El amor, huelga decirlo, se ha erigido como el principal sostén cuando hacemos arte, y el amor en pareja ha sido su costado más explorado. A través de los siglos, ese tópico permanece incólume en su privilegiado sitial. Mirando la situación de esa forma, se antoja increíble que en plena época tecnológica -donde la comodidad y lo superfluo van acaparando más terreno- haya nacido un disco que recurre al sentimiento genuino, al oscuro tránsito en pos de sanar las heridas invisibles, pero profundas, que arroja una ruptura amorosa.
La persona a cargo de enseñarnos esa lección fue, cómo no, una mujer. Una pequeña doncella candiense que apenas rondaba la veintena de edad, y que cargaba con la inmensa cruz de haber vivido el abandono de la pareja, ilusiones rotas y las emociones en carne viva, ansiosas de ser exteriorizadas (y exorcizadas) de cualquier manera, como un duelo que no desea ser oculto. Alanis Morissette logró con una docena de canciones, en esta sensible guía de autoayuda titulada “Jagged Little Pill”, instruirnos en algo tan común y complejo a la vez, sobre lo que siempre tendremos algo que aprender.
En la tercera obra -si somos rigurosos con el calendario- de la solista, conviven la rabia ciega y explosiva que nos otorga el dolor cuando arriba inesperada y groseramente. ‘You Oughta Know’ desata la tormenta sin filtro alguno y la cantautora, arropada por certeros riffs (cortesía de Dave Navarro, junto a Flea en el bajo, ambos colaboradores en varios cortes del álbum,) y poseedora de una voz amenazante y feroz, jura venganza al infame galán, prodigando una suerte de tabla comparativa entre ella y la intrusa (“¿Piensas en mí cuando te la tiras?“, suelta sin asco en un momento). También aspira a dar lecciones, para afrontar lo que se viene para el futuro, en la sabia ‘You Learn’.
El encono tiene origen en el desencanto, en la tristeza y las consecuencias de saberse en ese escenario. ‘Hand In My Pocket’ retrata el limbo en el que la cantante cae tras el rompimiento, donde las contradicciones internas abundan, viendo en qué pudo uno fallar. ‘Perfect’ y ‘Head Over Feet’ aparentan ser una especie de feliz racconto, un amable refugio para la tormenta que está desatada y que no tiene fecha de remisión.
“Jagged Little Pill” fue una exteriorización de demonios, el camino más sangriento para canalizar el torbellino de recuerdos y sinsabores que vivió Alanis Morissette. Sangriento porque todo el mundo se enteró, sorprendió y amó el opus tras conocerlo. Sin pretenderlo, la intérprete devino en una especie de bastión feminista, en una heroína que se vengaba, a nombre del “sexo débil”, de toda la crueldad que derramaban los viles hombres. Una percepción errónea, porque Alanis Morissette, más allá del desorbitado éxito que tuvo con esta obra, sólo buscaba sanar y dar vuelta la página, pero lo hizo de un modo tan genial que ni ella misma (con más años y más rupturas) pudo repetir en ninguno de sus elepés sucesores. La magia de este disco no fue abordar algo común para todos los mortales, sino hacerlo con toda la inocencia e ilusión de alguien que pierde todo por primera vez, la que más duele.