Una pantalla con un lobo en 3D recibió a los asistentes del primer concierto en Chile del grupo inglés Porcupine Tree. Steven Wilson ya se había presentado en varias ocasiones en nuestro país, pero su proyecto más exitoso era el más esperado, y el que costaba creer que estuviéramos a punto de ver en vivo. Más de diez años de pausa nos distanciaban de la idea, luego del hiatus que tomaron tras el disco The Incident (2009). Parecía casi imposible, especialmente porque fuimos los únicos sudamericanos que tuvimos la oportunidad de ver a la banda. Mi espera duró 15 años. No quiero ni pensar en otras generaciones.
Llegué a un Movistar Arena casi totalmente agotado y con un mensaje que pedía amablemente a los asistentes no tomar fotos ni grabar videos del concierto. Nada de extrañar de un hombre como Wilson que demoró años en subir su música a plataformas digitales y que se dio la tarea de buscar las formas más creativas de destruir un iPod, proceso registrado en Insurgentes, del año 2009. La era digital ha sido siempre conflictiva para él y sus compañeros de banda, y un tema recurrente en sus letras.
Casi siempre se respetó esta petición y los fans incluso pedían disculpas por subir los registros. El hecho de no ver brazos a lo alto con las cámaras apuntando al escenario lo agradezco desde la perspectiva de una persona que mide 1.58 metros.
El concierto inició de 0 a 100, con el clásico ‘Blackest Eyes‘ del disco In Absentia (2002). Un muchacho mucho más joven que yo, con una tenida que se inclinaba más al hardcore que al rock, me dijo: “Amiga, ¿quieres ir más adelante? Sígueme”. Como Alicia persiguiendo a un conejo apurado, me deslicé rápidamente por la cancha del Movistar hasta que finalmente lo perdí. Con una ubicación que me dejó relativamente conforme, entre hombres altos con poleras negras de bandas como Tool, Opeth, King Crimson o incluso del anime Jojo’s Bizarre Adventure o el videojuego Final Fantasy X, dando espacio para los chistes de malos olores en un público principalmente masculino.
La ansiedad iba a mil cuando Steven Wilson saludó al público y prometió nada menos que tres horas de música, y destacó las banderas brasileñas y argentinas que alcanzó a ver. Bromeó con un cartel de un fan, a quien le dijo: “Lo siento. No vamos a tocar esa canción”.
Tres horas de música parece ser una meta razonable para grupos de rock progresivo, pero que tenía un objetivo especial: tocar la mayor cantidad de canciones de su discografía para que la fanaticada que llevaba años esperándolos quedaran lo más felices posible.
Luego de presentarse, mostraron parte de su nueva producción de este año CLOSURE / CONTINUATION, casi 20 minutos de nueva música que se adapta bien a la escena actual y a todo lo que exploró Wilson en su trabajo solista. Luego, dieron paso a algunos clásicos, como ‘Even Less’, la apertura del disco Stupid Dream (1999) y la única de esa entrega que tocaron en el concierto.
Luego de otros temas simbólicos del grupo como ‘Drown With Me’, ‘The Sound of Muzak’ o ‘Last Chance to Evacuate Planet Earth Before It Is Recycled’, hicieron una pausa de 20 minutos donde Wilson nos aconsejó enchufarnos a la electricidad y cargar nuestras baterías.
Las áreas de comida se llenaron de gente recuperando energías y una fila eterna para el baño de hombres me hizo pensar que era la historia de siempre cuando se trata de necesidades, pero pasé de largo y el baño de mujeres estaba vacío. Entre las chicas que nos lavábamos las manos y refrescábamos a espera de la segunda tanda de la presentación, una de ellas nos mira y comenta: “Es primera vez que podemos aprovechar que somos minoría”.
¿Qué hace al rock progresivo ser un género tan masculino, casi al borde de la soberbia y el recelo? ¿Hay alguna sensibilidad asociada? ¿O simplemente prejuicios y barreras, como los recuerdos de amigos y parejas diciéndome que yo no escuchaba ni iba a escuchar nunca música de verdad?
De vuelta a la segunda parte del concierto, el grupo comenzó con la canción ‘Fear of a Blank Planet’, de la placa del mismo nombre, del año 2007. Las visuales del grupo fueron en general brillantes, y en este caso, se acompañaron del videoclip original dirigido por el artista Lasse Hoile, que se encargó del trabajo visual de la banda y de Steven Wilson durante varios años.
Desde este momento, comenzó el punto más intenso de la presentación: ‘Anesthetize’, una canción de 18 minutos que fue ejecutada de manera íntegra, con una precisión matemática y que pareció llevar el concierto al lugar donde todos esperábamos estar alguna vez. La banda se encontraba sorprendida y se preguntaron frente a todos nosotros por qué no habían venido antes al país, pese a que Wilson ya se había presentado antes con su proyecto solista. Al parecer tantear terreno fue la mejor decisión. Un golpe de suerte para los fans chilenos.
Ya acercándonos a la despedida, el grupo cerró con el clásico tema ‘Trains’ del In Absentia. Wilson la introdujo como la ‘Hotel California’ de la banda (entre otros sencillos clásicos), con una canción, que en sus palabras no había sonado en las radios y ni siquiera fue un sencillo del disco. Ahí pensé que las canciones de amor siempre son un misterio.
Terminada la presentación, las luces se encendieron y la gente empezó a abandonar el Movistar Arena. Una chica argentina se acercó y me pidió tomarle una foto a ella y su tal vez pareja, porque querían inmortalizar este momento. Cuando yo tenía su teléfono en la mano, otros dos chicos argentinos se les abalanzaron de felicidad, convirtiéndose en un retrato casi familiar. Cuando me alejaba de ellos, la chica les dijo: “El concierto estuvo sublime”.
Saliendo del lugar, me encontré con una amiga, nos abrazamos y le comenté que para qué me había maquillado si iba a llorar tanto. Ella me dijo que por suerte había usado un fijador. Nos despedimos y me fui a un servicentro donde esperé el auto que me llevó a mi casa. La noche se había acabado, y yo tenía mucho que pensar y decir.
En el texto que antecedió a este concierto me preguntaba qué era lo que me unía a lo que todos vimos en el Movistar Arena. Supongo que cada quien experimenta la música de manera distinta, y eso la vuelve un misterio, y le da una especie de misticismo a quienes tienen mayor sensibilidad a cierto tipo de sonidos y propuestas. Yo me quedo con que vi al grupo que, en mi opinión, tocó el fondo de la manera en la que veo el mundo, más allá de lo masculino, femenino y de la técnica musical, que parece ser mucho más importante que la crítica a la vida moderna y al toque contemporáneo que le han dado a un género tan rígido como es el rock progresivo. Pero yo qué sé de lo que opinan los demás. Quizás no nos une nada. Quizás nos une todo.