A continuación, comentamos los shows que más destacamos de la segunda jornada de Lollapalooza Chile. Acá puedes revisar los del primer día.
Javiera Parra manifestó en varias ocasiones lo feliz que estaba por tocar, por fin, en Lollapalooza. De estar tocando, en realidad. De, a pesar de todo, estar arriba de un escenario con los amigos de la esquina con los que se embarcó en este proyecto, hace 27 años. También celebró a todas sus compañeras músicas que habían pasado o pasarían por alguno de los ocho escenarios del parque durante el fin de semana y además, el hecho de estar asistiendo —también por fin— a un Lolla sin Piñera.
Esas fueron algunas de las grandes verdades que salieron de su boca, pero quizás no las más importantes. Las más importantes fueron todas esas grandes canciones pop que se levantaron a lo largo del tiempo en estas últimas tres décadas y que han permanecido —y permanecerán en pie— aunque todo cambie: la escena local (quizás algún día la podamos llamar industria), la forma de escuchar la música, los festivales, el público.
¿Cómo hacer sonar tan, tan enorme, en un escenario tan, tan grande, algo tan íntimo como ‘Secreta presencia’? Javiera y Los Imposibles es una de las grandes bandas pop de este país al que le gusta bailar y llorar. Una banda con hits para llenar horas y la sensibilidad intacta para seguir compartiéndolos.
CEAESE siempre apaña a sus homies. Las y los homies se apañan. El escenario, se devora. Esto y más es lo que hizo Felipe Arancibia el día sábado en el Perry’s Stage y que da para pensar en todo lo que se aprende con veinte años de carrera en el cuerpo y la sensibilidad suficiente para estar atento.
De la mano de un lujo de banda —en los coros estaban dos de las mejores voces locales actuales, Glo Herrera y Masquemusica— pasaron todos los compañeros (y compañera): Soulfia, Killua, Drefquila, Augusto Schuster, Kid Poison y Polimá Weastcoast. Solo faltó Young Cister al romper todo Lollapalooza con ‘Te quiero ver’, pero a quien se le dedicó un ruido por la ausencia.
Fue un concierto intenso visto desde el público, el sol y la tierra daban lo mismo. Ahí se estaba para perrear, saltar y cantar, mientras Arancibia pedía que nos tiraran agua (gracias).
Escuchar ‘Dámelo’ en vivo, alrededor de miles de personas, fue sin duda uno de los momentos más especiales de la jornada. Se trata de un single que tanto en su ética como estética da un salto para ser mucho más que un hit. Con su videoclip —proyectado esa tarde en las pantallas— se muestra al amor, al deseo y al placer dejando la perspectiva heterosexual de lado, algo que en el hip hop y el trap, sigue siendo una visión proyectada principalmente por mujeres y disidencias sexuales y de género. Sin duda, esta canción es una metralleta, pero es imposible dejar de pensar en cómo las decisiones artísticas hablan y resuenan con los públicos.
Así como en otros actos de trap o urbano, como se le ha llamado en los últimos años, se repitieron canciones de diferentes artistas, porque al final, nunca es de uno solo, aunque en los créditos haya un principal. Besitos de a tres, de a cuatro. De a cinco. Bajo el sol.
Decir que Turnstile era de los shows más esperados es quedarse corto. En una grilla donde el rock dejó de ser la norma y pasó a ser la excepción, lo de los hardcoritos estadounidenses fue una aplanadora que, a pesar del hype, terminó sorprendiendo. La idea de tener uno o dos números rockeros por día hace que esos momentos sean atesorados por los fanáticos, en especial cuando se trata de bandas que realmente están en un buen momento, que por diversos motivos no serían capaces de venir en gira a Latinoamérica si no fuera por un festival.
El guitarrista con pinta de thrasher de la Bay Area y el bajista de la banda con la polera del Colo quedará como una de esas anécdotas extrañas del Lollapalooza (como las cortinas de Machine Gun Kelly), pero lo que realmente fue una nota extramusical fue la junta entre los fans más violentos de la banda con les fans que esperaban en el mismo escenario a Miley Cyrus, algo que por suerte solo recordó (y no alcanzó a equipararse) con la vez que los fans de Royal Blood se juntaron con las y los de Camila Cabello en el Lollapalooza 2018. Ojalá que las próximas veces que veamos una mezcla entre rock y pop tan clara, podamos llegar a un punto medio donde todos podamos disfrutar. Y una mayor sensibilidad y visión para programar escenarios, también.
“La primera vez que vi a La Ley, me gustó mucho, era como Spandau Ballet. Había un cantante que era muy buenmozo, era como Tony Hadley (…) Me pareció un grupo increíble de verdad. Eso fue en el ’89. Era sofisticado. Beto Cuevas era David Bowie para sus cosas, fue un rasgo que muy pronto apareció”, dice el (gran) periodista David Ponce en el libro “Es Difícil Hacer Cosas Fáciles: los diez años que cambiaron la música en Chile” y aquella estampa que le sorprendió a él a fines de los ochenta, es algo que al parecer vive de forma inexorable en el músico.
Siendo, actualmente, la juventud sin fin un mandato inalcanzable, un (falso) sinónimo de virtud, Beto Cuevas sube al escenario e impacta. Impacta con el control impresionante de su voz, que permanece intacta frente al paso del tiempo. Impacta también con su manejo del escenario, haciendo que un concierto de una hora parezcan minutos aunque el lugar sea sumamente incómodo.
Hay, eso sí, algo que no impacta: al igual como con Javiera y Los Imposibles horas antes, estamos frente a un cancionero pop tan enorme, que nada se escucha vencido. No hay nostalgia. Tampoco la sensación de canciones que envejecieron mal, sino todo lo contrario. Tanto el músico como su obra son profundamente actuales y ese aire de sofisticación que Ponce veía cuando se salía a duras penas de una dictadura que nos tenía aislados del mundo y sus vanguardias, aparece en cada salto, cada pisada que Beto Cuevas da por el escenario.
