En el Archivo de Música, una pequeña sala al poniente del primer piso de la Biblioteca Nacional (BN), desde hace algún tiempo hay unas cuantas cajas con un cargamento de discos. Exactamente, son 120 grabaciones de grupos y solistas como Gepe, Fakuta, Astro, Como Asesinar a Felipes, Matías Cena, Perrosky, Hielo Negro, Los Bunkers, Fernando Milagros, Fármacos, Planeta No y Colombina Parra. Todos fueron editados entre 2010 y 2013 por alguno de los sellos que pertenecen a IMI Chile, una agrupación que reúne a sellos independientes como Algorecords, Quemasucabeza, Eroica, Potoco Discos y Beast Discos.
En esa sala y en los depósitos del mismo edificio, no solo hay música en formato de vinilo, cassette, CD y cintas. También hay máquinas para reproducir cada uno de esos soportes y hay estanterías con libros, revistas, recortes de prensa, partituras y una multitud de objetos vinculados de algún modo con la música.
A fines del año pasado, IMI Chile hizo una donación para que la Biblioteca Nacional resguarde esas grabaciones “para siempre”, como le gusta decir a Cecilia Astudillo, la jefa del Archivo de Música. Sin embargo, esa es apenas una ínfima fracción de la música que se ha hecho en Chile en la última década. Es cosa de revisar unos cuantos medios, acercarse a los locales de conciertos o darse una vuelta por Internet para notar que cada día se hace y publica una inmensidad de música. ¿Qué va a ocurrir con esas grabaciones en el futuro? ¿Alguien las va a guardar o solo se perderán con el paso de los años?
Son preguntas que cuesta hacerse en el día a día, pero cualquiera que haya querido saber un poco sobre el pasado de la música chilena, sabe que la falta de documentación es pavorosa. ¿Cuánta música de las décadas anteriores solo existe en los relatos, en unas pocas fotos borrosas, sin que exista registro sonoro de ella?
Teóricamente, de todas las grabaciones que se hacen en Chile, dos copias deberían ser enviadas a la BN. Así lo dice una ley que existe desde 1925, pero que evidentemente no se cumple realmente. Y esto es lo que preocupa a Cecilia Astudillo, la encargada de liderar el pequeño grupo de personas que trabaja en el Archivo de Música. “La música de hoy va a ser historia después, hay que tomar conciencia de eso”, dice para subrayar la urgencia de que los músicos se preocupen de que sus creaciones queden en la BN. Ahí serán catalogadas, resguardadas y puestas a disposición de cualquier persona que quiera utilizarlas sin fines comerciales. Como es una tarea interminable, pide que se acerquen, que pregunten y entiendan la importancia de que su trabajo sea documentado.
“El material que resguarda y difunde el Archivo de música tiene un valor incalculable. Es un conjunto de piezas únicas en su género en el mundo y que son clave para el estudio de la historia de Chile, desde los fines de la Colonia hasta nuestros días”, detalla.
Por eso, la recolección de material no discrimina entre géneros, épocas, formatos ni popularidad. Todo es música, todo sirve: “Lo que se documenta acá es el patrimonio, así que no hay música que quede afuera”, dice Cecilia Astudillo. Con ese propósito, además, en el futuro se implementará una plataforma para que los discos editados en formato digital puedan enviarse sin necesidad de copiarlos en algún soporte físico.
Para explicar mejor su preocupación, Cecilia Astudillo hace una comparación: en los últimos años, relata, lo que más ha recibido el Archivo son discos de música ranchera; de rock o géneros afines, muy poco. “Podríamos pensar que la mayoría de los músicos chilenos se dedica a hacer ranchera o que los músicos que hacen rock no graban discos, pero viendo el medio musical, podemos apreciar que sí hay rock en Chile -dice. En 50 ó 100 años más, la gente va a querer saber qué música se hacía en nuestro país en 2015, por ejemplo, y si los músicos no han traído sus discos, esa gente podría pensar que no había música”, añade.
“Nosotros estamos trabajando con el pasado y para el futuro. Queremos mostrar el abanico musical chileno a la gente del año 2516”, concluye.