En el liceo tenía un MP4 marca Philips que había heredado de mi hermana. Ahí, agregué una especie de popurrí de los artistas que escuchaba en los años 2007 y 2008: Pink Floyd, Gustavo Cerati, Anathema, Wonder Girls e incluso algunas canciones que me daban risa para animarme en las mañanas, como ‘Be my lover’ de La Bouche (vaya a saber una por qué me provocaba eso). Entre eso, tenía algunos discos ordenados, como el Fear of a Blank Planet de Porcupine Tree, estrenado el 16 de abril del año 2007.
Muchos dicen que no es el mejor disco de Porcupine Tree ni menos del rock progresivo. Rolling Stone lo sitúa 39 dentro de los 50 mejores álbumes del género de la historia, superándolo incluso Metropolis II de Dream Theater (nada en contra de Dream Theater, lo juro). En páginas que comparan rankings y ventas internacionales, FOABP es el mejor situado. Entre los fanáticos y los que recomiendan discos para “empezar” a escuchar la música de Steven Wilson, Deadwing y Lightbulb Sun son los más populares.
En un recreo de enseñanza media que duraba diez minutos, en vez de salir al patio a tomar el sol de la mañana, pasear con alguna amiga (no tenía muchas), decidía quedarme en mi banco, leyendo algo, escuchando música. La cosa es que un día apareció ‘My Ashes’ en mi playlist. Lloré escuchando la letra: mis padres llevaban muy poco tiempo divorciados y sentía que no pertenecía a ningún lugar.
Desde ese día, comencé a desmenuzar poco a poco el Fear of a Blank Planet, y año tras año encontraba algo nuevo, y era como mirarme a mí misma, tomar uno de mis brazos, verme al espejo, descubrir una herida nueva, un miedo que no había visto, un mensaje que estaba oculto, que parecía ser sólo para mí, pero que en realidad habla de una generación.
Porcupine Tree refugia su sonido progresivo -ejecutado de forma nostálgica, lenta, invernal- en el concepto de una época de sobreinformación, de una sociedad globalizada con un consumo normalizado a través de internet, los malls, los videojuegos, la televisión, entre otros, desde el prisma de la soledad, la psicosis, la tristeza, la rabia y la incertidumbre de quienes se criaron frente a una pantalla.
En la primera canción (que titula al álbum) se habla violentamente de esta generación, representada a través de un videoclip con jóvenes que parecen estar pasando por un episodio de crisis nerviosa. Incluso las letras hablan de este estado de inercia y desagrado con la realidad que viven: “My mother is a bitch / My father gave up to even talk to me”, “X-BOX is a god to me”, “How can I be sure I’m here?”, etc.
Pero luego, el quiebre viene con ‘My Ashes’, que solo habla de la tristeza del rechazo, de familias disfuncionales, de una infancia con bicicletas, fotos y recuerdos que se guardan con ninguna sonrisa bajo una cama. El juicio de Wilson parecía ser peyorativo, pero la primera canción sólo podía ser la punta del iceberg de una generación consumida por internet, dependiente de psiquiatras, psicólogos y medicamentos (el recurso de las pastillas, es, a mi juicio, un poco manoseado en el disco), manchada con la crueldad propia de los niños, niños frágiles, no escuchados por sus padres, criados por la misma soledad de las cosas que les compraban, creciendo rotos, con odio hacia sus familias en un entorno social que no enseña a educarnos emocionalmente.
Porcupine Tree lleva con este disco el rock progresivo a una temática más concreta en el género, donde gran parte del tiempo los tópicos son abstractos, metafóricos o apegados a la ficción y la fantasía. En FOABP están también los actuales tormentos y desesperaciones de los adolescentes y adultos jóvenes que crecen en la llamada era de la información, están presentes las imágenes de la tecnología y la ropa, mezcladas con las emociones propias del abandono, la soledad, la superficialidad, los deseos de olvidar y los miedos a sentirse desamparado, en una época donde todas las sensaciones se intentan llenar fácilmente con el consumo. Es un álbum que define perfectamente el grito de parte de una generación abandonada a su suerte en las máquinas y en los padres ausentes, ya sea por trabajo o por el simple vacío de no estar más.