Si hay algo que recuerdo de mi infancia es la mezcla entre juegos de niños y la música de los dos trovadores más grandes que hasta ese entonces existían en mi país. Las canciones de la Fuerza G parecían confundirse con los acordes de “El derecho de vivir en paz”, o “Gracias a la vida”.
Es el legado de Víctor Jara y Violeta Parra, dos cantautores que parecen haber ingresado en el subconsciente de toda nuestra generación. Su música y letras se encuentran enraizados dentro nuestros recuerdos, llegando al punto de ser imposible no cantar sus creaciones o al menos tararear el ritmo de las canciones. Sin lugar a dudas, esta fue la herencia más grande que me han dejado mis padres. Quizás, algunos como yo aún conservan las grabaciones en cassetes gastados de tanto escucharse que nuestros viejos guardan como el puente que los conecta con vidas y épocas pasadas pero no olvidadas.
Con el paso del tiempo, las melodías de Pipirapao comenzaron a desaparecer de mi mente, pero el cantar de Víctor y la genialidad de Violeta siguieron acompañando mis pasos. Incluso, en algún momento llegué a pensar que nunca conocería artistas que siguieran la senda trazada por estos grandes músicos de nuestro país.
Pero para nuestra fortuna el destino aún no había dicho su última palabra. Si en el 2005 Manuel García nos sorprendió con su primer disco solista, Pánico, este año con el lanzamiento de Témpera se encargó de dejarnos en claro que su talento supera todas las barreras imaginadas, obligándonos a simplemente sentarnos, escuchar y maravillarnos con su genialidad.>
Si con Témpera, Manuel García consiguió instalarse en nuestro subconsciente como un verdadero poeta; la belleza y magia presente en el segundo disco de Nano Stern, Voy y Vuelvo (lanzado el 2007), fue la prueba fehaciente de que nos encontramos ante un nuevo escenario de la música. Estamos frente al regreso de los verdaderos trovadores en nuestro país. Esos que no necesitan grandes escenarios, efectos de luces, pantallas gigantes y grandes carteles promocionando sus tocatas. La historia nos ha brindado el placer de estar frente a artistas que siguen viendo la música cómo el arte de expresar los sentimientos del alma, sin recurrir a elementos secundarios.
Sin embargo, lo que superó todas mis concepciones sobre la música nacional, llegó el primer día en que escuché a Chinoy. Con letras y melodías inspiradas en la propia esencia del ser humano, como Valpolohizo o No empañemos el agua, acompañados de una fuerza interpretativa pocas veces vistas, este hombre de San Antonio se encargó de romper con todos los esquemas que tenemos sobre la composición y difusión de la música.
Sin lugar a dudas, Chinoy merece ser recordado como uno de los artistas más innovadores que la escena musical chilena ha mostrado en los últimos años. Este tímido personaje nunca ha editado un disco, no obstante, posee más de cien canciones rondando por la red. Si esto no es rock and roll, entonces díganme ustedes que es.
Estamos siendo testigos de cómo la historia no sigue una progresión lineal, sino que transcurre en la forma de un espiral. Hoy, somos nosotros los que estamos legando a nuestros viejos, y a las generaciones posteriores, este renacer del canto chileno. Nuestros sentidos se están encantando con la belleza de la simpleza. Sé que aparte de los artistas nombrados deben existir muchos más. Por las calles que componen nuestra larga y angosta faja de tierra, aún deben transitar músicos que saben que su arte no debe prostituirse con los vicios de la modernidad.
Manuel García – Barcos de Cristal
Nano Stern – Necesito una canción
Chinoy – Valpolohizo