En el contexto de las actividades de FILBA 2013, el crítico inglés Simon Reynolds vino a Chile y realizó dos conferencias. La primera se realizó el domingo 29 en el Centro GAM y la segunda, hoy (lunes 30 de septiembre), en la Biblioteca Nicanor Parra de la Universidad Diego Portales. A esta última, asistí.
Luego de comentar algunas características fundacionales de su persona, como de dónde venía su forma de escribir y relatar, las revistas que leía y sus autores favoritos (tanto de la NME como filósofos y académicos), el autor de “Retromania” se refirió a algunos puntos claves en los que puede aportar su oficio a los productos culturales.
La primera utilidad que le otorgó a esta actividad en su versión contemporánea fue la de creación de significados y valores extra a la música, debido a la enorme cantidad de títulos, propuestas y proyectos actuales. “Es difícil tener una relación con la música cuando la cantidad te supera”, declaró. Y los críticos actuales pueden intensificar el valor de ella dejando de lado como primer foco el descubrir y presentar nuevos sonidos, puesto que encontrarlos es algo que está al alcance de todos quienes tengan acceso a internet hoy.
Luego, mencionó la importancia de relacionar estilos, estructuras, géneros e incluso disciplinas. Para esto último, el autor ejemplificó con Adam Harper, artista visual y músico electrónico inglés, cuyas piezas funcionan cruzando el límite de un formato a otro. En la actualidad, no es difícil notar cómo una canción es un remix o modificación de una anterior, y así sucesivamente: todo es parte de un engranaje y está en quienes escriben sobre ello la responsabilidad de enlazar sonidos y movimientos estéticos, escribiendo así historia en tiempo real.
Por otra parte, el entrelazado antes mencionado (que incluye todo tipo de géneros y movimientos) se sostiene en contextos políticos y sociales y la crítica musical tampoco debe obviarlos. Para mí, eso quedó ejemplificado en una anécdota que me contaron hace un par de años y desde ese día nunca más olvidé. En una entrevista a José Ignacio Benítez, músico venezolano a cargo del proyecto Domingo en Llamas, me explicó que su país cayó en crisis luego de vivir una apacible estabilidad económica gracias al petróleo y que, durante esa dura época, notó que el sonido de muchos compositores coterráneos había cambiado ¿Por qué? Simple: estaban tocando las cuerdas de las guitarras de forma diferente, más suave, para hacerlas durar más, porque no podían comprar repuestos en caso de romperlas. Esa historia me aterrizó a la idea de que, aunque una canción no sea directamente politizada o enraizada a un movimiento social, siempre provendrá o, al menos, reflejará uno de estos aspectos. Y el que no lo quiera ver, es ciego.
Otros comentarios muy interesantes vinieron como respuesta a las preguntas que hizo la audiencia. Se habló del actual y común uso del Auto-Tune y cómo está deshumanizando la voz. Cómo se está convirtiendo en un instrumento tan utilizado que, incluso, Reynolds a veces pensaba que aquello era lo que las nuevas generaciones están tomando como algo natural (“¡Queremos Auto-Tune!”, le dicen sus hijas pequeñas mientras andan con él en auto). Finalmente, la charla dio buenas claves para situarse en puntos más claros a la hora de escribir, así como también para no olvidar nunca que se está hablando de productos culturales como parte de un todo: nunca como algo ajeno a los contextos y realidades sociales. Va en los críticos aportar con una visión diferente, ya sea a partir de lo macro o de los detalles.