Un regreso accidentado para esta edición de Fauna Primavera, que aún así sigue cumpliendo con aquel rol de acercarnos bandas indie que no entran en otras configuraciones festivaleras. Luego de una partida agridulce con The Magnetic Fields y Rosario Alfonso en Teatro Coliseo durante el martes 6 de diciembre, el evento vivió su segunda jornada en un formato adaptado a las afueras de Movistar Arena.
SNAIL MAIL
Dos escenarios exteriores y una corredera de barras y foodtrucks acompañaron una tarde que fue recibiendo asistentes a goteo. Estar en el Parque O’Higgins un martes a las cinco de la tarde es toda una misión, pero cuando el horario laboral terminó y fue el turno de Snail Mail, el grueso casi definitivo ya estaba armado en el escenario Fauna Primavera. La cantidad precisa de personas para mantener la velada en una esfera mucho más íntima.
‘Heat Wave’ abre el setlist y es una coincidencia muy pertinente. Con un sol aún rudo, Lindsey Jordan y compañía vinieron a ser mucho más que un número anunciado por imprevistos. Lush, del 2018, es uno disco que nos dejó prendados; un indie muy a lo Matador con una joven compositora que deja boquiabierto con su capacidad de reflexión a tan corta edad. Verles con otro buen disco como lo es Valentine parece una fortuna y agradecemos.
Con un intercalado entre ambas placas, los estadounidenses dejaron constancia del avance que han tenido como proyecto. Se comieron el indie en el 2018, se encerraron en el mejor momento, volvieron con un álbum que aumenta la magia de la propuesta; uno honesto, donde Jordan no escatima en historias sobre rehabilitación y el paso a los veintes.
Tal como fue avanzando la tarde, lo hizo este concierto. La vehemencia del sol también es la de la adolescencia, eventualmente el cielo se tiñe de oscuros y esa energía se transforma en otra cosa.
Cada canción fue dando confianza y tonalidades, y al final del espectáculo la artista se siente como una buena amiga, talentosísima, que se anima a mostrarte una genialidad que se le ocurrió. Emocionada, como todos los asistentes, por tener una noche por delante con nombres como Alvvays, Crumb y Fleet Foxes, Snail Mail nos regaló un poco de ese misticismo que sólo se consigue cuando creces siendo una indiestar. //Bárbara Carvacho
YORKA
Yorka desplazó al festival de una punta a otra para recibir el fresco de la tarde. Un concierto cercano, cuya tónica fue usar el pasto y las instalaciones para descansar el cuerpo. Baladas cercanas que son susurros al oído, intensidad folk que se encuentra en un punto fundamental con Chao, el disco protagonista en la vida de las hermanas Pastenes durante este año y este show.
Entre bromas sobre Fantasilandia y casi-tocar-en-Movistar-Arena, las chilenas amenizaron con su versatilidad pop, regalando anécdotas y canciones que siempre es un placer escuchar en vivo, sobre todo en un encuentro de mediana asistencia donde la vida social y las barras aún no se volvían las protagonistas. //Bárbara Carvacho
ALVVAYS
Hay algo especial en bandas como Alvvays. Pertenece a una larga e invisible cadena de grupos en los que podríamos encontrar a The Pains of Being Pure at Heart, Black Tambourine, The Sundays o, el caso más ilustre, The Go Betweens. Quizá no sean los grupos que ocupen las portadas, cuyos discos encabezan serias listas de lo mejor de la Historia de la música popular o, en algunos casos, no pasan de ser una nota al pie de página de esa Gran Historia del Pop. Pero, a la vez, se convierten en las bandas más especiales y hasta las favoritas de un puñado de gente que es capaz de identificarse con su música sencilla, directa y sus letras entre lo cotidiano y ciertas derivas intelectuales.
