Por algunos años hemos seguido la teleserie entre Taylor Swift y su antiguo sello con cierto morbo farandulesco. Sin embargo, un repaso por las principales aristas del conflicto nos demuestran que detrás de lo que parece ser una lucha de egos existe una emergencia más pura y trascendental: la lucha por la propiedad.
A finales de junio del 2019 salió a la luz que Big Machine Records, un sello discográfico independiente especializado en música country, había sido vendido por su ejecutivo fundador, Scott Borchetta, por un total de 300 millones de dólares. El sello era conocido por tener en su catálogo a algunos de los más importantes representantes del género en la actualidad, entre los que se pueden contar a Garth Brooks y Tim McGraw. Pero ninguno de estos representaba tanto para Big Machine como Taylor Swift y en específico, los seis álbumes que había grabado con ellos. La cantante ya se había marchado hacía un tiempo a Universal Music/Republic Records y estaba al tanto de que debido al contrato que firmó con su antiguo sello sus canciones no le pertenecían realmente. Lo que no sabía y se enteraría el mismo día que la transacción se hizo pública es el nombre de la persona que terminó adquiriéndolas.
Se trataba de Scooter Braun, un reconocido mánager y productor discográfico que entre sus clientes tiene artistas de la talla de Justin Bieber, Ariana Grande, Demi Lovato y Carly Rae Jepsen. Braun no era un desconocido para Swift: un par de años antes el rapero Kanye West, entonces representado por Braun, lanzó ‘Famous’ una canción que tanto en su letra como en su video denostaba (por decir algo suave) a la cantante. El asunto decantó en una serie de eventos que en una aparente movida publicitaria buscaban desprestigiarla. Por lo que cuando esta se enteró que el hombre que había estado detrás de una de las experiencias más traumáticas de su carrera era ahora el dueño de sus canciones sintió que estaba viviendo su peor pesadilla.
En una declaración pública compartida a través de sus redes sociales, Swift expresaría su enojo por el resultado de la transacción Big Machine Records/Scooter Braun:
“Ninguno de estos hombres participó en la escritura de esas canciones” dice en el comunicado. “No hicieron nada para crear la relación que tengo con mis fans”.
En el texto también declaró que ni Borchetta ni Scooter le permitieron utilizar sus canciones ni presentaciones en vivo para el documental que se encontraba realizando para Netflix (Miss Americana). Borchetta le dijo al equipo de Swift que le permitirían usar sus canciones bajo las siguientes condiciones: que no re-grabara nuevas versiones de sus canciones al año siguiente (algo que podía hacer legalmente) y que dejara de hablar mal de Scooter Braun.
“Vendiste ‘tu’ música. Ya no es tuya. Si yo vendiera mi auto y ya no me dejaran conducirlo es porque así funcionan las cosas”, dice un comentario con más 8 mil likes en la publicación de Twitter. Y no es el único con este tipo de razonamiento en las respuestas. Todavía existe mucho desconocimiento acerca de cómo funcionan los contratos con los sellos discográficos, en parte porque ni ellos mismos son transparentes al respecto, ni siquiera con los propios artistas. Pero lo cierto es que Taylor Swift no vendió su auto. Ella construyó su auto.
La confusión parte por ahí, por lo que el artista construye: el máster. Un máster es una grabación sonora que puede ser tanto una canción como un álbum. Los másters están sujetos a un propietario por lo que, si se quiere utilizar una canción para pasarla por la radio, ponerla en una película o que sea parte del catálogo de un streaming de música, se debe pagar una licencia (los derechos) a quien posea los masters. Casi en la mayoría de los casos que conocemos estos derechos son propiedad de sellos discográficos.
Cuando los masters son propiedad de un sello, estos acuerdan dar un porcentaje de los royalties (o regalías) a los artistas, pero cuánto y cómo se llega a estos acuerdos es algo desconocido para nosotros. Lo que sí se sabe es que en muchos casos los contratos con las disqueras son poco transparentes y tienden a ser especialmente engañosos con los artistas nuevos o jóvenes.
Puede que el caso de Taylor haya sido uno de los más bullados, pero no ha sido ni por si acaso el único. El año 2017 casi consecutivamente después de lanzar su séptimo álbum 24/7 Rock Star Shit, la banda británica The Cribs se “separó” de la compañía que los representaba. ¿La razón? La banda descubrió tardíamente que sus másters (y por lo tanto sus derechos de distribución) eran propiedad de terceros a causa de acuerdos que ellos desconocían. Una situación que, al igual que Swift, no solo los afectaba de manera profesional sino que personal. The Cribs estaba con un sello independiente y había durante muchos años rehuido de las grandes corporaciones discográficas que les ofrecían contratos. Sin embargo, se dieron cuenta que quienes tenían parte de sus derechos eran precisamente estas corporaciones.
“La industria de la música es un negocio, lo aprendimos a la mala. Nuestro idealismo funcionó esencialmente contra nosotros” contó Gary Jarman (bajista y vocalista) a Readdork en noviembre.
