Tal vez en plena conciencia de que el material de su nuevo disco es, como poco, discreto, David Byrne sabe que apostar en gran medida a un legado que sigue vigente e intacto, como es el de su ex banda Talking Heads sería una ganancia, sobre todo pensando en el formato festival. Y así fue.
Tras una introducción en la que Byrne aparece haciendo un monólogo agarrando un cerebro (quizá -o no- una referencia a la frase de ‘Everyday is a Miracle’, que interpretaría más adelante, “the brain of a chicken and the dick of a monkey”), nos explica que algo está mal. Efectivamente, en el escenario no hay instrumentos, no se ven amplificadores. ¿Va a ser todo pregrabado?. Por supuesto que no, una banda “móvil” aparece y el concierto parte con ‘Here’, canción que cierra su nuevo disco, American Utopia, el primero en solitario en catorce años.
El escenario, una especie de caja formada por brillantes lianas que caían, en forma de cortinas, servía para enmarcar a una impresionante banda, elegantemente vestidos todos, ellas y ellos, con un impecable traje de chaqueta de color gris. Visualmente impactante, haciendo pequeñas coreografías, moviéndose por el escenario sin detenerse, con un aire circense, remitiendo a juegos infantiles, el derroche de alegría contagiosa desde las alturas pronto se convirtió en celebración colectiva.
Aprovechó de intercalar los números más adecuados de su último disco entre los clásicos de Talking Heads, con canciones como la festiva ‘Everybody is Coming to my House’, como preámbulo perfecto para los momentos más efervescentes de todo el show y de toda la jornada. Imposible no sentir cosquillas en el estómago ante los primeros acordes de ‘This Must be the Place’ y poder ver en vivo, al fin, una interpretación que se ha hecho mítica por el impecable registro que existe de ella en el concierto filmado Stop Making Sense, seguramente el documento audiovisual más perfecto y creativo que existe de una presentación en vivo.
En cuanto Byrne comenzó con sus contorsiones sobre el escenario, se sabía que lo siguiente que vendría era ‘Once in a Lifetime’. Remitiendo a su icónico video, que marcó decisivamente la estética del clip en los años ochenta y con una canción en la que los Talking Heads -de la mano de Brian Eno- expandían los límites de la palabra rock. Este fue uno de los momentos más celebrados, aunque ya el público estaba entregado a la fiesta que continuaría recuperando ‘Toe Jam’, de su colaboración con Fatboy Slim en el proyecto The Brighton Port Authority, cuyos ritmos jamaicanos encajaban antes de otro clásico de los Talking Heads como ‘Born Under Punches (The Heat Goes On)’.
Coreografías imposibles, una banda perfecta en ejecución, en la que el ritmo y la percusión dominaba sobre el resto de los instrumentos, derroche de carisma de Byrne, pero también del resto de su banda en uno de los shows que más se van a recordar haciendo recuento de todas las ediciones. Uno tan impactante e importante al que habría que sumar la presentación de Lorde en el 2014.
Es difícil no hacer un paralelismo a lo que un rato después pasó en el otro escenario principal. Una banda con la mitad de carrera como The National, que exhibía un rock anclado en el pasado, absolutamente falto de cualquier atisbo de imaginación, con una interpretación rutinaria y de la que era difícil de sacarse de la cabeza la sensación de que todo era un mero trámite para cumplir. Frente a ellos, un señor con edad de jubilar en plenitud de facultades artísticas, simpático con su público, transmitiendo complicidad con su banda, buscando ese poquito más que la mera reinterpretación de canciones que han sido importantes para, al menos, dos generaciones de público y, ojo, también de músicos (pensemos en The Strokes, pensemos en Vampire Weekend, obviamente en los mismos LCD Soundsystem que darían un buen concierto un rato después).
Ver a David Byrne en vivo te hace pensar en la música como arte desde la reflexión más pura, como un lenguaje que va más allá del sonido. Sobre cómo la curiosidad se configura como la fuerza de la naturaleza más grande a la hora de crear, de transformar una idea, un pensamiento o una sensación en un idioma universal.
David Byrne es la curiosidad en estado puro. Ganador del Oscar junto a Ryuichi Sakamoto por la banda sonora de El último emperador, escritor de libros que hablan desde la planificación urbana de todas las ciudades en las que paseó en bicicleta o sobre cómo la tecnología ha modificado la creación y la escucha de la música, compositor de una ópera junto a Fatboy Slim sobre Imelda Marcos, o creador de un documental en 1989 sobre cómo el candomblé, un ritmo de influencia africana, influye y marca la cultura de Bahía en Brasil. Las experiencias no se acaban, siempre se puede seguir aprendiendo y entregando.
Cuando los últimos acordes de ‘Dancing Together’ despidieron el show, un público casi tan exhausto por la emoción como la banda por el esfuerzo ya empezaba a darle vueltas en la cabeza a lo que acababa de presenciar. Sin lugar a dudas, uno de los mejores conciertos de todas de las ediciones de Lollapalooza Chile.
*Fotos: Karla Sánchez