La sucesión de conceptos que explican la relación entre música y política son simples: la música es una manifestación, como tal posee un lenguaje, y al poseer un lenguaje está entregando un discurso. Se quiera o no, el mensaje que se entrega es política. Da lo mismo si el artista desea hacerlo de forma directa, tocando algún tema específico, como lo hizo la Nueva Canción Chilena en su momento o incluso con actos directos como lo que hizo Illapu en el Festival del Huaso de Olmué, dinámica que también repitió en su concierto de celebración de sus 40 años, en noviembre del año pasado, en el Teatro Caupolicán.
En una entrevista hace un par de años, el músico venezolano José Ignacio Benítez, el hombre a cargo del proyecto Domingo En Llamas, hablaba sobre cómo la crisis económica afectó en diferentes esferas la música en su país, hasta el punto en que recordaba cómo se debía hacer durar más las cuerdas de la guitarra, hecho que finalmente cambiaba el sonido de las composiciones.
La ausencia de mensajes de problemáticas sociales literales también es una visión acerca de la política. Sea intencional o no, el hecho de que se evite o no haya interés, da a entender mucho del entorno en el que un compositor está immerso. Y en Chile, particularmente, eso es una muestra de lo que sucede en distintas generaciones, gradualmente. Los padres de los de veintitantos fueron los jóvenes de la segunda mitad de la dictadura y los del plebiscito. Fueron aquellos que crecieron con miedo al toque de queda, a la política y a los “líderes”. Para algunos, Pinochet era símbolo de miedo, para otros de autoridad máxima, pero a nadie dejó indiferente. Para los de veintitantos y menores, Pinochet es una imagen caricaturesca, o como los lentes de Allende, casi un ícono de cultura pop.
Los cuarentones se incomodan para hablar de política, porque se criaron en ese asqueroso binomio de la derecha y la izquierda, el bueno y el malo. A la mayoría de los veinteañeros, es algo que no les interesa mucho, algo que se ve lejano. Algo que está podrido y manejado por canosos que poco y nada saben de las realidades que ellos viven. Desde ese punto de vista, es comprensible que, para un sector amplio de la población chilena, relacionar la política con otras esferas del pensamiento público sea algo incluso fuera de lugar, porque se les ha convencido con la idea de que la música es sólo ocio y entretenimiento, quitándole uno de los mayores poderes que tiene, que es comunicar y escribir historia, incluso reciente.
Lo que hizo Illapu en el Festival del Huaso de Olmué es un acto político de la forma más tradicional y, si se quiere decir, para muchos, más manoseada que existe. Pero Dënver, quieran o no, también entregan un mensaje político en el video de ‘Los Adolescentes’, con colores pasteles, adolescencia despreocupada, lánguida e infantilizada hasta el hartazgo, con primeros planos de calzones de niña chica. Se nos está entregando un mensaje político cuando se organizan megaconciertos con entradas a precios desorbitados que la gente aún está dispuesta a pagar y, también se nos está entregando un mensaje político cuando artistas con la carrera hecha, se oponen a la distribución de música en línea, tratando de negar lo innegable: que aquella maquinaria que, en algún minuto les robó pero aún así los protegió, ya no existe, y que deben valerse de nuevos métodos y estructuras.
Entonces, después de todo lo expuesto, señora alcaldesa de Olmué, si no es en su festival chileno, transmitido por televisión abierta y en horario estelar, donde se transmitan mensajes importantes ¿dónde? Es hora de dejar de temerle al concepto de política, porque finalmente, si la palabra se está consumiendo al país entero, es porque se hacen oídos sordos y cerebros que se rehúsan a reflexionar.