Los canadienses, en su primera visita a Chile dejaron claro porqué pueden ser el grupo favorito de algunas personas pero deberían serlo de muchísimas más. Con su recién publicado Blue Rev, que ocupó más de la mitad del set, están en su mejor momento. Esta misma semana, Pitchfork declaraba ‘Belinda Says’ la mejor canción de 2022 para la publicación y está siendo su disco más aclamado, aunque no hayan variado demasiado su fórmula. Tras un silencio discográfico de cinco años —una eternidad para un grupo pop— volvían el pasado octubre con un disco luminoso, melancólico, brillante y rompecorazones.
Ante un, sorprendentemente, escaso público para estar en el escenario principal del día, lo primero que escuchamos fue ‘The River Sings’ de Enya, que se encabalgó con la preciosa ‘Pharmacist’, una de esas canciones por las que amar el indie-pop. El carisma de Molly Rankin es de los que se construyen con esa mezcla entre la timidez shoegaze y la seguridad de defender un cancionero en el que no hay ningún punto bajo. Estuvo claro que se trató de un concierto presenciado por fans, es por eso que la aparición de canciones de sus anteriores discos como ‘In Undertow’ o ‘Adult Diversion’, se celebraban como si de un gran éxito se tratase. Sin demasiada comunicación con los asistentes (entendible: había que meter casi veinte canciones en una hora), Molly recordó que ese mismo día habían estrenado el video para ‘Many Mirrors’.
Y hablando del aspecto audiovisual, las pantallas presentaban una serie de imágenes tendientes a la abstracción que recordaban a algunas de las obras que salieron de la factoría de la National Film Board of Canada, ese laboratorio para la experimentación que de la mano de Norman McLaren y sus discípulos llevó al cine y la animación abstracta a otro nivel. No es descabellado pensar en esa relación entre compatriotas.
Sin remilgos a la hora de mostrar sus influencias, ya sean implícitas como My Bloody Valentine o Camera Obscura o explícitas como en ‘Tom Verlaine’, el momento de más entrega del público fue cuando tocaron lo más parecido que han tenido a un hit, ‘Archie, Marry Me’. Los “hey, hey” en comunión colectiva desde los asistentes fueron, probablemente, el gran momento del concierto. También la interpretación de ‘Not My baby’.
Alvvays quizás no sea el primer grupo que a uno le acuda a la cabeza cuando le preguntan por sus bandas favoritas, pero uno que, sin ser consciente, es más que probable que esté ahí, escondido, en su modesta propuesta llena de belleza y ensoñación, dispuesto a que una de sus canciones te arranque una sonrisa, te rompa el corazón en mil pedazos o te lo recomponga. //Daniel Hernández
CRUMB
El horario para ver a Crumb no podía ser el más adecuado. A pesar de lo incómodo del escenario secundario, con la noche cayendo, el calor huyendo y (en algunos) el alcohol y otras cosas comenzando a hacer sus efectos narcóticos, la música de Crumb —que pasa del dreampop, a lo psicodélico a ligeros toques acid-jazz noventeros— se ajustaba al ánimo de bastantes de los asistentes, algunos tumbados en una especie de colchones desperdigados por el suelo.
El cuarteto liderado por la rotunda presencia de Lila Ramani (¡qué voz!), nos traslada a ambientes de ensueño, como si estuviéramos en El Café del Mar, esperando el amanecer tras una noche interminable de fiesta, pero en vez de una horrible música chill out, estuvieran sus melodías. Balanceando entre sus dos trabajos largos, el más reciente Ice Melt y el debut Jinx, el grupo desde la más severa independencia (sus discos son autoeditados en su sello), han conseguido hacerse un pequeño hueco en la escena alternativa con canciones que quizá no parecían destinadas a ser masivas, pero que les ha permitido llegar a girar por Sudamérica, probablemente algo que no tenían en sus planes cuando grababan sus epés en casete.
