Y llegó. El primer macrofestival que se realizó en Chile después del inicio de la pandemia fue Lollapalooza y nada menos que celebrando una década de vida en el país. ¿Cómo sería? No lo imaginábamos, porque mucho ha sucedido en casi tres años: Una industria cultural local en el suelo a raíz de una crisis que existía antes de la Covid-19 y la revuelta social, pero que se hizo aún más insostenible y nuevos géneros musicales y proyectos sosteniendo la economía mundial de la verdadera industria musical.
Además, cambios de última hora en el cartel con la cancelación de Phoebe Bridgers, Jane’s Addiction, King Gizzard & the Lizzard Wizard y Natanael Catano y otro gran cambio: un nuevo emplazamiento, el Parque Bicentenario de Cerrillos, luego de los desacuerdos entre la Municipalidad de Santiago, vecinos del Parque O’Higgins —la antigua sede— y la productora Lotus, para su realización en el lugar.
El inicio del festival para muchas y muchos; el primer puntazo de un Perry’s Stage que no dejó de repletarse más y más con cada acto nacional urbano que llegó hasta el lejano escenario. De retocados dreadlocks, brillitos en los ojos y más parkas de las necesarias para el viernes a las 3 de la tarde, Harry Nach llegó con su team Only Perk para hacer tangible lo que anhelábamos: volver a la música en vivo y encontramos, muchas veces por primera vez, con las canciones que nos salvaron un poquito la vida desde el 2019.
Harry Nach, elocuente y lento en su expresión viral, se robó el 2020 con el disco Moods, que sabe recoger la densidades de un estado alterado por la droga, las ganas de amar corporalmente como si no hubiesen otras oportunidades, los reales que acompañan en la ruta y el constante hostigamiento institucional que se vive cuando no se es del quintil-público-objetivo del festival. Lo de Lollapalooza el viernes fue similar. Un compilado de emociones juveniles, lúdicas y a veces no tan lúcidas, que van tejiendo las historias de que nos acompañan durante el camino a la adultez.
Un repaso por su cohesionada carrera que no sólo cumple, también deja con ganas de más: más conceptos como Moods, más referencias al animé, más colaboraciones que se roben las fiestas. Una base firme para partir, tal como muchos de sus featurings que se han convertido en trampolín para que otros le sigan el vuelito.
Con un cartel cargado a lo urbano, había una pregunta muy importante que hacer: ¿Cómo le iría al rock este año? Uno de los primeros en responder esa pregunta fue IDLES, que tocaron el VTR Stage poco antes de las cinco de la tarde.
La meteórica carrera de IDLES los hacía uno de los números más interesantes del viernes, con dos discos lanzados desde el comienzo de la pandemia, una base de fans cada vez más grande y siendo este su debut en el país, la experiencia prometía mucho. Si bien —muy en su estilo— la banda cumplió con todo lo que se le pedía, el contexto Lollapalooza fue lo que les jugó en contra. Una hora de show se hace muy poco, y la verdad es que al salir del público uno podía ver como esos sesenta minutos no fueron suficientes para soltar toda la energía acumulada que sus fans querían dejar en el pasto sintético dispuesto para el escenario.
Más que una presentación de su banda, IDLES terminó dando una degustación excelente de los niveles a las que podrían llegar si tocaran en solitario en nuestro país.
En la primera edición del festival era impensado que el show de un artista de reggaetón fuera programado en uno de los escenarios principales. Incluso menos probable que una mujer tocando en alguno de ellos en horario estelar (en 2011 las únicas artistas que lo hicieron fueron Francisca Valenzuela y Mala Rodríguez pero, ambas, al mediodía). Al parecer, algunas cosas han cambiado en diez años, sobre todo el business.
Jhay Cortez, se tomó una hora de la tarde del viernes para hacer bailar con sus hits que se cuelan en la Mansión Reggaetón de Spotify cada cierto tiempo. Y, a pesar de la parafernalia de su presentación —fuego, un talentoso cuerpo de baile, las bases de sus temas que son, francamente, levanta-muertos y la intención de levantar al público todo el tiempo— algo faltaba. La voz. Entrecortada a ratos, sin poder terminar frases, como si le faltase el aire. Algo diferente a lo que mostró horas más tarde Justin Quiles en otro escenario. Soltó barras con una voz igual de potente que su ritmo. Impecable.
Volviendo al Perry’s Stage, después de Harry Nach el público se quedó esperando a Galee Galee y a Polimá Westcoast, que dividieron su show en dos: 20 minutos para el primero y el resto para el segundo. Si bien Galee pudo prender la gran cantidad de público que estaba en ese escenario, el primer gran momento llegó de la mano de ‘ENTUSSIASMA’ donde Marcianeke acompañó en las voces y terminaron cantando “el que no salta es paco” en medio del público, para después pasar a la colaboración con Harry Nach y Pablo Chill-e, el neoclásico ‘Big Cut’, una canción que sonó al menos tres veces en los distintos días de Lollapalooza.
Después fue el turno del Poli, que terminó de dejar claro que la música urbana fue la dueña de esta versión. Es más, el Perry’s Stage que normalmente estaba reservado casi exclusivamente para la música electrónica esta vez se vio lleno gracias a temazos como ‘Te quiero ver’ o ‘My Blood’, ambos temas que también se repitieron en otros shows, además de una versión nueva de otra canción que a esta altura es un clásico: ‘Esta no es una canción de amor’, coronando una excelente segunda vez en que Polimá tocaba en el Lollapalooza.
