Google indica que Quakers, además de su original significancia -la de la divergencia religiosa anglo con gusto a avena- es, entre otras azarosas acepciones, el nombre de pila de un reciente proyecto de la discográfica Stones Throw, cuya característica con más eco es tener a Geoff Barrow como mentor y ejecutante. En rigor se trata de un ensamble de productores que funciona en base y a cargo de múltiples colaboradores, de escasa conjunción entre sí al ser todos invitados vocales. A Barrow (bajo el alias de Fuzzface) le flanquean Katalyst y 7-Stu-7, ambos del catálogo de Invada Records, sello cuya jefatura luce el propio Geoff. He ahí la madre del cordero.
No sorprende entonces, por la cercanía discursiva de ambos planteles, que la vía escogida para presentar un homónimo debut fuera la norteamericana. Ya hace muchos años que el mentor de Portishead viene asistiendo a la casa californiana, por culpa principalmente de Madlib. La magnitud y el resultado del ejercicio inquietan, tanto por su cuerpo (41 canciones donde desfilan talantes de la talla de Prince Po o Dead Prez, por nombrar al azar dentro de una lista de ineludibles) como por el ánimo raudal, ambicioso y preclaro por construir un decálogo ético de lo que debiese ser el hip-hop. Esto confiere, de paso, una arrogancia inusitada y muy atendible, sabiendo que viene de alguien cuyo trabajo más celebrado colinda lateralmente los mismos terrenos.
Quakers repasa lugares comunes del género y los articula de acuerdo a su propia doctrina: gangsteril en ‘War Drums’, sexuado en ‘What Chew Want’, crudo y narrativo en ‘Belly of the Beast’. El único estatuto que pareciera no tributar es justamente el regente actual dentro del panorama, aquel que hace gala de la malversación, el exceso y los diamantes, y si es que lo llega a hacer es siempre desde la ironía. Y es que apostar por la revisitación sucia de la Golden Era, aquella de cajas gordas y breaks saturados pareciera ser la respuesta justa frente al sonido multidimensional y millonario que empapa desde el rap a la industria en general. “Quakers” suena sucio, de poca fidelidad, reservado de recursos, pero no por ello pierde tamaño. Por supuesto que el himno dentro del rap también guarda un lugar común; la fórmula se perfeccionó por allá por el año 1995 y ‘Sidewinder’ y ‘Rock My Soul’ lo dejan absolutamente claro. Y sí, lo de cuáquero viene por lo ortodoxo y por lo telúrico: el primer gran sismo se llama ‘Fitta Happier’ y de seguro se colará en más de algún ecléctico conteo de lo mejor del año.