Kurt Vile & The Violators y Thurston Moore
Teatro Oriente, domingo 15 de abril
Foto por Felipe Fontecilla
Aparte de temas propios, Kurt Vile toca ‘Downbound Train’ de Bruce Springsteen en su set junto a The Violators, la banda que lo acompaña en vivo y cuyo nombre parece un tributo a viejos estandartes punk como The Vibrators o The Dictators. Tras el aplaudido show del melenudo de Filadelfia, los técnicos montan el aparataje para el plato fuerte de la noche: Thurston Moore. Cuando el (¿ex?) guitarrista de Sonic Youth ya está en lo suyo, Vile aparece nuevamente, ahora como parte de la audiencia; mira embelesado a uno de sus mentores, y ante la escasez de sillas (el Teatro Oriente se llenó), no tiene problema en sentarse en el pasillo.
Moore cuenta que está resfriado, pero nadie podría adivinarlo (excepto cuando, avanzado el concierto y en un gesto que lo acerca al resto de los mortales, busca un pañuelo en su chaqueta para sonarse la nariz). El tipo es de otro mundo. Cualquiera que escuche el muy acústico “Demolished Thoughts”, su último disco solista, podría haber pensado que cargar con 53 años le bajó las revoluciones y el show sería show quitado de bulla. Error. La tentación de hacer ruido es demasiado para él. Y así es como desenvaina un cover ‘It’s Only Rock ‘n Roll (But I Like It)’ de los Stones, desciende al público a gritarles en la cara que le gusta el rocanrol y después termina tumbado en la tarima, mientras los más entusiasmados se acercan, lo fotografían e incluso se animan a tocar su guitarra. Hermoso.
En uno de los tiempos muertos entre tema y tema, el estadounidense le dedica ‘Fri/End’ a Felipe Orrego, uno de los primeros miembros del mítico grupo nacional Los Blops, y revive la historia de la banda que el ex músico (y actual productor televisivo) armó con Kim Gordon antes de Sonic Youth (más info al respecto acá). Para el bronce, la mejor frase de la noche: “Hay que reescribir los libros, Sonic Youth es una extensión de la música sicodélica chilena”. Un homenaje al legado criollo, pero también un llamado a escarbar en el catálogo patrio de los 60 y 70, material esquivo que hasta ahora sólo es valorado como corresponde por coleccionistas como el propio Moore (que también habló sobre comprar discos antes de ‘Never Day’).
Ningún tributo, eso sí, fue más dignificante que lo mostrado por el aprendiz y el discípulo, en sus respectivos turnos, a la hora de defender en vivo las canciones de su autoría. El primero, Kurt Vile, justificó en ‘On Tour’, ‘Freak Train’ y ‘Peeping Tomboy’ (interpretada en solitario, con luz tenue y varios murmurando la letra) por qué cuenta con la simpatía de Pitchfork y todos los que vienen a la cola; además de manejar a placer las seis cuerdas, transmite una calidez excepcional escondido detrás de su pelo y remite sonoramente a leyendas desde Townes Van Zandt hasta Lou Reed. En tanto, Thurston Moore apostó por inquietar, proponer y sacudirse de encima cualquier posible halo de figura nostálgica o acomodadiza. Los únicos que se amoldaron a la situación fueron los miembros de ambas bandas de apoyo, diestras las dos en pasar -a veces en cosa de segundos- de lo extático a lo contemplativo según hiciera falta. En ningún caso, la función doble de Vile y Moore se trató de una cumbre entre el pasado y el futuro. Todo ocurrió en el mejor de los presentes: ése que se vive como si no hubiera mañana.