A menudo cuando hablo con personas de mi generación sobre lo que significó internet para nosotres en la primera década del 2000, concluyo que era una herramienta que usábamos con inocencia. No tiene tanto que ver con un halo de nostalgia, a ella siempre hay que manejarla con cuidado y respeto, porque se corre el riesgo de perder un tesoro: la curiosidad. Tampoco está en el primer lugar de razones el momento vital en el que nos encontramos con él, la adolescencia. Tiene que ver con lo desconocido: no sabíamos muy bien qué era internet, ni tampoco las posibilidades que nos podía entregar. Pero ahí estábamos, muchos, muchas, muches, encontrando pedacitos de identidad a kilómetros de distancia de nuestros pequeños mundos, en desconocidos y desconocidas con mucho en común.
Chile es el lugar en el que me tocó nacer cuando la dictadura de Pinochet terminaba. En las entrevistas que le he hecho a Javiera Mena a lo largo de estos años hay una idea a la que siempre volvemos: Chile es una isla. Un pedacito de tierra cercado por una cordillera que se cae al mar. Y aquello, sumado a la construcción neoliberal de separarnos cultural y socialmente del resto de países del continente, creó a más de una generación desconectada, encerrada, sobre todo si venías de clase trabajadora y no tenías los medios para encontrarte con medios culturales de otros lugares.
Fotolog, Soulseek y MySpace fueron herramientas de construcción para la educación musical adolescente de muches durante esos primeros años del cambio de milenio, tanto en Chile como en otros países del continente. Y antes de que terminara esa primera década, en el 2008, apareció Club Fonograma, un blog fundado por Carlos Reyes que no solo se transformó en un espacio de registro, archivo y conversaciones alrededor de la música latinoamericana, sino también en una ruta posible para artistas, fanáticxs de la música y también para quienes queríamos escribir sobre ella.
Internet era un lugar diferente aún, en ese tiempo. Seguía todo en construcción, a diferencia de hoy, que pareciera que los comportamientos, las opiniones, los modos de hacer cualquier cosa, todo, ya está preformateado. Y en la escena musical de Chile, esa también fue una década en la que -me atrevo a decir- se sentía una efervescencia que no he vuelto a sentir, alrededor de la idea de que estaba todo por hacer, porque no teníamos nada que perder. La realidad es que no teníamos nada. O, mejor dicho, en el mejor de los casos, teníamos amigos y un computador en la casa.
La industria musical chilena de los noventa, que había sido pintada como algo moderno y desarrollado, pero en la realidad sostenida en palos de cholguán, ya no existía. Los sellos multinacionales, después de juntar la última plata que pudieron con los discos del concurso de talentos Rojo Fama Contrafama y el axé, se largaron del país. Si para varios que ya tenían proyectos musicales a fines de esa década este modelo de industria ya resultaba algo lejano o poco interesante también, una vez que se rompe, el terreno queda baldío. Y cuando no sabes dónde puedes tocar, te inventas el lugar. Y cuando no estás pensando en cuál es el siguiente escalón que debes pisar, cuando no sabes quién te puede querer escuchar, puede aparecer cualquier cosa. Y así se empezó a construir una escena llena de tesoros.
En cuanto a quienes éramos muy jóvenes y queríamos escribir sobre música y no hacerla, el panorama no era tan diferente. En los pocos medios de comunicación (y ahora hay menos) en los que había una salida para hablar de música, parecían lugares inalcanzables, círculos cerrados de amigos que se conocían probablemente desde el colegio y aulas de las universidades en las que habían estudiado. También había una gran diferencia entre lo que se podía escuchar rotando en la radio o escrito en un suplemento, con lo que te encontrabas comentando en Fotolog, bajando del Soulseek, escuchando en programas como Perdidos en el Espacio de la Radio Universidad de Chile o leyendo en blogs locales, como Super45 o unos años más tarde, POTQ Magazine (antes de escribir acá, era lectora).
