Fotos por Piero Mancini
Difícil definir bien a qué iba el público que practicamente llenó el Nescafé de las Artes para la segunda presentación de Christina Rosenvinge en Chile. Porque era un hecho que muchos iban en plan de nostalgia. Que más que ir a ver a una chica (va a ser inevitable que pensemos siempre en ella como tal, aún cuando hace rato pasó los cuarenta) con una ya extensa carrera en solitario, la gran mayoría de los presentes iba a reencontrarse con un recuerdo. Con una figura icónica de toda esta generación veinteañera. Y ella, con una tranquilidad absoluta, lo sabía.
"Esperé 15 años para volver a veros". Media hora dentro de su show, y la hispana casi en un susurro -que hizo temblar a varios, eso es seguro- se encargó de generar cuanta complicidad fuese posible. Y es que, si bien vino en plan de promoción de su último trabajo, Tu Labio Superior (vale la pena decirlo de paso, un muy buen disco, absolutamente recomendable), no se olvidó de dejar espacio para el viaje de rememoranza: la séptima canción de la noche, ‘Sábado’, era la señal de que esta blonda cantante ibérica tenía claro que tanto tiempo sin venir implicaba la obligación de cubrir terreno hacia atrás.
Y vaya si lo hizo. Si bien la ya mencionada melodía fue una de las más coreadas hasta ese minuto, junto con los sencillos de su última producción (‘La Distancia Adecuada‘ y ‘Tu Boca‘, con la que abrió el concierto), el karaoke se largó cuando el setlist llegó a su décima parada. ‘Alguien Que Cuide de Mí’ empezó el repaso por los clásicos noventeros que llevan años sonando en nuestras memorias.
‘Pálido’, ‘Tú Por Mí’, ‘Voy en un Coche’, todas las imprescindibles que formaron parte del repertorio de Christina y los Subterráneos fueron llevadas a escena por esta intérprete – subrayando esa palabra, porque las ligeras deficiencias vocales (quizás producto de la mezcla entre nuestro clima particular y su presentación de la noche anterior) que presentó en escena pasaban a segundo plano ante una interpretación cautivadora a más no poder.
Y, si uno era capaz de abstraerse de ese ambiente de ensueño que se producía entre las memorias, las luces y esa voz de terciopelo… la situación era un poco bizarra. De verdad. Porque ahí estaba ella, cantando todas estas melodías que se aprontan a cumplir dos décadas, que son la banda sonora de miles de adolescencias, mientras las baterías de las mismas las tocaba un tal Steve Shelley, baterista de Sonic Youth. Hecho sabido, pero no por eso menos curioso, ¿no?
Más de una hora y media de presentación y el final se acercaba. Pero algo parecía faltar. El show había tenido de todo: momentos muy rockeros (como cuando tocaron ‘Mi Habitación’, mientras Christina pedía que el público levantase "sus bellísimos culos de vuestros asientos"), otros muchos más íntimos (‘Animales Vertebrados’, un punto altísimo dentro del todo, con Christina sola en el escenario). Veinte canciones iban ya, pero la audiencia nunca había logrado compenetrarse por completo, más allá de pedir su regreso al escenario. Tal vez era el efecto del clima en algunos de los presentes.
Fue necesaria una última aparición, la cuarta en total, y una interpretación sólo a piano y voz de la esperadísima ‘1000 Pedazos’, en conjunto con su inseparable Charlie Bautista, para que por fin todo hiciera click. Si bien la audiencia había sido respetuosa y atenta, sólo unos cuántos habían estado compenetrados con el espectáculo presenciado. Y esa gota final logró que el Teatro en pleno se terminara de entregar a esta española.
Antes de ese último encore, ella preguntó si acaso el público no quería irse a casa. Los pocos que ya habían marchado, se perdieron ese momento. Ya saben, el momento mágico que hace de una presentación en vivo algo único e irrepetible. Es cierto, la espera para que llegara fue larga. Más de una década. Pero Christina Rosenvinge se encargó de que, al final (literalmente, para aquellos que se hicieron de rogar), todo valiera la pena.