Han pasado seis años desde que Guiso editara éste, su segundo álbum, y da la impresión de que fuera mucho más tiempo. Y es que la independencia, esa quimera que la banda predicaba a comienzos de la década, es cada vez más tangible en Santiago de Chile. Gran parte de la responsabilidad recae en estos cuatro individuos, quienes despojaron de sofisticación al rocanrol y lo devolvieron desnudo a la calle. En el camino cultivaron fans y detractores, todos con buenos argumentos, pero nadie sensato podría hacer la vista gorda frente a la importancia del grupo.
El Sonido representa avances que escapan del estricto ámbito musical, para instalar un discurso, una metodología de trabajo y una impronta que –finalmente- incidirán en lo auditivo. Uno de estos primeros atisbos es la canción homónima que abre el disco y que, pese a no ser un gran tema, funciona como un claro manifiesto. Saludan a sus correligionarios (The Ganjas, Día 14, Familea Miranda, Pendex, etc), mientras reverencian el legado de músicos más antiguos que ellos y reflejan en un solo corte su ánimo convocador. La intención de hacer puente.
Y sí. Es cierto que muchos de los grupos que mencionan ya no existen, que el factor novedad ya no está de su lado, que la falta de pulcritud causó -y sigue provocando- alarma entre los puristas de la alta definición y que Guiso nunca fue una banda de grandes ejecutores. ¿Pero qué más da? Estamos ante un álbum necesario para comprender lo que está ocurriendo ahora mismo en la capital y el resto del país, cada vez que un grupo de amigos se pone a tocar y piensa en profesionalizarse. Guste o no, una lectura obligatoria.