Club Fonograma, desde el 2008, me mostró a mí, una estudiante muy novata de periodismo, que había una ruta posible. Me sacó de una isla en la que me había criado sin yo saberlo por la construcción de mi país, de su perspectiva de la cultura, por la clase y por el género. Fue allí donde leí a mujeres escribir de música que era mucho más cercana a mí que la anglo, en donde también se hablaba con mucha más soltura y menos prejuicios de música hecha por mujeres. Fue donde descubrí a nuevos y nuevas artistas de Latinoamérica que estaban mezclando los sonidos tradicionales de sus países con ritmos contemporáneos. Allí aprendí de nueva música del Caribe, algunas primeras reflexiones sobre el reggaetón en tiempos en que estaba lejos de dominar las predecibles listas, como lo hace ahora y también pude leer sobre toda esa música chilena que yo estaba también escuchando, pero con una distancia que yo, por vivir acá, no tenía. Por ejemplo: A nadie le importaba en Club Fonograma que Kali Mutsa fuese actriz de la tele o cuica (cheta, fresa, pituca, gomela, pija). La valoraban como música.
Carlos Reyes, Enrique Coyotzi y todo el equipo que se comenzó a formar en Club Fonograma con el tiempo, me mostraron algo que nunca quiero olvidar: el entusiasmo. Mientras en los diarios o suplementos podía leer a gente que ya venía de vuelta de todo, desde un púlpito que estaba por encima de nuestras cabezas, en espacios como este, veía emoción pura por conocer nueva música, haciendo crítica, pero con ese factor que lo cambiaba todo: el frenesí. Los compilados Fonogramáticos se convirtieron en una biblia y mapeo de nuevos sonidos tanto en el continente como cruzando el charco, con la escena española entrando también en las listas. Y así se tendían puentes también entre artistas con la publicación de reversiones que ya son clásicos y de una memoria histórica importantísima, como la de Triángulo de Amor Bizarro a ‘Lento’ de Julieta Venegas, Alex Ferreira haciendo lo propio con ‘Bombay de El Guincho’ o Gepe y Pedropiedra covereando ‘Maestro distorsión’ de Astro, todos incluidos en Fonogramáticos Vol.10: “Nosotros Los Rockers”. Uno de mis primeros proyectos como periodista musical independiente fue en 2009 un podcast de entrevistas con artistas latinoamericanos. A muchos les conocí por MySpace, pero sobre todo, gracias a Club Fonograma. Les escuchaba allí y luego contactaba para poder hacer las entrevistas (¡vía Skype!): Domingo en Llamas, Carla Morrison, Lido Pimienta y Torreblanca, entre muchos otros y otras.
Pero además de una ruta posible, Carlos, quien partió con el blog queriendo escribir de la música que escuchaba para mostrarla a sus amigos, según contaba en esta entrevista en el 2010 en Decireves, creó una comunidad de una envergadura impresionante. De muchos y muchas artistas y personas que durante la última década han hecho de la música, además de su amor, su oficio: programadores y gestorxs de festivales, periodistas, productorxs musicales. Todos repartidos por el continente, pujando por la existencia de diferentes espacios en cada uno de sus países. Así de trascendental. Así de hermoso.
En las últimas horas supimos de la muerte de Carlos. Y ha sido un shock, ha sido muy triste y al mismo tiempo muy emocionante para mí leer a desconocidos, conocidos y ciberamigues-de-la-música, hablando de la importancia de lo que creó Carlos para todes nosotres. “Cuando Carlos Reyes creó Club Fonograma, hizo algo que la crítica no suele hacer: pensar la escena musical latinoamericana como un todo, cada país con su color, pero unidos. Ojalá algún día podamos recuperar ese espíritu”, dijo Juana Giaimo, periodista argentina.
