Fotos por EcLib, Nicolás Carrasco y Roberto Vergara.
El público metalero es una especie única dentro de nuestra fauna. No importa si hay pega o no, si la cosa está buena o mala: cuando una banda importante, cuando un grupo al que hay que ver viene a nuestro país, ellos encuentran la forma de estar ahí. No importan los costos ni las distancias a recorrer, ellos harán lo que tengan que hacer para asistir a la ceremonia respectiva. Y el viernes no fue excepción: una vez más, una de tantas, de todos los rincones llegaron, congregándose, llenando por completo el Movistar Arena, prestos para recibir un nuevo sermón de un cuarteto cuyo nombre es sinónimo de thrash metal: Megadeth.
21:03, y tras un par de minutos de atraso, el escenario se vuelve rojo y negro, mientras una gigantografía de Vic Rattlehead las hace de testigo omnipresente a la algarabía que comienza a llenar el aire. La expectación crece mientras voces desde lo alto anuncian, uno a uno, a los maestros de ceremonias de la noche. Shawn Dover en batería. Chris Broderick en guitarra. David Ellefson, el hijo pródigo y miembro del line-up original, en el bajo. Y completando el círculo, el cabrón pelirrojo, el hijo de puta por excelencia: Dave Mustaine. El patrón del fundo, el dueño del espectáculo.
Ya están todos. Tres segundos después, se desata el caos. Literalmente: ‘Dialectic Chaos’ y ‘This Day We Fight!’, de su ultimo Endgame, y el primero de muchos clásicos de la noche, ‘In My Darkest Hour’, dan inicio a 100 minutos de intensidad y velocidad. El público lo sabía, y se entregó en pleno a estos monstruos que estuvieron a la altura de las circunstancias, trayendo su mejor line-up en más de una década. Pero además, con un plan no muy común. Porque, si bien el motivo de esta visita fue presentar en vivo su último trabajo, la misión que traían consigo iba más allá, y la escenografía de la jornada daba algunas pistas de la misma: tocar íntegramente su Rust in Peace de 1990. Todo.
Y es por eso que, a clásicos habituales y sempiternos como ‘Hangar 18’ (¡qué grito que pegó el público, carajo!) y ‘Holy Wars…The Punishment Due’, en esta ocasión se sumaron joyas del calibre de ‘Take No Prisoners’, ‘Rust In Peace…Polaris’ o ‘Five Magics’ (en la humilde opinión de quien escribe, la mejor línea de bajo jamás compuesta por bajista alguno de Megadeth). Súmese a eso sospechosos de siempre del calibre de ‘Symphony of Destruction’ o ‘À Tout le Monde’, nuevos clásicos como ‘Head Cusher’ o ‘The Right to Go Insane’ y un encore que incluyó ‘Trust’ (versos en español incluídos), la eterna ‘Peace Sells’ y una versión de ‘Skin o’ My Teeth’ “improvisada” en homenaje al público. ¿Qué resulta de toda esta suma? Un setlist que los presentes recordarán durante años.
22:48, y los baños están repletos de chascones mojándose, recuperando el aliento que usaron durante más de una hora, mientras dejaban el alma cantando y saltando. Los presentes caminan de a dos, de a tres, en piños. Tras las rejas de acceso al Movistar Arena, los buses esperan por sus oscuros ocupantes, prestos para un viaje que los llevará de vuelta a las calles, a los bares y a las piedras debajo de las cuales salieron, a lo largo y ancho del país. Muchos cansados. Muchos más, contentos. Todos conformes. Y con una constante en el aire. Una palabra que se repite, una y otra vez, en la cancha y las galerías, caminando por los pasillos, subiendo las escaleras, a través del estacionamiento, saliendo del Parque O’Higgins y esparciéndose en todas direcciones.
Un mantra, una consigna de todo lo que pasó esa noche. “Conchetumadre”.
Y sí, eso lo resume todo.