“Aquello había sido como inhalar un virus”, dice en una de las primeras páginas de Big Day Coming. Yo La Tengo y el auge del indie rock, el libro del periodista Jesse Jarnow. Se refiere a una epidemia que entonces afectó a todos los Estados Unidos: los Beatles tocaron en el show de Ed Sullivan y a un Ira Kaplan de siete años, como a millones de niños y jóvenes, se le iluminaron los ojos. Poco después, su reticente padre no solo le había permitido escuchar la radio en el auto, sino que también le había comprado Meet The Beatles. Después hubo más: el single de ‘Ruby Tuesday’, los Kinks, la Velvet Underground, los Nuggets, los Modern Lovers, el CBGB’s, Alex Chilton. Por su lado, Georgia Hubley había contraído el mismo virus. Lo había hecho en un hogar diferente, en todo caso, donde la vida cotidiana estaba cruzada por la labor de cineastas de sus padres, John y Faith.
La anécdota es significativa porque ayuda a entender parte del carácter que hasta hoy ha forjado Yo La Tengo: tres sujetos que aman la música hasta la obsesión. De esos que estudian cada uno de los datos impresos en las carátulas, que van a innumerables conciertos, que viajan a otras ciudades para escuchar a una banda. Unos apasionados. O unos nerds, si se quiere.
Eso se nota en la vida de Yo La Tengo. Según Jesse Jarnow, es un grupo que ha hecho más de un millar de versiones. Uno de sus fetiches, por ejemplo, son los Kinks, y el libro relata un episodio que grafica bien esa característica. Ya en el siglo XXI, Yo La Tengo compartió escenario con Ray Davies y se encontró con él para algunos ensayos previos, donde le sugerían tocar “canciones raras”, al decir del bajista James McNew. Ray Davies se negaba y contratacaba con otra rareza para pillarlos desprevenidos, pero nunca lo lograba. Se las sabían todas. Así lo recuerda Ira Kaplan: ‘Una era ‘You shouldn’t be sad’, una canción que imitaba el sonido Mersey. Era comprensible que no quisiese hacerla. En un momento dado, durante un intervalo, empezamos a tocarla de todos modos. El showman que había en él no pudo resistirse y entonó una especie de corillo afeminado’.
De hecho, antes de convertirse Yo La Tengo, sus miembros pasaron por diferentes posiciones en los circuitos musicales. El cantante y guitarrista fue un destacado cronista en la prensa neoyorquina de la época. James McNew fue DJ radial y publicó fanzines. Más tarde, Georgia Hubley se encargó de diseñar los afiches para el ciclo Music for Dozens, que el propio Kaplan programaba en Nueva York. Ahí, por cierto, fue como conocieron a muchos de sus contemporáneos y fueron testigos privilegiados de historias que hoy parecen insólitas. Una de ellas: ‘A principios de diciembre, el grupo de punk sicodélico Meat Puppets fue cabeza de cartel en una velada que también incluyó al nuevo cuarteto Sonic Youth y a Hose, un grupo de hardcore de la NYU en el que tocaba el futuro productor y magnate de la industria Rick Rubin. El público hardcore se mofó de las canciones de influencia no wave y las guitarras desafinadas de Sonic Youth: Coreaban: ¡Tocad más rápido, tocad más rápido!’ (la traducción es española, sí).
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La historia de Music for Dozens sirve para apuntar otra característica central en Big Day Coming. Como lo dice su título, no solo es una biografía de Yo La Tengo, sino también una aproximación a su entorno. Por eso, hay multitud de nombres recurrentes, ya sea como referentes, compañeros de ruta o estrellas de la época. Solo algunos: The Feelies, Hüsker Dü, Lambchop, The A-Bones, The Clean, Alex Chilton, Sun Ra, Pavement, Sonic Youth, REM, Nirvana, The dB’s, Antietam.
A través de Yo La Tengo, Jesse Jarnow intenta retratar el origen y las transformaciones de la música independiente estadounidense. Su auge, su captura desde la gran industria, sus cambios ante el advenimiento de internet. Es un propósito ambicioso y lo logra con éxito relativo, pero en ese tránsito encuentra historias divertidas, como la ocasión en que Ira y Georgia hallaron de sorpresa a dos miembros de Mudhoney durmiendo en su sofá cama; o las recurrentes apariciones de Gerard Cosloy, primero como redactor furioso de fanzines y luego como ejecutivo discográfico. Y también hay al menos tres nombres cruciales para el grupo: el Maxwell’s, la radio WFMU y el sello Matador.