Tal como Lucybell el día domingo, Beto Cuevas el sábado dejó claro que lo que para él —probablemente— es su vida, su carrera artística, para muchos de nosotros, es un hogar. No en el que alguna vez vivimos, sino aquel que sin problemas siempre podremos seguir habitando.
Para variar, el escenario más alejado de todo el Lollapalooza, el Perry’s Stage, tenía una fiesta propia. La caminata para llegar a él tomaba al menos 15 minutos, pero con shows como el que dio Pablo Chill-E ese esfuerzo valió la pena. Con maniquíes del cantante desplegados en el escenario, el líder de la Shishigang tuvo que hacer poco ante un público que ya estaba completamente entregado a su música antes de que siquiera apareciera en el escenario.
Una vez la música comenzó, todo fue aún más caótico. Si bien el show siguió lo esperable para el trap, el nivel de fama de Pablo Chill-E hace de estos temas algo completamente distinto a escucharlos en vivo. No por nada no presentó casi a ningún invitado, porque ya todos sabían de quiénes se trataba.
Para terminar, mientras Pablo estaba arriba del escenario cantando sobre la calle, su público estaba bastante lleno de cuicos con delirios gangsteriles, algo que al final da lo mismo porque ayudó a que fácilmente fue uno de los mejores shows del sábado. Algo que no deja de ser importante, en especial si pensamos que el trap y el urbano fueron sin dudas los géneros que mejor parados salieron de este Lollapalooza. Descripción del público:
Caía la tarde en el Axe Stage y Marina no aguantó el retraso que la tenía esperando el fin del show de Pedropiedra en el escenario de enfrente (Lotus), por lo que apenas dieron las 19:30 hrs (mientras el compatriota seguía aún con su presentación) la galesa se subió al escenario con equipo y todo para entregarnos un show a hora reloj de sus mejores temas, partiendo por su último lanzamiento ‘Ancient Dreams in a Modern Land’.
El abrupto inicio, aunque desconcertante, no se vio reflejado en la calidad de su show, que fue im-pe-ca-ble. Se trató de una puesta en escena simple, donde la cantante ataviada de un enterito que tenía escrito ‘whatever’ por todo el cuerpo, demostró que no le da lo mismo estar cantando en la capital del fin del mundo. Ella misma hizo hincapié en que llevaba demasiado tiempo lejos de Chile (su última presentación en el país fue hace seis años, también en el marco del Lollapalooza), que esta vez no se demoraría tanto en volver, y no dejó de halagar el atardecer de ensueño que estábamos teniendo, que entre tonos azules y anaranjados parecía sacado de un video de la mismísima primadona del pop.
Del valle a la playa, del cactus a papaya, del monte a Polaris y de la luna a tu cara. Javiera Mena lleva un buen rato aclimatándonos a sus actuales intenciones musicales y lo que hizo el sábado en Perry’s Stage sirvió como pacto total para entregarse al disfrute bailable e ir distanciándonos de aquellas baladas que nos ataron a Javiera.
Pero eso jamás corta la bruma íntima que significa un concierto de la chilena, quien nos permite mediante sus composiciones un ejercicio empático de ser vulnerables en público mientras anhelamos amores, pedimos oportunidades y pensamos en viajes astrales. Una joya en tarima, acompañada por su teclado, sirviendo rave de nueva noche. Un show cargado a sus lanzamientos recientes, con pinceladas a la época ‘Yo no te pido la Luna’, ‘Otra Era’ o su cover a ‘Mujer Contra Mujer’, una pasada que sirve como descanso para recuperar el aliento del segundo bloque.
Versátil sin perder la línea, con una inmensidad escénica que demuestra cómo el paso del tiempo deja una experiencia que no se puede arrebatar. En un día lleno de mujeres que marcan vara a nivel internacional, fue un placer encontrarse con esta especie de vieja amiga; la que escuchó y puso en palabras las etapas veinteañeras, y que después de una temporada al otro lado del mundo vuelve a abrazarte con la promesa de que, de alguna forma, vamos a pisotear la angustia en la pista de baile.
El futuro es de las niñas y Miley Cyrus es la prueba viviente de ello. La cantante de 29 años cuenta con una extensa carrera cosechando éxito tras éxito, los cuales no dudó en interpretar durante el show de cierre de la segunda jornada del festival.
Entre aplausos y vítores dignos de la estrella que es, enfundada en un enterito azul eléctrico (¿acaso el look definitivo del festival?) y gafas, Cyrus dio el puntapié inicial al ritmo de ‘We Can’t Stop’ que eventualmente terminó convirtiéndose en ‘Where is My Mind’ de The Pixies. Se trata de un sello distintivo que la cantante está dándole a sus presentaciones en vivo, donde hace convivir su música con sus canciones favoritas de una forma lúdica y cohesionada. Si el público más juvenil estaba completamente entregado, los más escépticos no tuvieron más que darle una oportunidad: un par de temas encima y ya tenía a todos comiendo de su mano.
A todo esto se le suma la simpatía natural de Cyrus, quien debe tener un doctorado en relacionarse con sus fans. Leyó carteles (algunos más polémicos que otros), le cantó a un peluche que le lanzaron y hasta se puso un collar que le cayó en el ojo. Todo esto sin hablar ni una pizca de español. Su partida no fue sin abordar sus dualidades: primero con la intensidad de ‘Wrecking Ball’ y luego con la juguetona ‘Party in the USA’ que nos hizo olvidar nuestros conflictos con el país gringo. Buenas relaciones diplomáticas, mejor show.