La tarde del día central de Neutral en los escenarios de Matucana 100, la abrió la multi instrumentista Felicia Morales con su proyecto en solitario a su nombre y estrenando nuevo formato en Chile (que había debutado en la versión del Neutral en México en el mes de junio). Mientras, nosotros estamos a la espera de su segundo disco, que sucederá al extraordinario Agosto, uno de los mejores trabajos chilenos de los últimos años para el que esto escribe. Lo interesante de Neutral es que los horarios estaban configurados para que apenas nada coincidiera y el público que quisiera pudiera ver prácticamente todo sin la tensión de elegir de otros festivales de escenarios múltiples.
Precisamente Felicia Morales, junto a Estefanía Romero- Cors (Congelador) y Juan Pablo Abalo (Los Días Contados), formaban el sensacional acompañamiento de lujo para Caravana. Rodrigo Santis, fundador de Quemasucabeza y organizador del festival, hizo una de sus raras apariciones con su proyecto. Miembro de Congelador, banda que fue el detonante y motivo para armar el sello a finales de los años 90, con Caravana practica un rock de querencia folk, pero sin renunciar a las texturas electrónicas.
Su más reciente disco, de este mismo año, Caminata, es algo más expansivo que su debut. Pero, aún así, la intimidad que se respiraba en el mayor escenario del festival, el Teatro Principal de Matucana 100, era notable. El excelente sonido (algo que se puede decir de todas las actuaciones) facilitó la conexión con el público presente. Sin demasiadas concesiones a las palabras o las bromas entre canciones (aunque no podía ser mejor elegido el tema ‘Juego Olímpicos’, mientras se disputan los de Río), los coros y voces femeninas dan un peso a las canciones que contrastan con la grave, por momentos cavernosa voz de Santis. Jugando también con ecos y efectos de voz, el resultado fue un concierto agradable, quizá no para todos los escenarios, pero que hacen lamentar lo poco prolífico de sus presentaciones.
En ese mismo escenario, más tarde, se presentaba el plato principal de la jornada. La larguísima cola desde un rato antes, el lleno absoluto del teatro (incluso con gente de pie o sentada en los pasillos), muestran a las claras el poder de convocatoria de Cristóbal Briceño, cerebro de Ases Falsos. Viendo la presentación no podía dejar de pensar en que en esta faceta nos encontramos ante un artesano más que un artista. Lo que presentó no difiere demasiado de lo que hacen cada día docenas, quizá cientos de músicos a lo largo de todo Chile, de todo el planeta en cualquier bar. Presentarse ante un público a cantar, a ratos, versiones del gran cancionero iberoamericano (de Chayanne a Jeanette pasando por Leo Dan o Javiera Mena), con propias (‘Parte de Mí’) o de sus bandas (‘Simetría’ u ‘Ojitos de Marihuanera’ de Ases Falsos). Tratando de ser simpático y chistoso entre canción y canción, contar pequeñas anécdotas de diferente gracia dentro de esa mezcla de versiones de canciones propias y ajenas populares. Con un gran dominio de la guitarra y de su voz, no pasó de ser un concierto agradable, simpático, pero en el que el valor no es de la propia presentación, sino el de la persona que la hace.
Todo lo contrario a la gran sorpresa del festival, Las Mairinas. Con un disco de este mismo año, el proyecto encabezado por Walter Roblero de Congelador, acompañado por su compañera de banda Estefanía Romero a los teclados y voces y junto a Carolina Espinoza, más conocida en el medio musical como Deplasticoverde, en las percusiones. Un show corto, intensísimo, en el que el ruido y las texturas sustituían a la canción convencional como tal. Como en un viaje o una película (todo el concierto se acompañó de unas misteriosas proyecciones a cargo de Rosario González), el sonido nunca se extinguía de la pequeña sala en la que se desarrolló el concierto y en el que la búsqueda de sensaciones del público era más importante que la reproducción de los temas tal cual.
En los momentos en los que Estefanía Romero emitía sonidos (no sé si es ajustado llamarlo cantar), entre lo preciosista y lo angustiante, era imposible no recordar a la Lisa Gerrard de Dead Can Dance u otros proyectos que definieron el sonido mítico de 4AD como Cocteau Twins o This Mortal Coil. Las precisas y delicadas percusiones, los efectos sonoros, los samples en directo… todo para conformar una excelente experiencia visual y sonora. El único pero, unos pequeños problemas de sonido hacia el final, que no empañaron de ninguna manera el show. Un obligado de asistir cada vez que se presenten. Advertidos quedan.
También experimental, cercano al Avant-Garde era lo que presentaba el número internacional, el afamado trompetista Rob Mazurek, que lleva décadas en proyectos a veces más cercanos al free-jazz, o hacia el post-rock (no en vano parte de su discografía ha sido editada a través de un sello emblemático de este estilo como es Thrill Jockey). Antes de su salida, un piano dominaba el escenario y tras la salida del músico este instrumento fue central en la presentación junto a la propia trompeta.
El concierto fue espeso, duro para oídos no entrenados y puede que se pueda objetar si era o no adecuado, visto el resto de artistas elegidos en el festival. Por momentos con puntos de belleza innegables y, por otros, de experimentación ya demasiado vista (el martillar una tecla del piano hasta la exasperación buscando el límite de la paciencia del público), el constante ir y venir de los asistentes dentro y fuera de la sala no ayudaba a la concentración. Sabiendo sacar partido a los dos instrumentos y elementos como el autosampleo, hay que alabar la valentía de Quemasucabeza por ofrecer un número tan alejado de lo habitual, aunque queda en el aire la idoneidad del entorno/público que, en su mayoría, se encontraba con él al ir a ver otras cosas, en vez de acudir sabiendo qué iba a encontrarse, a pesar de haber colaborado con nombres, eso sí, más habituales de instancias similares como Stereolab, Jim O’Rourke o Tortoise.