Quizá animados por el ambiente relajado y por la cálida noche, en la última parte del set Lila interpretó sentada. Por desgracia, como con otras bandas que tienen un éxito viral, había algunos que parecían estar allí sólo esperando ese momento (y molestando el resto del tiempo). Es verdad que no todos los grupos tienen una canción tan perfecta como ‘Locket’, que guardaron casi para el final. Fue un momento precioso en el que con el aire corriendo por nuestras caras, la sentida emoción de Lila dio sentido a aquello de Close your eyes, and hear my secret, deep, deep loving, hear my secret, hear my secret, hear my secret….y así hasta el infinito. //Daniel Hernández
FLEET FOXES
Antes del declive editorial de Pitchfork, allá por la primera década de este siglo hubo un momento en que la web de Chicago era capaz de crear estrellas mundiales dentro de la escena independiente simplemente por darles su bendición y convertirles en sus favoritos. Hay ejemplos muy variados: de Arcade Fire a Of Montreal, pasando por Animal Collective, Broken Social Scene, Bon Iver o hasta géneros enteros como la indietrónica o el weird folk. Uno de los beneficiados fueron Fleet Foxes, que surgieron en una época perfecta para bandas y público de señores con barba, influencias de los Beach Boys o Donovan y un hipismo mezclado con el hipsterismo.
De la mano del fantástico productor Phil Ek y del sello más ilustre de su ciudad de origen, Sub Pop, en cuestión de meses, los que pasaron desde la publicación entre el EP Sun Giant (que contenía su mega hit ‘Mykonos’) y su (casi perfecto) debut homónimo, se convirtieron en una de las bandas más importantes del momento. La continuación (continuista) de 2011 con Helplessness Blues ya les pilló cuando la moda del folk-rock contemporáneo estaba empezando a decaer y los seis años hasta el siguiente disco, Crack-Up y la falta de reinvención hicieron, ciertamente, decaer su estrella. Aún así, por supuesto, sigue siendo un grupo importante, tanto como para cerrar la noche de la segunda jornada de Fauna en el escenario principal.
Lo visto sobre el escenario fue lo previsible. Unas preciosas armonías vocales que remiten a los Beach Boys, un cancionero sólido heredero del folk rock dylaniano, y un generoso repaso a toda su discografía, muy de agradecer. Porque que hubiera casi tantas canciones de su último disco, Shore, como de su debut, fue un acto de agradecimiento a un público cálido. La tesis de que el momento inicial de su carrera fue, a la vez, su cumbre, se demostró con que el clímax del concierto se alcanzó casi al inicio, cuando empalmaron ‘Ragged Wood’, ‘Your Protector’ y ‘He Doesn’t Know Why’ de su debut.
Cuando había momentos concretos de decaimiento, rápidamente eran salvados por un ‘Blue Ridge Mountains’, por ejemplo, para recordar a los asistentes lo grandes que un día fueron. La herencia de los Byrds, Simon & Garfunkel, Electric Prunes, o toda la música que cabe en el Nuggets, se hizo presente en la noche del parque O’Higgins.
Aunque se veía a gran parte del público con genuina emoción, hay algo que, en lo personal, construye una barrera con su propuesta, algo artificioso y casi paródico. Canciones con títulos que incluyen las palabras Sun, Wood, Winter, Mountains, Ocean… mientras se proyectan imágenes de paisajes, montañas, ríos que parecen fondos de powerpoints de esos que incluyen frases motivacionales. Sus conciertos nunca admiten sorpresas (todos los que les he visto durante la última década son iguales) pero tampoco creo que sea lo que busquen sus seguidores. A destacar el guiño al público local al interpretar por primera vez en vivo la canción ‘Jara’, dedicada a Víctor Jara, parte de Shore, su último disco, concebido como una celebración de la vida y la música construido en la convulsa etapa del COVID.
Minutos antes durante el concierto, un seguidor le había regalado a Robin Pecknold una casete de Víctor Jara con lo que el círculo quedaba, de alguna forma, cerrado. El cierre con la rotunda ‘Helplessness Blues’, daba fin no sólo a su concierto sino a toda la jornada que había estado planteada con bandas que invitan al relajo y a la escucha plácida y atenta más que a la fiesta, al otoño más que al verano, a lo íntimo que a lo colectivo. Al menos, al no haber tantos asistentes, lo íntimo se consiguió durante muchos momentos. //Daniel Hernández