Pendex (o Los Pendex, como se llamaban en sus inicios) es una banda que estuvo donde tenía que estar. Que nació en el momento y lugar exactos. Un ente musical que no podría haber existido a pleno, sin la serie de circunstancias que los rodearon. A comienzos de la década pasada, ellos eran los menores en la gran familia que era la escena independiente chilena. ¿Y qué mejor apoyo para un grupo como éste que crecer junto a gente como los mismos hermanos Gómez, sin duda un referente directo para ellos (tanto de sonido como de estilo)?
Los espaldarazos de confianza para este quinteto fueron mucho más que sólo incluírlos en una camada -algo importante de por sí-. El 2003, con un año y medio de vida (y teloneo a The Breeders en su prontuario), ya estaban sacando un primer y homónimo disco que era fiel reflejo de su nombre. “Pendex” es, como se le mire, un manual de estilo adolescente, imbuído en la urgencia e inmediatez naturales de esa etapa. Un conjunto de ideas y mantras de ese momento en que todo es posible (ya que “tu vida es solo tuya“, como afirman en ‘Ella Se Va’, el primer track de este álbum). Ese punto en que se empiezan a generar concepciones y opiniones sobre aquello que importa, como muestran en ‘Que No Vuelvan’, dedicada a la milicia (en sus propias palabras, “hay que tener dos dedos de frente para preocuparse de la historia“). Pero sin dejar de lado la espontaneidad lúdica propia de ese estado, reflejada en títulos como ‘Pichulera’, ‘Dando Jugo’ y ‘La Cortita’.
Ahora, todas esos paradigmas y cosmogonías propios del aquí y el ahora, se ven enfrentados con influencias musicales cuyas raíces no fueron plantadas en una época específica. Una lista que no hace más que hablar maravillas del buen gusto de “Felito” Dumay (voz y bajo), Ricardo Halabi (voz y guitarra), Alejandra Elgueta (guitarra) y el “Guagua” Bawlitza (batería). Hay referentes actuales (Nirvana, por mencionar alguno), pero su sonido le debe mucho a géneros con décadas de vida: el punk medio Ramonesco, el surf rock, el rockabilly (¡hola, Guiso!), todo ello en función a su intrínseca onda garagera. Desde Chuck Berry (en su homónima ‘Chuck’) hasta los B-52’s (patentes durante la ya mencionada ‘La Cortita) con algo de Weezer entremedio, una mescolanza cuyo resultado son canciones frescas y rápidas, que siguen sonando igual de vibrantes hoy en día. Muestras de un espíritu que -registrado de forma honesta- dejó inmortalizado un fonograma de perenne adolescencia.