leyenda y lo homenajea. El día en que Mark Chapman apretó el gatillo, mató al mejor de los Beatles y acabó de una vez con las ideas cada vez más revolucionarias que el británico incubaba. El hecho fue tan impactante que su sola ocurrencia sigue opacando a las sospechas que apuntan a la CIA como responsable del crimen y las teorías conspirativas al respecto siguen estando a la orden del día. Es más, el deceso de la celebridad de Liverpool detuvo al planeta entero e hizo que cualquier información ajena a ella pasara a segundo orden. Una de esas noticias era otra muerte trágica: la de Darby Crash por sobredosis de heroína, a los 22 años, un día antes.
Puede que su nombre no tenga la rimbombancia de otros mártires del rocanrol, pero es seguro que –de haber fallecido en otra fecha- el vocalista de The Germs habría sido alzado por la historia como el ícono maldito que fue y como uno de los primeros héroes del hardcore. Una suerte de Sid Vicious norteamericano. Jan Paul Beahm, su verdadero nombre, es el epítome del lema “vive rápido y muere joven”. Era un adolescente de pasado traumático que se fogueó en la música, formó un grupo, grabó apenas una placa, lo disolvió y falleció cinco días después de su concierto de reencuentro. El único testimonio en largaduración de su estancia en el mundo se llama (GI) y es el álbum que inaugura el Archivo POTQ, una sección en la que te llevaremos, en un tour guiado, por los rincones de nuestra discoteca.
Formados en Los Angeles el año ‘77, el mismo en que los Sex Pistols debutaron, The Germs eran la unión de Crash con el guitarrista Pat Smear, uno de sus amigos más cercanos. Los secundaban Lorna Doom en bajo y Don Bolles en batería, para completar la formación clásica de la banda. Con dos siete pulgadas bajo el brazo, y más ímpetu que conocimientos técnicos, se embarcaron en concretar su ópera prima, con el respaldo de dos años en el circuito punk rock local. Obviamente, Never Mind The Bollocks era el ejemplo a seguir para el cuarteto. Lo que sí resultó sorpresivo fue la elección de Joan Jett (que luego alcanzaría el status de estrella con su cover de ‘I Love Rock N’ Roll) como productora, tras desechar la idea de tener a Mark Lindsay de Paul Revere & the Raiders, por motivos presupuestarios.
La desprolijidad era la marca de fábrica. Varios clubes nocturnos les tenían prohibida la entrada, después de noches en las que el desenfreno terminaba en todo tipo de disturbios, especialmente por la actitud suicida del frontman (quien solía cortarse el pecho con vidrios), así que los veinteañeros debían tocar encubiertos. Por eso, el disco está titulado así, (GI) quiere decir Germs Incognito, el nombre que usaban para conseguir fechas en lugares que ya habían destrozado junto a sus fans. La misión del trabajo en estudio consistió en capturar y reflejar todo lo que entregaban arriba del escenario. Y lo consiguieron con creces. Como varios elepés seminales de su género, el primer esfuerzo de Darby Crash y compañía es una foto del momento, un instante de fiereza hecho canciones, gritos y actitud. Más que música depurada, lo de estos salvajes era conmoción e impacto, surco a surco. Pura suciedad.
Sin mucha resistencia al análisis, la arremetida de The Germs estaba distribuida en tres frentes. Primero, el magnetismo de su líder, un ser frágil y brillante que hizo de su vida una oda a la autodestrucción; entregado por completo a la promiscuidad que su bisexualidad le permitía y al consumo de la mayor cantidad de drogas que su cuerpo aguantara. Luego, la ferocidad de Pat Smear en las seis cuerdas; puede que no sea un virtuoso, pero el tipo siempre supo cómo producir sensaciones vertiginosas con su guitarra y jamás ha existido teoría que supere a lo visceral. Por último, la base rítmica formada por Doom y Bolles (es cosa de revisar pasajes como ‘Our Way’ o ‘Lexicon Devil’ para darse cuenta), quienes ponían la guinda a una torta tóxica, pero adictiva y altamente energizante. (GI) suscita al cuestionamiento de los ingenieros de sonido a cargo y, pese a esto, ha resistido a la prueba del tiempo como cualquier otro indispensable pulcro y cristalino. A treinta años de su edición, escucharlo sigue evocando deseos de quebrantar la ley, empujar a alguien y arrasar con todo lo que esté al frente. De eso se trata.
The Germs – ‘What We Do Is Secret’/’Communist Eyes’ (en vivo)
The Germs – ‘The Other Newest One’ (en vivo)