Todo esto contrasta con la presentación que vino después, Channel Tres, uno de los raperos más prometedores actualmente pero que no pudo mantener el interés del público más preparado para lo urbano que para el techno-rap con bailarines que propuso el de Compton. Aún así, su show debió ser uno de los más pulcros de ese día, aunque lamentablemente no mucha gente fue testigo de eso.
A diferencia de la fuga que vivió el rapero, productor y servidor de pasos de Estados Unidos, el escenario de Lotus no dejó de recibir curiosos que decidieron abandonar el presente para transportarse directamente al siglo XXIII. Criaturas cyborgs, bestias, y un puñado de humanos que lograron sobrevivir a la corrupción y la extinción casi total de la población mundial. Con una banda apegada al concepto, un juego de luces que merecía un escenario bastante más grande y una interpretación que no deja de expandirse a lo largo del espectáculo, Camila Moreno no sólo demostró la madurez con la que estrena y presenta su último disco Rey, también nos exhibe la energía contenida de saberse sobreviviente de una especie que tiene los días contados.
Un espectáculo compuesto casi en su mayoría por piezas que dan forma a una de las mejores placas del 2021. En medio del apocalipsis presentado, hay cuevas rodeadas de destrucción que funcionan como refugios vitales: amar a otras mujeres, desear el fin de Piñera y Kast a viva voz, necesitar todo gratis y todo gay. Y mientras la cantante nos invita a quemar el reino, la postal total queda agujereada con la pirotécnica de Martin Garrix y el EDM que no deja de colarse en el escenario como aquel indeseable vecino.
A pesar de la interrupción, que logró bajarle la solemnidad a religiosos momentos como su musicalización del poema de Gabriela Mistral, ‘Corderito Mío’, Moreno no dejó espacio para que agentes externos rompieran la devoción que produce el escucharla; más bien lo utiliza a su favor. Esos son cyborgs que contraté como parte del imaginario, dice, mientras nos recuperamos de pasajes como ‘Tu Mamá te Mató’ junto a Francisco Victoria o ‘Sin Mí’. O de las constantes performances que acompañaron a las canciones, como fue el lanzamiento masivo de implementos para armar bombas en medio de ‘Hombre’.
Sigue recordando a Björk, su desplante potente y desprendido también recuerda a Roisin Murphy, pero lo más importante es que, nunca tanto como ahora, recuerda a Camila, una de las piedras más brillantes y estoicas de la música local.
Cuando la noche llegó y empezamos a explorar el Parque Bicentenario bajo otras iluminaciones, hubo tres caminos, tres fiestas que representan bastante bien las ramas que ha elegido Lollapalooza Chile. Por un lado estuvo la experimentada carrera latina urbana pop de Justin Quiles y en el otro extremo del terreno tuvimos a uno de los productores más populares del último tiempo, Kaytranada.
El haitiano canadiense se convirtió en las visuales de muchos y muchas que vivieron la pandemia a punta de Boiler Rooms pasando en el living. Si durante el 2016 tuvo una visita que demostró por qué su composición y mezcla había sido elegida por proyectos como Talib Kweli y The Internet, este 2022 hizo lo mismo con Kali Uchis o Charlotte Day Wilson. Un set capaz de dar pistas de lo redonda que puede ser su percepción de la electrónica, el r&b y el pop. Un oasis bailable, con increíbles visuales y buen uso del escenario para quienes quisieron cerrar la primera jornada con un alternativo a los protagonistas de la noche.
Los encargados de cerrar la primera noche fueron los veteranos de Foo Fighters, quienes repitieron el plato del 2012 cuando cerraron el último día de la edición de aquel año. Con un evidente recambio de público durante la jornada, la banda originaria de Seattle deslumbró a la fanaticada fiel, pero estuvo lejos de atraer nuevas audiencias. Se trató de un concierto pensado a todas luces en el formato “arena”, donde la extensión de sus canciones sobrepasaba los seis minutos cada una, con finales sobre finales y eufóricas intervenciones de su carismático líder Dave Grohl, quien claramente sabe como ponerse el show sobre sus hombros.
El setlist fue una curatoría equilibrada entre sus temas más populares y los más nuevos, teniendo espacio para un cover de ‘Somebody to Love’ de Queen en uno de los momentos más emocionantes de la noche, donde Grohl volvió a tomar la batería que lo hizo conocido hace tantos años. La voz quedó a cargo de Taylor Hawkins, el baterista oficial de la banda, quien durante toda la noche había estado apoyando también con los coros a la desgastada voz de su líder.
Para algunos, un show que demostró que el rock sigue vivo. Para otros, que son los últimos estandartes de un mundo que siguió girando.
¿Qué nos quedó claro de la primera jornada? Por una parte, la consolidación del reguetón y el trap como el nuevo pop para más de una generación de fanáticos de la música. Por otra, que a pesar de que el Parque Bicentenario de Cerrillos es un lugar amplio, perfecto para montar ocho escenarios, daba la sensación de no estar acondicionado de la mejor forma para pasar un día completo allí. Espacios completos con tierra y piedras que dificultaban la movilidad para personas con movilidad reducida, accesos y salidas —sobre todo la de Av. De Las Américas— complicada para manejar un gran volumen de personas y ningún espacio con sombra. Esperamos que no se hayan insolado.
Además, la logística en torno a la planificación en relación al transporte quizás no fue la mejor, debido a grandes aglomeraciones en la entrada de la estación de Metro incluso antes del término del concierto de Foo Fighters. Algo que fue peor con el fin del show, que se alargó: miles de personas no tenían cómo regresar a sus casas.