A principios de 2014, cuando compartía escritorio en la biblioteca con un gran amigo que cursaba el mismo máster que yo, desarrollamos un juego brutalmente esnob: dentro de Spotify, debíamos encontrar la mejor banda posible con la menor cantidad de seguidores. Sí, a ese nivel sacábamos la vuelta; forzados a descubrir lo nuevo –o redescubrir lo olvidado– por un mero ejercicio de ego: ganarle al compañero de mesa.
Revisando el inbox de esos días, hay varias frases de las que claramente me avergüenzo (“¿Qué?, 349 seguidores. Demasiado mainstream…”) aunque, siendo sincero, a ese ejercicio debo un par de conversaciones que valen la pena, como por ejemplo cuando comentábamos los discos riéndonos del lenguaje Pitchfork-ish que inunda distintas reseñas de música tipo “a delicate haze coming from [complete usted]” o “synthetizers sounding like drizzle”. Frases que pareciese quieren hablar más de fenómenos climáticos que del último disco de ese músico del que ya olvidaste el nombre, y que decíamos en broma, mientras la inmediatez del streaming y pasar 8 horas sentados con el computador a distancia de audífonos nos hacían vivir un curso intensivo no sólo de Derecho Ambiental, sino también de nueva música.
Un día, exactamente el 15 de abril de 2014 a las 8:07 (sí, Spotify no oculta nada, ni siquiera ese placer culpable que aparece sonando en este momento a la derecha de tu pantalla), Ugo –mi amigo– ganó el juego.
Nap Eyes se llamaba la banda, eran de Halifax en Canadá, tenían 44, sí, 44 seguidores y sonaban, a sus oídos y a los míos, simplemente perfectos. Whine of the Mystic, el disco, además tenía una gran gracia que descubriría luego: se podía bajar gratis en Bandcamp. De Spotify al computador, del computador al iPod y del iPod a la calle.
Todo el día y por unos buenos días, canciones como ‘Dark Creedence’, ‘Delirium and Persecution Paranoia’ y ‘No Fear of Hellfire’ se convirtieron en himnos de caminata. Canciones las cuales, paradojalmente, no podía dejar de describir con esas frases pomposas de las cuales me reía un par de meses antes. Incluso hoy, si me tocara definir en un par de frases ese bendito disco, diría algo cursi, así como “el sonido del otoño” o “canciones ideales para un domingo nublado”.
Sí, da vergüenza, pero qué le vamos a hacer.
Hace un año, con Ugo y otros amigos, intentamos hacer una revista online sobre (casi) todo lo que nos gustaba. Música, literatura, deporte y sustentabilidad. Subimos unos cuantos artículos y ahí quedó, flotando en la red. Con la motivación del momento, envié un mensaje a través de Facebook a la página de Nap Eyes y les pedí si podían conversar con nosotros. Niguel Chapman, el vocalista y compositor, respondió a los minutos. Estaba feliz con dar una entrevista, agradecía los elogios a su disco y me daba su mail para mandarle las preguntas.
Obviamente nunca mandé ningún correo y entrevista no hubo.
En febrero de 2016, Nap Eyes lanzó su segundo disco: Thought Rock Fish Scale. En 2015, también, ya había sido re-editado Whine of the Mystic, captando bastante más atención que en ese 2014 de 44 seguidores. Ambos han sido reseñados por la prensa especializada y ahora son 1.658 seguidores y 47.987 oyentes mensuales, de los cuales 2.069 los escucharon el miércoles 20 de julio de 2016. También se pueden ver varias actuaciones en vivo en Internet y hasta hay un video oficial: ‘Click Clack’ es la canción y se subió hace tres semanas a YouTube.
Es obvio, todavía me arrepiento de no haber mandado un par de preguntas, aunque fueran estúpidas, a Chapman. Se las merecía por tan buena música y quizás hasta la revista hubiese agarrado algo de vuelo. Nunca se sabe. Que este texto vaya a modo de disculpa a modo doble: por ese mensaje que nunca se respondió y por haber descargado Whine of the Mystic por el precio mínimo (cero) en su momento.
Siempre me he sentido algo culpable por ello.