Lo de Iron Maiden con nuestro país es idílico e incondicional. La Doncella de Hierro trasciende generaciones, por eso no es casualidad ver familias enteras en cada una de sus presentaciones. Niños, tíos, padres, hermanos, todos reunidos para celebrar la octava visita de los ingleses a estas tierras. Una octava visita que apostó por el riesgo, con Maiden presentado su última placa The Book of Souls, pero que logró sortear con éxito las dificultades técnicas, a punta de oficio y gracias al apoyo de la fiel tropa de fans.
Entrar al Estadio Nacional ya era toda una aventura. Las poleras negras, latas de cervezas y una inmensa fila que recorrían la avenida Pedro de Valdivia servían de previa a la locura que se viviría adentro. La procesión por el túnel del coliseo de Ñuñoa iba al ritmo de cánticos, silbidos y aplausos, como guerreros preparándose para la batalla.
Cincuenta y cinco mil almas convocaron Bruce Dickinson y compañía, ya para cuando las luces se apagaron y comenzaron a sonar los primeros acordes de ‘Doctor, Doctor’ de UFO, todo el estadio se fundió en una fiesta que se extendió por dos horas. Esta nueva visita estuvo bajo el marco de la última placa de los ingleses, por lo que el imaginario de ese álbum sirvió como telón de fondo para la presentación. Una estética basada en el Imperio Maya, lleno de selva, fuego, sangre, misticismo y un Eddie aborigen que adornaba la escena.
El sentido del espectáculo, de montar un show de calidad siempre ha sido el sello principal de los británicos, dejando postales como ‘The Book of Souls’ donde un Eddie aborigen salía a molestar a la banda y a luchar, como es de costumbre, con Janick Gers para ser derrotado por Dickinson, quien le arrebató el corazón para luego ser ofrecido a un ritual. O con la clásica ‘Iron Maiden’, donde el mismo Eddie aborigen vigilaba la situación, pero a una escala gigante. Siendo el epítome de lo que es la banda, con la performance de ‘The Number of The Beast’ y el gigante macho cabrío junto a su reino infernal como telón de fondo.
Los éxitos tampoco se hicieron esperar con ‘The Trooper’, ‘Powerslave’, ‘Fear of the Dark’ o ‘Hallowed Be Thy Name’. Clásicos que fueron coreados a fuego y con la mejor respuesta del público, en una actitud y pasión similar a la que provocan los equipos de fútbol locales. Cánticos y bengalas a la orden del día. Si bien Bruce Dickinson fue diagnosticado de cáncer a la lengua el año pasado y con una exitosa recuperación, pareciese que ese episodio nunca pasó. La vitalidad y desplante que derrocha en el escenario es único y ya se lo quisieran otras bandas.
A pesar que el micrófono falló a ratos en ‘If Eternity Should Fail’ y a momentos la mezcla de sonido se perdía en cancha, Iron Maiden dio muestras de los años de circo, con un incombustible Bruce Dickinson, que recorría el escenario por completo una y otra vez, alejándose drásticamente del fantasma del cáncer que padeció. Nicko McBrain y Steve Harris manteniendo el orden y marcando el ritmo. Y Dave Murray junto a Adrian Smith y Janick Gers apuntalaban cada segmento gracias a sus virtuosos riffs. Cada visita de Maiden es única y especial, esta vez fue la ocasión para seguir reafirmando el bello lazo que mantienen con el país y también prueba fehaciente que hay Doncella de Hierro para mucho tiempo más.