El subsecuente problema legal que enfrentó a la banda los dejó tan agotados que por primera vez en sus 16 años de carrera decidieron tomar una pausa de los escenarios. Durante los siguientes dos años la banda estuvo trabajando en regularizar su situación entre medio de batallas legales que hacían cada vez más difícil tener la motivación para continuar. ¿Quién no terminaría moralmente agotado después de algo así?
Aunque las disputas entre sellos y artistas son históricas, nuevas formas de consumo audiovisual han traído consigo nuevos problemas de distribución y pagos. Un caso interesante es el de las plataformas de streaming musicales. El 2015 cuando Apple Music presentó su plataforma esta fue publicitada con tres meses de uso gratuito para presumiblemente afianzar usuarios. Para entonces, una Taylor Swift pre-escándalo Big Machine Records se opuso a la publicación de su álbum 1989 en el servicio, alegando en una carta abierta hacia la compañía que consideraba una injusticia que a artistas y productores no se les pague por su trabajo. La cantante que ya en ese momento gozaba con fama internacional obtuvo una instantánea respuesta del equipo de Apple, quienes le aseguraron que los artistas recibirían su pago correspondiente por cada reproducción.
Sus quejas no han sido siempre tan bien recibidas, así lo demostró una disputa similar que tuvo con Spotify un año antes. La plataforma sueco-estadounidense no ha estado fuera de la polémica debido al sistema que tienen para efectuar el pago de regalías que le dan al artista, o mejor dicho, a los sellos discográficos que poseen los másters del artista. Swift retiró todo su material el 2014 alegando que la empresa no pagaba lo suficiente por los derechos de reproducción. El equipo de Spotify respondió ‘trasparentando’ las cifras de pago a sus artistas solo para ser desmentidos por el entonces sello de Swift quienes declararon que la cantidad estimada por ellos no era la que la cantante había recibido.
Con la masificación del streaming las críticas hacia este tipo de prácticas solo han crecido. Thom Yorke quien previamente se ha declarado a favor de un acceso gratuito a la música ha dicho que Spotify perjudica a los artistas emergentes ya que sus reproducciones aunque sean millones no se ven reflejados en el pago que reciben. David Byrne ha escrito diversos ensayos al respecto de esto. En uno de ellos publicado en The New York Times señala:
“La situación de los artistas menos conocidos es mucho más grave. Para ellos, ganarse la vida en este nuevo panorama musical parece imposible. Yo estoy bien, pero mi preocupación es por los artistas que vienen: ¿Cómo van a hacerse una vida en la música?”
Aquí es donde el problema realmente debería enfocarse. Si artistas como Taylor Swift no reciben el pago que les corresponde por el material que ellos mismos crearon ¿qué le espera a los nuevos artistas, los que recién están partiendo? Para nosotros, resulta conveniente tener un catálogo como el de Spotify en nuestro poder por tan solo $4.500 al mes, pero no es como que por escuchar a un artista desde la plataforma nuestro dinero esté llegando directamente a ellos. Un sistema como éste no da abasto para ellos. Incluso considerando que los artistas pueden mantenerse a través de sus presentaciones en vivo, el día de hoy con la emergencia del covid 19 esto ya ni siquiera es una posibilidad, porque por mucho que puedan hacer conciertos virtuales no todos son lo suficientemente conocidos para atraer público, algo que antes era posible participando de festivales.
Además, esta conversación no suele considerar a todas las personas que existen detrás de cada trabajo. No es solo quien canta o interpreta sino que también hay productores, músicos, compositores, técnicos, y una serie de trabajadores cuya labor no es retribuida de la manera que debería.
El pasado noviembre Taylor Swift confirmó que sus masters habían sido adquiridos por otra compañía, convirtiéndola en la segunda vez que su música había sido vendida a espaldas de ella. El nuevo acuerdo también implica que Scooter Braun puede seguir lucrando con este material. Hasta el día de hoy la cantante nunca ha tenido una posibilidad de adquirir su propio trabajo.
Sí, es fácil pensar que Swift es una mujer privilegiada quejándose de lleno. Las redes sociales definitivamente la han tratado así. No sería la primera vez en nuestra sociedad que alguien que demande por derechos básicos como el de tener el control de tu propio trabajo sea considerado como exigir un lujo. La música es un arte, pero también es una forma de trabajo que requiere un tiempo socialmente necesario para generar un producto. Una fuerza laboral que debe ser retribuida como cualquier otra.
En abril del presente año la cantante lanzará Fearless (Taylor’s Version), la regrabación del disco que la lanzó a la fama el 2008. Algo que, tal como había declarado años antes, tiene completa libertad para hacer desde un punto de vista legal. De esta regrabación ya pudimos escuchar ‘Love Story’, una canción inspirada en el clásico Romeo y Julieta, inspiración que también puede verse reflejada en el video original. Las diferencias son mínimas pero vitales: en la carátula de la nueva versión Taylor no aparece con su vestido de princesa, sino que con una camisa holgada, la misma que usa el Romeo en el video. No sin ciertos tropiezos, Taylor Swift dejó de soñar con ser una princesa y se transformó en su propio héroe.