El primero es el club de Hoboken donde tocaban como local. Ahí pinchaban música, organizaban eventos, pasaban el rato. Era su base de operaciones. La segunda es el símbolo de la red de radios universitarias que permitió buena parte del desarrollo de la música independiente. Por cierto, sigue al aire y siempre es recomendable sumergirse en su impredecible programación. Y Matador es significativo de manera múltiple. Es el sello que ha cobijado a Yo La Tengo, es una consecuencia de la maraña de fanzines que existieron en Estados Unidos y, al mismo tiempo, es un sello que encarna la permanente tensión entre una discográfica independiente y las lógicas de la gran industria.
Yo La Tengo es producto de las obsesiones de sus integrantes, pero también de su entorno. No se entiende sin Hoboken, ese lugar fuera de Nueva York pero con Manhattan a la vista. No se entiende sin locales como el Maxwell’s, radios como la WFMU y sellos como Matador.
Jesse Jarnow lo reseña así, cuando recuerda las celebraciones de Hanukkah que el grupo realizó por más de una década en el bar: ‘Era el lugar donde las líneas genealógicas se enredaban y uno entrada en un estado atemporal ocho días a la semana, un trance que partía de la Velvet Underground actuando en Max’s Kansas City y llegaba al presente continuo de la música en vivo. Durante ocho días soñados, se tenía la sensación que embarga a cualquier banda que toque en cualquier bar: la de ver la vida cotidiana agudizada hasta alcanzar un detallismo mágico’.
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Y de todo eso, salió Yo La Tengo. Si llegaste a esta parte del texto seguramente lo sabes, pero nunca está demás decirlo otra vez: es una banda fascinante. Inagotables. Multifacéticos. Únicos.
Ya en su prehistoria era así, escribe Jesse Jarnow: ‘Por rebeldía o por accidente, Kaplan y Hubley se mantuvieron fuera de las tendencias de un underground que les habría deparado una mayor atención. Les gustaban demasiado el folk y los Kinks, y eran demasiado mayores para el hardcore; sus modales parecían excesivamente suaves para el post-punk, y nacieron demasiado tarde para formar parte de la explosión inicial de bandas en Hoboken ocurrida a principios de los años ochenta. Eran demasiado sencillos para ser new wave y demasiado modestos para convertirse en estrellas de los videoclips. Se preocupaban demasiado por todo’.
El libro revisa cuidadosamente cada disco de Yo La Tengo, pero apunta sobre todo a sus encarnaciones en vivo. Ahí, parece decir, reside su verdadera identidad, una forjada con paciencia a lo largo de los años y sobre la lógica del ensayo y error.
Por si no ha quedado claro hasta ahora, digámoslo directamente. En Big Day Coming el foco siempre es la música y apenas hay vagos apuntes sobre las vidas privadas de Ira Kaplan, Georgia Hubley y James McNew. Es cierto, hay capítulos dedicados a su infancia y primera juventud, pero están en función de su posterior desarrollo musical. Tampoco hay demasiados datos explícitos sobre el matrimonio que conforman Ira y Georgia. Con cierta insistencia, Jesse Jarnow recuerda que ninguno de los tres ha dejado que la prensa escarbe en su intimidad y este libro tampoco lo hace.
No hay, tampoco, ninguna historia de esas que se suponen asociadas al rock. No hay ni demasiado alcohol, ni drogas, ni anécdotas sexuales, ni fama desbordada ni excesos. Lo más parecido a un descontrol es cuando uno de sus bajistas, el suizo Stephan Wichnewski, no resistió una oferta en medio de una gira y terminó vomitando entre unos matorrales, luego de consumir cuatro… ¡tortillas!
Este es el retrato que Jesse Jarnow dibuja de Yo La Tengo: unos tipos muy normales, salvo porque aman la música. Y están obsesionados con ella.
Big day coming: Yo La Tengo y el augen del indie rock
Jesse Jarnow
Traducción de Ignacio Juliá
Libros de Ruido
2014
388 pp.
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