“Club Fonograma hizo más que escribir de música independiente latinoamericana en la era de los blogs. Definió géneros además de un lenguaje apasionado sobre esa música a la que les apuntó el reflector (…) Gracias por un periodismo musical diferente”, dijo Marcos Hassan. “Club Fonograma fue un faro para el pop alternativo y la música iberoamericana de 2008 a 2014. Uno de los primeros blogs en ponerle merecidas fichas a Javiera Mena, El Guincho, Diosque y muchos más ignorados por medios escritos en inglés”, dijo Eric Olsen, editor en Indie Hoy. “Club fonograma era un espacio maravilloso de crítica y promoción de la música latina y alternativa, siempre lo recuerdo con mucho cariño. Que descanses en paz querido Carlos. Un abrazo y cariño a su familia y amigos”, dijo Julieta Venegas.
“Hay que ser grande para conectar a otros entre sí sin miedo a la sombra. Personas como él inspiraron mucho mi trabajo y cada sus colaboradores son gemas totales”, escribió la periodista argentina de KEXP, Albina Cabrera.
“Carlos Reyes nos enseñó a disfrutar de la música de Latinoamérica, a perder los prejuicios con el reggaeton y a trazar lazos con el indie que se hacía en España. Y Club Fonograma es la página que recuerdo con más cariño de entonces”, dijo Manolo Domínguez, uno de los fundadores de otro de mis blogs sobre música favoritos de esos años, la nadadora. Y Moni Saldaña, directora del festival NRMAL escribió: “Club Fonograma marcó mi vida. No creo que NRMAL hubiera sido lo que es sin CF y toda su comunidad”.
Y podría seguir compartiendo más mensajes. Son muchos y muchas cuya vida quizás sería distinta si no hubiesen encontrado en aquel momento esta comunidad. Quizás haríamos otras cosas. O quizás de otra forma.
A lo largo de todos estos años, Carlos Reyes y Club Fonograma se me aparecen con mucha regularidad. Cada vez que tomo contacto con alguna persona latinoamericana de mi edad que ocupa sus días en oficios ligados a la música, en cuanto empezamos a conversar, salen los compilados del blog y las canciones que amábamos, aún sin conocernos en ese tiempo. O hace unos meses, cuando la escritora Romina Pistolas presentó en Santiago de Chile su primera novela y sonó ‘El tigeraso’ de Maluca, le dije que cuando apareció esa canción hace más de una década, no podía dejar de escucharla. Y que la había conocido gracias a Club Fonograma. O, en mi propia casa, el legado de Carlos es una conversación recurrente. Cuando con la persona con la que estoy construyendo mi propia familia hablamos de Balún, el increíble soundtrack de Voy a Explotar o Prin La Lá, por ejemplo. Justo esta mañana comentamos la obsesión que teníamos, cada uno por su lado en ese tiempo, sin conocernos, con ‘Bestia’ de Hello Seahorse! ¿Cómo llegamos ambos, a miles de kilómetros de distancia, a escuchar todo el día esa canción? Por Club Fonograma.
O hace ocho años, cuando organizamos un concierto de Nubes en mi casa, en una casa a punto de ser demolida, en el centro de Santiago de Chile. Empezó a sonar la guitarra de ‘Mareo’ y pensé en Club Fonograma. En que sin ellos, quizás yo nunca hubiese podido organizar nada, ni haber escuchado esa joya en vivo.
Con Carlos teníamos la misma edad y nunca nos conocimos. Él vivía en Estados Unidos, yo en Chile. Teníamos vidas muy distintas, probablemente, pero había un núcleo que nos unió y así con miles de personas en diferentes países. Muchas veces dicen que lo que se construye en internet, es como si no existiera. Un borrado de servidores y ya está. No hay historia. Estoy en desacuerdo, porque todo lo que hizo Carlos, con ese blog que creó sin pretensiones para mostrarle música a sus amigos, formó lazos, relaciones, comunidades y oficios que han cambiado vidas completas. Incluyendo la mía. Aún no se inventó el lenguaje escrito para agradecerle, pero -afortunadamente- sí la música.